Elegimos bien...

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jueves, 20 de febrero de 2014

Ramón Ayala, trabajador de Astilleros Mestrina

Cuando el ejército vino con los camiones, un teniente, un cabo, no sé qué era, subió a la oficina y bajó con una lista, y ahí empezó a nombrar.  Se llevaron a Hugo Rezeck, mi tío Zoilo Ayala,  Cecilio Albornoz, Jorge Lescano, Carlos Boncio y Antonio Pandolfino.  Arriba todos y nunca más volvieron.  Carlos Boncio era el marido de Blanca, que es mi prima.  Era tornero.  Las últimas palabras que él le dijo a mi cuñado, fueron “Avisale a mi señora, que me llevan”.  Yo lo
Ramón y Magdalena, su mujer
vi, yo trabajaba en Mestrina, y cuando llegó el camión nos amontonamos todos ahí, imagínate que llegó el ejército y rodeó todo el astillero.  Empezaron a revisar todo.  Estoy seguro de  que la lista la fueron a buscar a las oficinas, que la hicieron los patrones.  Aquellos que reclamaban por un derecho, por algo justo, a ellos les molestaban.  Si insistías con un aumento o con una mejora en las condiciones de trabajo, te marcaban enseguida, eras “extremista”.
Yo me salvé, me fui a la mierda y chau.  Me fueron a buscar a mi casa, yo no estaba, me avisaron.  Tenía una nota, una citación para presentarme en la comisaría.  Más bien que no fui, los que se habían llevado no habían vuelto más, me iban a largar a mí porque soy lindo… Yo me fui el 29 de mayo, era un sábado a la tarde.  El primer viaje a Corrientes, hice un recorrido por todos lados, Rosario, Entre Ríos…Decí que tenía plata para moverme, porque si me agarra seco, me hacen mierda.  Y así me salvé.
¿Cómo se trabajaba en Mestrina en esa época, cómo era el ambiente?
Era normal, como todo taller, lo que pasaba era que había un grupo de delegados que apretaban a los patrones para que mejoraran el salario.  Y se enfrentaban con el sindicato, también, porque tiraban más para la patronal que para el obrero, ustedes saben cómo es el asunto.
¿Cecilio Albornoz era el delegado?
No, él estaba ahí delante de los camiones, y le pregunta a un milico, que porqué se llevaban a todos los muchachos, y el milico le dijo “¿Y usted quién es?”  “Yo soy un amigo”, contestó.  Y ahí nomás lo levantó y le dijo, se viene usted, también.  Delegados eran Rezeck, Ayala, Lescano y Pandolfini. Boncio era de la comisión de seguridad e higiene laboral, o algo así, para mejorar la limpieza, las condiciones de trabajo, todo eso.  Que haya baños limpios, un comedor.  Y andaba con todos los delegados, siempre.  Pero Cecilio Albornoz no era nada.
¿Pensás que lo que le pasó a Albornoz era porque había mucha solidaridad, nadie se quedó indiferente mirando todo?
Sí, había mucho compañerismo.  Los muchachos eran muy activos, andaban por todos lados, qué hacían no sé, pero se movían.  Albornoz prestaba su casa para que los compañeros fueran a dormir ahí, también.
¿Recordás a Rosa María Casariego, Hueso López y Echeverría?
El 10 de febrero de 1976 los matan a Cabrera, a la mujer y a Echeverría, en la casa de Cabrera.  Por lo que yo tengo entendido, abrieron un boquete en la pared los milicos y se metieron adentro, cuando y no había nadie.  Cuando los compañeros volvieron, entraron confiados y los estaban esperando.  A ellos tres los velan en el sindicato, en avenida Cazón.  Al lado del Registro Civil. 
Hubo toda una movilización por ellos, alrededor de la estación vieja de Tigre.
Sí, había 56 coronas en la avenida Cazón.  Yo estuve en el velorio. 
Eso demostraba la unión y la solidaridad que había en el campo popular.
Sí, ellos estaban siempre unidos.  Pero también estaba el otro bando, que nunca venían, ¿no?  El bando del sindicato, que no se hacía presente. 
¿Militabas en alguna organización?
No, yo ayudaba a los muchachos, si me pedían un favor y yo podía, lo hacía.  Yo me involucré más porque cuando se los llevaron a los muchachos, pensá que entre ellos estaban mi tío y mi primo, el marido de mi prima Blanca.  Yo iba todos los días a preguntarle al jefe, ni bien llegaba: ¿Adónde están los muchachos?  Me decía que no sabía nada.  Y a los diez días, pedí permiso y me fui a trabajar a la Boca.  Eso me salvó, porque cuando volvía de allá, llegando a Tigre, me avisó un muchacho que los milicos habían ido a buscarme a mi casa.  Y de ahí me fui, no volví más.  Si me sale bien, me sale bien.  Once meses y once días estuve al pedo en el campo.  De tener todas las comodidades, me fui allá y andaba en patas.  Se me vino todo arriba.  Yo estaba bien, dentro de todo, tenía mi asa, mi familia.  Todo eso se destruyó.  Pero seguí adelante. 
Después de ese año en el medio del campo, empezó a haber mucho trabajo en el astillero Corrientes, iban a hacer unas barcazas, dos trasbordadores para cereales y dos plataformas para Arabia Saudita.  Y me fui a buscar laburo ahí.  Pero me tomaron los datos y no me llamaron más.  Entonces fui a ver a un amigo que por intermedio de otro me hizo una carta para presentar en el Astillero Corrientes.  No tenían gente, y yo quería trabajar, necesitaba la plata, tenía que andar mangueando.  Me entrevistó un contratista, me preguntó qué sabía hacer yo.  De todo un poco le dije, había pasado por casi todas las tareas de un astillero.  Dudaban, entonces le dije, vos tomame por hoy, si no te sirvo, no te cobro el día.  Y bueno, me tomaron y quedaron conformes; a la semana me alquilaron una casa, me compraron una cocina, la cama, yo estaba hecho un rey.  Entraba a las siete de la mañana y me iba a las diez de la noche, trabajando, así me olvidaba un poco.  Llegaba a la casa, me bañaba, a veces cenaba y a veces no, me iba a dormir.  A las siete, de nuevo estaba allá, trabajando.  Y bueno, así me manejé durante ocho años.
O sea que vos conseguiste ese trabajo, estabas instalado, pero la cabeza la tenías todavía acá.
Sí, a veces trabajaba y estaba pensando.  Mucho tiempo duró eso.  Hasta que volví, en el ’84.  Allí se me fue todo, me tranquilicé.  Estuve un año acá, otro en Mendoza, con Techint.  Y volví a la normalidad.  Pero no me olvido de todo lo que pasé, ¿eh?  Todo lo que vi.  Es feo ver cómo los agarraron como perro y los tiraron arriba del camión.  Te verdugueaban como loco.
¿Apenas subieron empezaron con el maltrato?
Seguro.  Ellos no se resistían, nada.  Yo pienso que lo que hicieron está mal.  Está bien, a lo mejor algo hicieron algunos muchachos, eso no lo sé.  Pero también para eso hay una cárcel, que te acusen, que les den los años que les corresponden.  Pero no matarlos como perros.  Porque no te podías defender, los tuyos no tenían respuesta, no te dejaban ni hablar.
Claro, porque ese temor que vos comentás, también lo debía tener la familia, por eso se trató de borrar todo, y se confunden los días, las circunstancias.
Y hay otra cosa, de muchas familias se llevaron padre y madre y dejaron los chicos tirados o se los robaron también.  Eso no es de personas. 
Si bien vos no participabas del cuerpo de delegados, tenías tu intervención en los eventos importantes, ¿no?
Sí, yo iba, a las reuniones, a donde se juntaban.  Yo estaba de acuerdo con ellos, querían mejorar los sueldos.  Cuando hacíamos marchas, llenábamos la Panamericana.  Una vez, en puente Melo, la policía no corrió a los tiros.  Y atrás de eso pasó todo lo que pasó.
¿Y cómo eran ellos?
Era una buena muchachada.  Yo los conocí a todos, a Mastinú, a todos.  El tano venía a casa a comer asados.  Había mucho compañerismo.  Nos conocíamos con la familia, compartíamos la mesa.  Yo nunca los vi en cosas raras.  Pero bueno, habrá cosas que yo no sé.
Además durante la dictadura los medios, los trabajadores que eran secuestrados pasaban a ser “delincuentes subversivos”, la sociedad entonces se manejaba con ese concepto de “algo habrá hecho”, que lo metían por todos lados.
Claro, es lo que uno primero piensa, pero en realidad no.  Los compañeros y yo trabajábamos todos.  Carlos Boncio, el marido de mi prima, por ejemplo, era un obrero como cualquiera, tenía su familia, su beba. 
Cuando entrevistamos a tu prima, nos contó la historia de los Ayala, una familia bastante comprometida con la militancia sindical.  Tu tío Zoilo, Andrés, el hermano de Blanca…
A Andrés se lo llevaron en julio.  Lo levantaron a la noche de la casa.  Cuando yo me fui, le dije que se viniera conmigo.  Yo me quedo, me dijo, si no hice nada.  Yo tampoco había hecho nada.  Y a los dos meses lo fueron a buscar y se lo llevaron junto con su mujer, pero a ella la soltaron por Panamericana esa misma noche.  Andrés nunca más volvió.  Hicieron un desastre en Rincón de Milberg.  Plantaron el terror en todo Tigre.  Dicen que cuando yo me fui, en la esquina de mi casa había un tanque de agua de la municipalidad, porque no había agua corriente en esa época.  Al lado de ese tanque durante diez días por lo menos estaba parado un tipo, esperando a ver si yo aparecía.  Día y noche.
Zoilo Ayala, tu tio, ¿cuántos años tenía cuando desapareció? 
Andaría cerca de los 40.  Él tenía dos hijos.  No tuve más contacto con ellos.  Me gustaría, algún día los voy a encontrar.  Por esta causa fue el alejamiento, quedamos todos desparramados por todos lados.  Cuando la familia queda sola, busca por otros lados.  Qué vas a hacer.  Acá estamos, bien, gracias a Dios.

Y en el campo, cuando te fuiste, ¿nadie te preguntaba nada?
Algunos muchachos sabían todo.  El que me había prestado la casa del padre.  Allí criaba gallinas, plantaba para comer.  Pero después me salió lo del astillero y me fui a trabajar allá.
Y cuando volviste, hablabas de lo que habías pasado, cómo fue el retorno
No, yo lo mío lo guardé para mí.  ¿A quién le iba a decir?  Los muchachos de confianza ya no estaban.  Todo lo que pasé me lo tragué yo.  Lo más lindo es que cuando yo volví, a los dos meses me llega una citación de un juzgado de San Isidro.  ¿Cómo me llegaba eso, cómo sabían que yo estaba ahí?  Y había sido que unos familiares de desaparecidos, cuando fueron a declarar para hacer las denuncias, me habían nombrado.  Y me citaron, fui, me preguntaron quién era yo, dónde trabajaba, y empezó a nombrar a los compañeros.  Yo les dije que los militares se los habían llevado a todos y nunca más se supo.  Váyase tranquilo, me dijo.  Y me vine. Era para hacer esas preguntas, nada más. 
Lo que yo vi, lo vi con mis propios ojos.  Quizá no es mucho lo que yo pueda aportar, pero es de primera mano.
Cuando estuviste en la reunión el otro día, las compañeras estaban muy emocionadas de reencontrarse contigo.
Sí, yo las conocía a todas.  Rufi era la mujer de Ramírez, el gordo La Fabiana.  Venían a casa a comer, teníamos una buena amistad, conocíamos a las respectivas familias.  Y después por las circunstancias de la vida, no nos vimos más. 
Por lo que sé, Mestrina, Astarsa, eran todas distintas empresas pero los trabajadores se unían todos.
Sí, como te dije, estaban Forte, Costaguta, toda la franja del Río Luján.  Pero cuando había reunión, se juntaban todos.  Había algunas divisiones, ya comenté que algunos sindicalistas estaban más ligados a la patronal.  La verdad que fue una alegría ver a los que estaban en la reunión el otro día.  Yo lo puedo contar, hay muchos que no.  Uno es parte de la historia que pasó.  A mí me tocó perder a mi familia, me separé, perdí la casa, todo.  Pero bueno, hay que seguir adelante.  Yo tenía 32 años, tengo 70 ahora.  Tenía dos varones y una mujer, 44 años tiene uno, el más chico 37, la madre estaba embarazada de tres meses cuando yo me fui.

Por eso, después de lo que pasé, yo no tengo miedo a nadie, yo voy a contar lo que sé.  Porque lo que sé es lo que yo viví.  

2 comentarios:

  1. Hay un error, quien es secuestrado con Rosa María Casariego y Oscar Echeverría, era Luis (Huesito) Cabrera, no López.

    Guillermo Haut ghaut@tigre.gov.ar

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  2. Muchas gracias, Guillermo, ya está corregido.
    Alfredo More

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