Elegimos bien...

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miércoles, 20 de agosto de 2014

Homenaje a Alicia y Carlos More

Anoche estuve, en sueños, con mi hermana Alicia.  Me desperté con la sensación de que la encontraría sentada en mi cama.  Fue corta la alegría, como fue corta su vida…También la de mi otro hermano, Carlos, que murió muy joven.
Nos criamos separados, nosotros tres.  Mi papá murió muy joven, y mi mamá, con escasos recursos económicos, no pudo tenernos a todos juntos.  Pero esa separación forzada nos unió más.
Tengo una anécdota de Carlos que lo pinta de cuerpo entero, como se dice.  Era un
cinco de enero, yo tendría 12 o 13 años, él 15.  Trabajábamos de caddies en el Hindú Club.  Pasamos por la casa de un vecino, que estaba punteando la tierra, este hombre tenía dos o tres hijos, que le estaban preguntando si los reyes magos pasarían por su casa esa noche.  El hombre les contestó de mala manera, que estaba trabajando, que lo dejaran en paz.  Carlos observó la escena y se quedó en silencio el resto del camino.  Esa tarde salimos para comprar unos regalitos para nuestros hermanos más chicos.  Me dijo, le vamos comprar algo a los hijos de nuestro vecino, se dio cuenta de que la violencia del padre era producto de la impotencia que sentía, no iba a poder poner nada en los zapatos de sus críos.  Y así lo hicimos, una pavada, pero por lo menos pudieron encontrar algo a la mañana siguiente…
A Alicia la mataron en el año 2002.  Un policía, persiguiendo a alguien, tiró y la bala le dio a ella.  Muchos vecinos se juntaron frente a la comisaría quinta de El Talar, exigiendo justicia.  Luego de varias horas, el frío y el cansancio empezaron a echar a muchos, se iban yendo.  Una señora, levantando la voz, los detuvo: “Recuerden que Alicia siempre estuvo cuando alguno de nosotros la necesitó, nos daba plata para los remedios, nos fiaba los pañales.  No nos podemos ir ahora, tenemos que estar acá por ella, como ella estaba siempre por nosotros.”
En mayo de 1976 Alicia y Carlos fueron secuestrados por la patota de la dictadura, estaban buscándome a mí, que integraba el Partido Peronista Auténtico.  Ese mayo del ’76 fue fatal para mi barrio, secuestraron a José Flores, Oscar Acosta, Rosa Salvatierra, Luis Pérez, Julio González, Rubén Almirón, en el barrio El Sapito también se llevaron a un compañero conocido como “el Pampa”. 
Carlos y Alicia sobrevivieron a la ESMA.  El sufrimiento de ellos debió haber sido el mío.  Tardamos muchísimo en hablar de lo que había pasado.  El miedo y la confusión nos silenciaron por años.  Alicia estaba embarazada de Marcela, hija de Horacio González, el hermano de Julio que aún continúa desaparecido.  Ella formó otra pareja y nunca le contó a  Marcela quién era su verdadero padre.  Todos sabíamos, pero nadie habló.  Su decisión fue respetada hasta su muerte; poco después, yo le conté la verdad a Marcela.
Empezamos la búsqueda de Horacio, a quien yo le había perdido el rastro.  En esa época, por razones de seguridad, nos separamos sin decirnos nada de nuestros respectivos planes, que no eran tales, a decir verdad, era simplemente tratar de zafar para evitar comprometernos mutuamente.
Fuimos al CELS para que nos ayudaran a ubicarlo , donde nos atendieron Rodrigo Borda y Diego Morales, dos abogados muy comprometidos con los derechos humanos.  Allí conocimos a otros familiares de víctimas del “gatillo fácil”, como Raquel Witis.   Los familiares me encaminan a buscar a los hijos de Julio González, o sea los sobrinos de Horacio, que en algún momento se habían acercado a familiares y dejado sus datos.  Luego de un par de años de búsqueda, los encontré en Jesús María, Córdoba.  Allí estaban Sara, la que había sido compañera de Julio, y sus hijos Martín y Ema.  En la primera charla profunda que tuve con Martín descubrí la necesidad que él tenía de saber cómo había sido su padre, su militancia junto a su hermano Horacio.  Me sorprendió que no supieran nada de él.
Continué mi búsqueda y al cabo de cinco años lo encontré en San Juan.  Tuve mucho cuidado en la primera charla, yo no sabía cómo podía reaccionar, si seguía siendo el mismo Horacio con el que habíamos compartido noches vagando por las calles, escapando de la patota.    Pero él se vino enseguida para Buenos Aires, a conocer a su hija Marcela, mi sobrina.  Desde Pacheco nos comunicamos con Martín y se reunió nuevamente la familia González.  Fueron momentos muy emotivos, de muchas lágrimas, son tantos los detalles que no terminaría jamás de contarlos.
Luego de este reencuentro empecé a preguntarme qué sería del resto de mis compañeros de militancia de aquellos años.  Recordé a Rubén Almirón, que vivía en el barrio San Jorge de Don Torcuato.  Junto con su hermano Andrés, militaban en mi barrio.  Fui un día a San Jorge, donde hallé a Mónica Salvatierra, la compañera de Rubén y madre de su hijo, Fernando, que tenía meses cuando secuestraron a su papá.  Mónica tenía 15 años en el ´76; Patricia, su hermana, 12.  Ambas fueron secuestradas y quedaron muy afectadas, dado que por 36 años no pudieron procesar lo que les había pasado, rodeadas del silencio y la hostilidad de sus familiares y vecinos.  Fernando, como Martín González, sentía una gran necesidad por saber de su padre.   Luego de varios meses de visitas y de llegar a establecer una relación con ellos, Fernando pudo declarar en la causa ESMA, junto a su tía Patricia.  A raíz de este vínculo, también presté declaración en la misma causa.  Esto fue posible gracias a la nota que la periodista Alejandra Dandan, de Página 12, nos hizo para el diario, publicada en abril de 2012.
Contactamos también a Mirta Guntern, Rosa Dietrich y su marido Walter Carro, trabajadores de Frigor detenidos en marzo de 1976.  Cuando Alejandra nos hizo la nota, mencionamos este hecho, Rosa había compartido por varias semanas un calabozo con una “maestra de Tigre”, cuyo nombre no recordaba.  Con la misma persona Mirta aseguraba haber estado en un traslado a Campo de Mayo.  Alejandra mencionó este hecho en el final de la nota.  María del Carmen Pérez, la maestra en cuestión, me llamó una tarde a mi casa.  Me contó que había leído la nota, se había contactado con Alejandra y ella le había dado mi teléfono.  Arreglamos un reencuentro entre ellos, que se realizó en la casa de Mirta, una tarde de mates, recuerdos, alegría entre tantos malos momentos pasados.
En esta labor de búsqueda de la memoria me acompañan Marina y Silvia, ambas muy comprometidas con los derechos humanos.
Esta nota es en honor y recuerdo de mis hermanos, Alicia y Carlos, militantes de la vida, y de todos los compañeros detenidos - desaparecidos y sobrevivientes.