Cuando el ejército vino con los camiones, un teniente, un
cabo, no sé qué era, subió a la oficina y bajó con una lista, y ahí empezó a
nombrar. Se llevaron a Hugo Rezeck, mi
tío Zoilo Ayala, Cecilio Albornoz, Jorge
Lescano, Carlos Boncio y Antonio Pandolfino.
Arriba todos y nunca más volvieron.
Carlos Boncio era el marido de Blanca, que es mi prima. Era tornero.
Las últimas palabras que él le dijo a mi cuñado, fueron “Avisale a mi
señora, que me llevan”. Yo lo
vi, yo
trabajaba en Mestrina, y cuando llegó el camión nos amontonamos todos ahí,
imagínate que llegó el ejército y rodeó todo el astillero. Empezaron a revisar todo. Estoy seguro de que la lista la fueron a buscar a las
oficinas, que la hicieron los patrones.
Aquellos que reclamaban por un derecho, por algo justo, a ellos les
molestaban. Si insistías con un aumento
o con una mejora en las condiciones de trabajo, te marcaban enseguida, eras
“extremista”.
Ramón y Magdalena, su mujer |
Yo me salvé, me fui a la mierda y chau. Me fueron a buscar a mi casa, yo no estaba,
me avisaron. Tenía una nota, una
citación para presentarme en la comisaría.
Más bien que no fui, los que se habían llevado no habían vuelto más, me
iban a largar a mí porque soy lindo… Yo me fui el 29 de mayo, era un sábado a
la tarde. El primer viaje a Corrientes,
hice un recorrido por todos lados, Rosario, Entre Ríos…Decí que tenía plata
para moverme, porque si me agarra seco, me hacen mierda. Y así me salvé.
¿Cómo se trabajaba en
Mestrina en esa época, cómo era el ambiente?
Era normal, como todo taller, lo que pasaba era que había un
grupo de delegados que apretaban a los patrones para que mejoraran el
salario. Y se enfrentaban con el
sindicato, también, porque tiraban más para la patronal que para el obrero,
ustedes saben cómo es el asunto.
¿Cecilio Albornoz era
el delegado?
No, él estaba ahí delante de los camiones, y le pregunta a
un milico, que porqué se llevaban a todos los muchachos, y el milico le dijo
“¿Y usted quién es?” “Yo soy un amigo”,
contestó. Y ahí nomás lo levantó y le
dijo, se viene usted, también. Delegados
eran Rezeck, Ayala, Lescano y Pandolfini. Boncio era de la comisión de
seguridad e higiene laboral, o algo así, para mejorar la limpieza, las condiciones
de trabajo, todo eso. Que haya baños
limpios, un comedor. Y andaba con todos
los delegados, siempre. Pero Cecilio
Albornoz no era nada.
¿Pensás que lo que le
pasó a Albornoz era porque había mucha solidaridad, nadie se quedó indiferente
mirando todo?
Sí, había mucho compañerismo. Los muchachos eran muy activos, andaban por
todos lados, qué hacían no sé, pero se movían.
Albornoz prestaba su casa para que los compañeros fueran a dormir ahí,
también.
¿Recordás a Rosa
María Casariego, Hueso López y Echeverría?
El 10 de febrero de 1976 los matan a Cabrera, a la mujer y a
Echeverría, en la casa de Cabrera. Por lo
que yo tengo entendido, abrieron un boquete en la pared los milicos y se
metieron adentro, cuando y no había nadie.
Cuando los compañeros volvieron, entraron confiados y los estaban
esperando. A ellos tres los velan en el
sindicato, en avenida Cazón. Al lado del
Registro Civil.
Hubo toda una
movilización por ellos, alrededor de la estación vieja de Tigre.
Sí, había 56 coronas en la avenida Cazón. Yo estuve en el velorio.
Eso demostraba la
unión y la solidaridad que había en el campo popular.
Sí, ellos estaban siempre unidos. Pero también estaba el otro bando, que nunca
venían, ¿no? El bando del sindicato, que
no se hacía presente.
¿Militabas en alguna
organización?
No, yo ayudaba a los muchachos, si me pedían un favor y yo
podía, lo hacía. Yo me involucré más
porque cuando se los llevaron a los muchachos, pensá que entre ellos estaban mi
tío y mi primo, el marido de mi prima Blanca.
Yo iba todos los días a preguntarle al jefe, ni bien llegaba: ¿Adónde
están los muchachos? Me decía que no
sabía nada. Y a los diez días, pedí
permiso y me fui a trabajar a la Boca.
Eso me salvó, porque cuando volvía de allá, llegando a Tigre, me avisó
un muchacho que los milicos habían ido a buscarme a mi casa. Y de ahí me fui, no volví más. Si me sale bien, me sale bien. Once meses y once días estuve al pedo en el
campo. De tener todas las comodidades,
me fui allá y andaba en patas. Se me
vino todo arriba. Yo estaba bien, dentro
de todo, tenía mi asa, mi familia. Todo
eso se destruyó. Pero seguí
adelante.
Después de ese año en el medio del campo, empezó a haber
mucho trabajo en el astillero Corrientes, iban a hacer unas barcazas, dos
trasbordadores para cereales y dos plataformas para Arabia Saudita. Y me fui a buscar laburo ahí. Pero me tomaron los datos y no me llamaron
más. Entonces fui a ver a un amigo que
por intermedio de otro me hizo una carta para presentar en el Astillero
Corrientes. No tenían gente, y yo quería
trabajar, necesitaba la plata, tenía que andar mangueando. Me entrevistó un contratista, me preguntó qué
sabía hacer yo. De todo un poco le dije,
había pasado por casi todas las tareas de un astillero. Dudaban, entonces le dije, vos tomame por
hoy, si no te sirvo, no te cobro el día.
Y bueno, me tomaron y quedaron conformes; a la semana me alquilaron una
casa, me compraron una cocina, la cama, yo estaba hecho un rey. Entraba a las siete de la mañana y me iba a
las diez de la noche, trabajando, así me olvidaba un poco. Llegaba a la casa, me bañaba, a veces cenaba
y a veces no, me iba a dormir. A las
siete, de nuevo estaba allá, trabajando.
Y bueno, así me manejé durante ocho años.
O sea que vos
conseguiste ese trabajo, estabas instalado, pero la cabeza la tenías todavía
acá.
Sí, a veces trabajaba y estaba pensando. Mucho tiempo duró eso. Hasta que volví, en el ’84. Allí se me fue todo, me tranquilicé. Estuve un año acá, otro en Mendoza, con
Techint. Y volví a la normalidad. Pero no me olvido de todo lo que pasé,
¿eh? Todo lo que vi. Es feo ver cómo los agarraron como perro y
los tiraron arriba del camión. Te
verdugueaban como loco.
¿Apenas subieron
empezaron con el maltrato?
Seguro. Ellos no se
resistían, nada. Yo pienso que lo que
hicieron está mal. Está bien, a lo mejor
algo hicieron algunos muchachos, eso no lo sé.
Pero también para eso hay una cárcel, que te acusen, que les den los
años que les corresponden. Pero no matarlos
como perros. Porque no te podías
defender, los tuyos no tenían respuesta, no te dejaban ni hablar.
Claro, porque ese
temor que vos comentás, también lo debía tener la familia, por eso se trató de
borrar todo, y se confunden los días, las circunstancias.
Y hay otra cosa, de muchas familias se llevaron padre y
madre y dejaron los chicos tirados o se los robaron también. Eso no es de personas.
Si bien vos no
participabas del cuerpo de delegados, tenías tu intervención en los eventos
importantes, ¿no?
Sí, yo iba, a las reuniones, a donde se juntaban. Yo estaba de acuerdo con ellos, querían
mejorar los sueldos. Cuando hacíamos
marchas, llenábamos la Panamericana. Una
vez, en puente Melo, la policía no corrió a los tiros. Y atrás de eso pasó todo lo que pasó.
¿Y cómo eran ellos?
Era una buena muchachada.
Yo los conocí a todos, a Mastinú, a todos. El tano venía a casa a comer asados. Había mucho compañerismo. Nos conocíamos con la familia, compartíamos
la mesa. Yo nunca los vi en cosas raras.
Pero bueno, habrá cosas que yo no sé.
Además durante la
dictadura los medios, los trabajadores que eran secuestrados pasaban a ser
“delincuentes subversivos”, la sociedad entonces se manejaba con ese concepto
de “algo habrá hecho”, que lo metían por todos lados.
Claro, es lo que uno primero piensa, pero en realidad
no. Los compañeros y yo trabajábamos
todos. Carlos Boncio, el marido de mi
prima, por ejemplo, era un obrero como cualquiera, tenía su familia, su
beba.
Cuando entrevistamos
a tu prima, nos contó la historia de los Ayala, una familia bastante
comprometida con la militancia sindical.
Tu tío Zoilo, Andrés, el hermano de Blanca…
A Andrés se lo llevaron en julio. Lo levantaron a la noche de la casa. Cuando yo me fui, le dije que se viniera conmigo. Yo me quedo, me dijo, si no hice nada. Yo tampoco había hecho nada. Y a los dos meses lo fueron a buscar y se lo
llevaron junto con su mujer, pero a ella la soltaron por Panamericana esa misma
noche. Andrés nunca más volvió. Hicieron un desastre en Rincón de
Milberg. Plantaron el terror en todo
Tigre. Dicen que cuando yo me fui, en la
esquina de mi casa había un tanque de agua de la municipalidad, porque no había
agua corriente en esa época. Al lado de
ese tanque durante diez días por lo menos estaba parado un tipo, esperando a
ver si yo aparecía. Día y noche.
Zoilo Ayala, tu tio,
¿cuántos años tenía cuando desapareció?
Andaría cerca de los 40.
Él tenía dos hijos. No tuve más
contacto con ellos. Me gustaría, algún
día los voy a encontrar. Por esta causa
fue el alejamiento, quedamos todos desparramados por todos lados. Cuando la familia queda sola, busca por otros
lados. Qué vas a hacer. Acá estamos, bien, gracias a Dios.
Y en el campo, cuando
te fuiste, ¿nadie te preguntaba nada?
Algunos muchachos sabían todo. El que me había prestado la casa del
padre. Allí criaba gallinas, plantaba
para comer. Pero después me salió lo del
astillero y me fui a trabajar allá.
Y cuando volviste,
hablabas de lo que habías pasado, cómo fue el retorno
No, yo lo mío lo guardé para mí. ¿A quién le iba a decir? Los muchachos de confianza ya no
estaban. Todo lo que pasé me lo tragué
yo. Lo más lindo es que cuando yo volví,
a los dos meses me llega una citación de un juzgado de San Isidro. ¿Cómo me llegaba eso, cómo sabían que yo estaba
ahí? Y había sido que unos familiares de
desaparecidos, cuando fueron a declarar para hacer las denuncias, me habían
nombrado. Y me citaron, fui, me
preguntaron quién era yo, dónde trabajaba, y empezó a nombrar a los compañeros. Yo les dije que los militares se los habían
llevado a todos y nunca más se supo.
Váyase tranquilo, me dijo. Y me
vine. Era para hacer esas preguntas, nada más.
Lo que yo vi, lo vi con mis propios ojos. Quizá no es mucho lo que yo pueda aportar,
pero es de primera mano.
Cuando estuviste en
la reunión el otro día, las compañeras estaban muy emocionadas de reencontrarse
contigo.
Sí, yo las conocía a todas.
Rufi era la mujer de Ramírez, el gordo La Fabiana. Venían a casa a comer, teníamos una buena
amistad, conocíamos a las respectivas familias.
Y después por las circunstancias de la vida, no nos vimos más.
Por lo que sé,
Mestrina, Astarsa, eran todas distintas empresas pero los trabajadores se unían
todos.
Sí, como te dije, estaban Forte, Costaguta, toda la franja
del Río Luján. Pero cuando había
reunión, se juntaban todos. Había
algunas divisiones, ya comenté que algunos sindicalistas estaban más ligados a
la patronal. La verdad que fue una
alegría ver a los que estaban en la reunión el otro día. Yo lo puedo contar, hay muchos que no. Uno es parte de la historia que pasó. A mí me tocó perder a mi familia, me separé,
perdí la casa, todo. Pero bueno, hay que
seguir adelante. Yo tenía 32 años, tengo
70 ahora. Tenía dos varones y una mujer,
44 años tiene uno, el más chico 37, la madre estaba embarazada de tres meses
cuando yo me fui.
Por eso, después de lo que pasé, yo no tengo miedo a nadie,
yo voy a contar lo que sé. Porque lo que
sé es lo que yo viví.
Hay un error, quien es secuestrado con Rosa María Casariego y Oscar Echeverría, era Luis (Huesito) Cabrera, no López.
ResponderEliminarGuillermo Haut ghaut@tigre.gov.ar
Muchas gracias, Guillermo, ya está corregido.
ResponderEliminarAlfredo More