Elegimos bien...

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martes, 31 de diciembre de 2013



El país  |  Domingo, 5 de mayo de 2013
La represión sobre el movimiento villero de base peronista durante la última dictadura
Desaparecidos e invisibilizados
Fernando Almirón y su tía, Patricia Salvatierra, declararon en la causa ESMA sobre la persecución a su familia y dieron cuenta de una historia que abarca el secuestro de más de una docena de militantes vinculados con una sociedad de fomento de Almirante Brown.

Patricia Salvatierra, que estuvo secuestrada en la ESMA, junto a su sobrino, Fernando Almirón, cuyo padre está desaparecido.
Por Alejandra Dandan
Para mayo de 1976, la Marina avanzaba sobre el movimiento villero de base peronista. Las hermanas Mónica y Patricia Salvatierra vivían entre las barriadas de San Jorge, en Torcuato, y Fuerte Apache. Mónica tenía 15 años, estaba casada con Rubén Almirón, del Sindicato Unico de Publicidad, vinculado con una agrupación del peronismo auténtico en El Talar de Almirante Brown. Tenían un hijo de tres meses. Cuando empezaron a ser perseguidos buscaron refugio en la sede del sindicato en el Once, pero luego volvieron al barrio. Patricia tenía 13 años. Entre el 7 y el 15 de mayo una patota de la Escuela de Mecánica de la Armada pateó puertas y se llevó a Rubén, a las dos hermanas y a un cuñado. Rubén sigue desaparecido. Las hermanas volvieron al barrio días mas tarde. Una logró rearmar su vida. Mónica siguió encerrada en su casa hasta hace muy poco tiempo: Que quede ahí se dijo un día, en el olvido.
El año pasado, Alfredo More empezó a reconstruir la historia de las caídas vinculadas con la sociedad de fomento de El Talar. Con otro compañero, me pregunté por qué no contar la historia de todo lo que pasó en nuestro barrio: de toda la gente desaparecida, quién era, de qué trabajaba, qué hacía, dónde estudiaba. Sabemos que están desaparecidos, pero tenían hermanos, familias. Alfredo se acordaba de Rubén Almirón pero no sabía dónde encontrar algo. Desde el Equipo Argentino de Antropología Forense le dieron el nombre de un barrio y de una de las Salvatierra. Alfredo subió al coche, entró a San Jorge y golpeó en la casa de Mónica: Cuando la encontré, a mí se me explotó la cabeza, dice ahora. Mónica lo miró desconfiada por mucho tiempo. Alfredo supo en ese momento que no sólo Rubén había sido secuestrado sino que también se habían llevado a Mónica, a Patricia y a Víctor, el esposo de otra de las hermanas. Pero no fue lo que más le rompió la cabeza: Fue terrible para mí dice, porque más allá de que las hayan desaparecido, me di cuenta de la tortura que vivieron todos estos años porque ni siquiera las había reconocido el Estado.
Patricia Salvatierra, la menor, está sentada ahora al lado de Alfredo.
–¿Presentaron alguna denuncia en ese momento? ¿Un hábeas corpus?
No hicimos nada por el miedo que teníamos dice. Después de un tiempo, por pura casualidad, yo escuché la radio y estaba hablando Magdalena (Ruiz Guiñazú) y decía que ya se terminaba el tiempo (de la dictadura). Justo da la casualidad que llama mi hermana (Mónica) y me dice: “¿Qué te parece si vamos? Y bueno, fuimos. Y fue que fuimos y no nos creían. Nos pedían datos, nos pedían esto y lo otro. Fuimos dos o tres veces más. Después mi hermana se ponía mal y dejamos: Que quede ahí, en el olvido. Vos tenías que averiguar fecha, lugar, todo. No teníamos un hábeas corpus, no teníamos nada nosotros: ¿cómo lo íbamos a comprobar? Y mi mamá con tantos chicos y embarazada no salió a buscarnos, nada, y cuando salió fue a Campo de Mayo y fue que le dijeron: La Panamericana es larga y ancha, en algo andarán sus hijos.
El hijo de tres meses de Mónica se llama Fernando Almirón y ahora tiene 37 años. Es otro de los que ahora está en la mesa. Yo me enteré de todo en el 2006, dice. Mi mamá me dijo que la acompañe a hacer unos trámites, ella empezó a hablar, se descompuso. Siempre ella empieza a hablar y se descompone. Nervios, llantos y todo eso. Fue duro para mí porque no sabía cómo encarar las cosas. Tantos años y nadie me había dicho nada. Me dijeron que mi papá había muerto en un accidente de auto. Fue muy duro para ella contarme, llorar, llorar y llorar.
Las noches de operativos y allanamientos en San Jorge, Mónica todavía cree que vuelven a buscarla. Las noches de tormenta le pasa lo mismo. Hace dos semanas, en el juicio oral por los crímenes de la ESMA, el Tribunal convocó a Fernando a declarar por el caso de su padre. El empezó a hablar: hasta ese momento nadie en la sala sabia qué había sucedido con el resto de su familia. El jueves pasado y en medio de una investigación que empieza a abrirse y entramarse, Patricia logró declarar en la sala.
La sociedad de fomento
Nosotros vivíamos en un barrio donde realmente el barro, si querés, era lo más lindo que teníamos, dice Alfredo. Para 1976, había un grupo que militaba en la Sociedad de Fomento de El Talar. Pertenecían al Partido Peronista Auténtico. Cada uno se llamaba como elegía llamarse. Algunos no eran del barrio, a la Sociedad de Fomento llegaban militantes de la JP. Los universitarios hacían jornadas de trabajo. Ponían los nombres en las esquinas de las calles para que cada quien supiera en qué calle vivía. En la Sociedad de Fomento se analizaban cuestiones del barrio, para mí la mamá del barrio era la Sociedad de Fomento, de ahí se tenía que fomentar el progreso y todavía eso lo sigo sosteniendo.
Entre el 7 y 15 de mayo de 1976, de acuerdo con la reconstrucción que los sobrevivientes comenzaron a hacer, secuestraron a más de una docena de militantes, de quienes nueve siguen desaparecidos. Todos sabíamos que nos podían venir a buscar por ese tema de la militancia. Nos cuidábamos un poco, sabíamos quién había quedado detenido y un día José González, el hermano de Julio, se entera de que a uno de los cocineros que venía al barrio y que estaba en el Sindicato de Publicidad lo habían chupado.
El cocinero era Gucho Raducci. Estaba conectado a la Sociedad de Fomento. José y Julio González eran otros dos hermanos, vivían a la vuelta del local. Julio tenía 24 años, era telefónico. José tenía 22 años, trabajaba en la mutual del Ferrocarril. Apenas supieron del secuestro del cocinero, Alfredo y José dieron el alerta. Fuimos a avisarle a Julio González y a Rosa (otra militante del barrio) para que se fueran, pero ¿qué pasó?: (las patotas) fueron a las casas, apretaron a todo el mundo y las familias les dijeron dónde estaban porque la mayoría de nosotros íbamos a las casas de los familiares. Aparte, otra de las cuestiones es que nadie quería recibir a nadie. La sociedad se tiene que hacer cargo: por el terror o el miedo pero había una especie de cosa de que a los compañeros los habían dejado en el medio, cada uno se arreglaba como podía. Rajá por donde puedas, si te salvás, te salvás.
En ese momento, Alfredo y José se fueron a San Martín, a la casa un hermano de Alfredo. Y a la madrugada nos levantamos con José y nos vinimos de nuevo porque estábamos intranquilos. Vinimos a ver qué había pasado en casa de cada quien. Nos quedamos en encontrar en la estación de Don Torcuato nuevamente y, si había pasado algo, a la hora, teníamos que estar los dos en ese lugar. Cuando yo llego a la parada de mi barrio, en la esquina me para el de la rotisería:
–¿A dónde vas? me dice.
Para la casa.
No vayas: ¡Estuvo todo el Ejército!
Habían estado arriba de los techos. Enfrente. Ese día se llevaron secuestrado a uno de sus hermanos. Ahí me fui del susto caminando a Torcuato, dice Alfredo. Nos encontramos con José y me cuenta que a su hermano Julio también se lo habían llevado. ¿Qué había hecho Julio? Era delegado de EnTel. Se vino a la casa pensando en su papá y su mamá: capaz que si yo no estoy, se dijo, se llevan a alguien, mejor voy y paro la cuestión. Y se lo terminan llevando a él.
Las Salvatierra
Yo estaba viviendo con mi mamá”, dice Patricia. Mi hermana y mi cuñado no estaban esa noche en casa porque estaban en lo de otra hermana en Fuerte Apache. En ese momento, llegaron, patearon, golpearon, rompieron, golpearon a todos, no les importó nada y me llevaron a mí para Fuerte Apache. Me hicieron que toque el timbre y sale mi hermana. Como mi mamá estaba embarazada, me dijeron: Decile que tu mamá está internada. Cuando mi hermana abrió la puerta me pregunta qué pasa. Yo le dije: Mamá está internada. Y en ese momento, le tiraron la puerta encima, se meten y empiezan a buscar a Rubén y a mi otro cuñado, empiezan a golpear y después nos llevan. Pero era un desastre lo que hicieron.
–¿Cuándo fue?
Era de madrugada. Ni sabía la fecha, te digo la verdad, no sabía nada, yo era muy chica. Después de ahí, para mí nos llevan a Munro y después de Munro a la ESMA.
–¿Por qué Munro?
Porque en Munro vivía la tía de él (la hermana de Rubén), por ahí fueron a buscar a alguien. A nosotros nos cargan en un coche, después a mí me encapucharon cuando me llevaron y los días que estuve estaba encapuchada. Nos sacaron una venda, me sacaron fotos, me hicieron el pianito ése, después torturas, golpes todo. No me preguntes cuántos días estuve porque no sé, ni me acuerdo ni me quiero acordar.
Patricia declaró en la audiencia que la torturaron, incluso con picana y el cuerpo desnudo. Un fiscal le preguntó en ese momento cuántos años tenía. Ella dijo 13 años.
Patricia se acuerda de una escalera y de su cabeza golpeando. De un plato de polenta y un escudo de la Armada. Era un barrio que conocía porque ya trabajaba: viajaba hasta Retiro y solía sentir el ruido del avión y del tren, inconfundibles. Mónica le contó a Alfredo que a la entrada de ese lugar, en el piso había una cadena, y que el auto pasaba encima. Yo estuve una semana más o menos. A mí y a mi cuñado nos largaron, ahí, en Florida. Salí inflada, todos los pelos y él todo el cuerpo golpeado y hasta que nos dimos cuenta de que pasaba el 21. Nos habían puesto dinero. Entonces se pagaba el boleto con plata y nos fuimos para Fuerte Apache. Yo agarré al nene y me lo traje a Torcuato, así como estaba, golpeaba. Mi cuñado se queda con su mujer y sus hijos, pero de Mónica no supimos nada hasta tiempo después.
–¿Y qué pasó después?
Alfredo: Uno vuelve a su lugar de origen porque no tenía para dónde ir, eso era donde uno convivía con los vecinos, no es que nos malmiraran y nos acusaban, pero había ese murmullo del por algo se lo habrán llevado. En qué andarían esas mujeres.
Patricia: –¡Hasta ahora! Todavía se escucha el por algo será”. Algo habrán hecho.
Las salidas
Rubén Almirón está desaparecido, también su hermano Leonardo Román. Julio González está de-saparecido. Su hermano José escapó durante un tiempo con Alfredo refugiados por otros compañeros. José se mudó al interior para esconderse. Alfredo terminó preso en Devoto. Alfredo tenía dos hermanos: Carlos y Alicia fueron secuestrados en la ESMA y luego liberados. A Alicia la mató un policía en el 2001 en un caso de gatillo fácil. En el barrio también fue secuestrada y sigue desaparecida aquella otra Rosa que también se llama Salvatierra. La lista todavía continúa. Alfredo More la hace junto a Marina Tofe y Silvia en la página web Encuentro por la Memoria. Hace muy poco encontraron a dos mujeres delegadas de Frigor, estuvieron secuestradas, lo denunciaron hace dos meses.


lunes, 30 de diciembre de 2013

TIEMPO DE BALANCES

Queremos compartir con todos nuestros amigos las fotos de la reunión de fin de año que realizó la Comisión por la Memoria de Zona Norte, además de realizar un pequeño balance de lo que comenzó a poco de finalizar 2012 y se concretó más allá de lo esperado por nosotros durante este año que termina.
Lo que fue el inicio de una búsqueda personal de noticias sobre familiares y compañeros de quienes compartieron la militancia de los '70, se desarrolló de una manera que nos llena de orgullo.
Cuando en noviembre de 2012 Alfredo pudo encontrar a Mónica Salvatierra, la compañera de Rubén Almirón y madre de su hijo, y a su hermana Patricia, hicimos un primer esbozo de relato de sus cautiverios y de la desaparición de Rubén; dimos un paso que nos abrió un camino.  Mónica y Patricia contaron con el invalorable apoyo de todos los integrantes de la Comisión, sobre todos de las psicólogas, que les permitieron poder empezar a procesar todo lo sufrido.
Luego entrevistamos a los familiares de Mingo Flores, Carlos Boncio, "Beco" Estenzini, Alicia More, Mauricio Villalba.  Y los relatos en primera persona de Tito Almirón, Mirta, Rosa y Walter de Frigor, María del Carmen Pérez, que se reencontró con estos últimos, Luis Pérez, la Negra Salcedo, el Gallego César Nieto, José González.
Toda esta labor permitió integrar piezas sueltas, que redundaron en testigos para la causa de Comisarías de Tigre, la comparecencia de Alfredo More como testigo en la causa ESMA, y, sobre todo, mantener viva la memoria de aquellos años, trazar un lazo entre las luchas de entonces y las de ahora.
En resumen, estamos muy agradecidos a todos los que nos prestaron su testimonio y esperamos poder seguir este camino, en pos de Memoria, Verdad y Justicia.
Un cálido abrazo y nuestros mejores deseos para el año 2014.



miércoles, 11 de diciembre de 2013

30 años de democracia

Ayer estuvimos en la Plaza de Mayo, en un acto de celebración y de repudio.
Creemos que había que estar, a pesar de los actos de barbarie policial de los últimos días, para demostrar que somos más, que somos pacíficos, que apoyamos la democracia, porque, como dijo Cristina en su discurso: "Frente a los violentos, hoy más que nunca hay que ratificar la democracia".
Aquellos que pretenden que los árboles nos tapen el bosque, les respondemos con nuestra presencia pacífica, con el respeto por el otro.  Con esta inseguridad fabricada nos quieren hacer olvidar de todo lo que se ganó en estos últimos años.
Tomando otra vez las palabras de nuestra presidenta: "Tengo una sola certeza absoluta: todo lo que falta lograr, lo que nos falta hacer, sólo se puede hacer en democracia, respetando la Constitución, las leyes, las autoridades establecidas".
Mantenemos en alto las banderas de la democracia, con la alegría de compartir un presente y proyectar un futuro, con nuestro pasado y todos los que ya no están, (los de antes y los de ahora), como respaldo.








miércoles, 4 de diciembre de 2013

Tito Ramallo

Tito Ramallo era carpintero naval, trabajó en Astarsa.  Se animó a contar parte de lo que fue la lucha en los años ’70.  Reproducimos parte de la conversación entre Tito y Alfredo More
TITO. A pesar de que pasó el tiempo uno los fantasmas los sigue llevando, hay cosas que no se pueden olvidar.
Nosotros arrancamos con un sexto grado, pero se llevaba adentro esa rebeldía.  Uno se pregunta por qué llegó a hacer su vida de este modo.  Éramos cinco hermanos, mi papá trabajaba y mi mamá estaba muy débil de salud.  Teníamos una casa muy humilde, cenábamos temprano, nos quedábamos en la cocinita y a veces contaban  historias de aparecidos, de la provincia.  Mi papa es catamarqueño, mi madre salteña.  Y había días que contaban sus vicisitudes, lo que les había hecho daño cuando eran chicos.  Y nosotros también terminábamos llorando.  Mi abuelo materno arrendaba campos de Patrón Costas.  Yo con siete años, escuchaba eso.  El señor feudal bajaba a la finca donde ellos estaban, y elegía lo mejor de la cosecha y de los animales para él.  Mi abuelo tenía por costumbre regalarles a sus hijos los terneros, los cabritos, para que los cuiden y los atiendan.  Y como el patrón lo pedía, los separaban a ellos de sus animalitos.  Mi padre contaba que se tuvo que venir de polizón en un tren a Buenos Aires.  Cuando trabajaban allá, les daban las herramientas.  Si quería comer, tenía que ir a la proveeduría de la empresa.  A fin de mes, si le quedaba saldo a favor de usted, seguro que se le perdía una pala, se la daban de nuevo, pero se la descontaban.  Y usted en el mejor de los casos no cobraba nada, en el peor se quedaba con deuda.  Ese sufrimiento de mis padres yo lo fui capitalizando, primero fue un rencor y después, un desafío político.
Se hacían muchas guitarreadas en los ’60.  De esas ruedas, de a poquito se fueron metiendo los argumentos políticos.  Yo hablaba siempre de mi bronca.  Así se fue formando en esa adolescencia la intención de querer desarrollarse políticamente.  Pero habíamos muchos como yo que teníamos nada más que sexto grado, había un abismo con los chicos que estaban en la facultad.  Pero no era algo a nivel individual, era algo de querer sumar, de querer estar con alguien luchando codo a codo.  También era la época de los Beatles, y así cada grupo de la juventud se fue separando, a nosotros no nos gustaba esa movida, queríamos ser proletarios, no nos gustaban los jeans, vestíamos con ropa de Grafa, de trabajo.  Y así fuimos conociéndonos y ampliando, con otros chicos de facultad que iban llegando. Pasando el tiempo, por el 65/66 mataron a Luther King y eso confirmó más la ideología.  También se escuchaba que el Che iba a entrar a Argentina por Bolivia, y nosotros decíamos que lo queríamos esperar, luchando, entrando en acción, con guerrilla.  Yo no me caracterizaba mucho por las charlas, las reuniones.  Yo corría cuando decíamos a ver cómo podíamos armar las milicias. 
En esa época circulaba una grabación de  Perón donde hablaba de un ejército revolucionario peronista para que no sucediera de nuevo lo del 55.  Yo me sentía como pez en el agua, yo amaba la acción.  Y nosotros nos quedamos con Montoneros, dentro del partido, como su brazo armado.  La ultraderecha peronista era reconocida como un enemigo de adentro, que eran los que había que vencer en una primera etapa.  Eso quedó bien claro con lo de Ezeiza.  Eso fue una emboscada.  Se empiezan a armar los cuadros, a hacer grupos más pequeños, para no quedar expuestos, porque la lucha se hacía cada día más peligrosa.
ALFREDO.  La lucha del sindicato ahora es casi igual que la de esa época, a fines del 75 cuando ya se hizo más fuerte la lucha entre los sindicatos y los militantes de base, la derecha había ganado los puestos más importantes dentro del gremialismo.  En el mes de febrero de 1976 desaparecieron los dos compañeros, uno de ellos la maestra, Casariego.
TITO: Nosotros estuvimos cuatro días buscándolos. Fuimos a los cementerios de San Martín, Boulogne, Olivos, donde nos decían que había habido movimiento, que se habían enterrado gente.  Ibamos a levantar las tumbas, algunos estaban con cal, otros así nomás, sin cajón.  Y nosotros íbamos para un lado y otro.  No es fácil olvidarse de esas cosas.  La última vez, salimos dos autos y tres camionetas.  Era en Estefani.  Yendo a Lujan, mano izquierda.  Cuando llegamos, vemos que los que entraban al campo retroceden, rápido.  Voy a ver qué pasó, cruzo la ruta corriendo y cuando voy a cruzar el cerco, los que venían me dicen que los cuerpos estaban conectados a una bomba, para volarlos.  Nos fuimos para allá, no teníamos experiencia de cómo desactivar.  Entonces viene uno que tenía algún conocimiento.  Lo que se veía era monstruoso, no sé cómo se pueda tener tanta saña para torturar así.  Rosa Casariego tenía los pechos todos cortados, los genitales, todos quemados por la picana.  Ella era la hija de un doctor y se metió con un chico de nuestro grupo, por eso teníamos tanta responsabilidad de buscarlos.  Por  Huesito, así le decíamos porque era flaquito, todo el día con un libro abajo del brazo.  Fuimos entonces, aparentemente no habían volado porque había fallado el dispositivo.  Bueno, este muchacho, sin protección, sin nada, le sacó un cable y lo desactivó.  Se pudo levantar los cuerpos, se velaron en el sindicato.  Y bueno, eso era con lo que nos encontrábamos.
ALFRERO: A partir de este hecho la persecución fue muy grande.  El 13 de febrero asesinan al padre Pancho, en la capilla donde él había hecho el responso de estos compañeros, Nuestra Señora de Carupá.
TITO: La noche que levantaron a mi compañero, José Caamaño,  jugaban Ríver y Boca, él era de Boca, yo de River.  Me acuerdo del gol de Suñe, con el que ganaron el partido.  Yo pensaba en la cargada del día siguiente, pero no pudo ser. Sé que él se aguantó la tortura, que no me delató, si no, yo no estaría acá.  La hija de él, que ahora trabaja en la Municipalidad de Tigre, era chiquita en esa época, un rubiecita hermosa.  El sufría por eso, por los hijos, como todo padre ¿no? Pero él tenía una pasión por sus hijos.  Después que se lo llevaron al padre, por intermedio de los delegados organicé una colecta en la sección carpintería, para acercarle una ayuda a la señora, para los chicos.  Nosotros ya estábamos en la clandestinidad.  Ya no teníamos el apoyo de los grandes cuadros, quedamos mano a mano y sin ayuda de nadie, el que nos ayudaba sabía que se jugaba la vida, no había garantía de nada.  Nosotros éramos conscientes de eso, y no queríamos que se llevaran a nadie por nosotros, si nos tenían que llevar que lo hicieran, pero a nosotros solos.
Yo mantuve un silencio dentro de mi barrio, cuando lo levantaron a Mingo, yo tuve que trabajar muy en silencio,  anduvieron mucho tiempo atrás mío de civil.  Tenía un solo contacto en el barrio que se encargaba de informarme, ahora ya falleció, se llamaba Emilia Homero.  La recuerdo siempre,  una señora de 85/90 kg,  saltando un cerco para salvar mi vida.  Uno no se olvida de esas cosas.  Ella tenía mucha llegada en el barrio y se nutría.  Cuando yo venía a visitar a mi  familia, estaba apenas unos minutos y me iba a la canchita, escondido entre el montón de la gente, decían cómo le gusta el fútbol a Tito.  Hoy mi vida la comparto con los fantasmas.  Me quedo con el recuerdo de mis compañeros.
ALFREDO: Me parece que esto es un aporte  que nosotros tratamos de hacer al recordar, al mantener viva la memoria.  Podemos pensar que la sociedad pueda llegar a entender que los que lucharon en los 70 no eran delincuentes.  En esos años fallamos en eso, en acercarnos a los vecinos, a la gente que nos rodeaba, para que conocieran por qué luchábamos.  Me parece que a pesar de toda tu tristeza, es hora de que vos valores todo lo que hiciste y para que la gente lo sepa también.  Además, hay muchos jóvenes en el barrio, hijos de nuestros compañeros, que te tienen como última posibilidad de saber algo de sus padres.  Cuando apareciste en la marcha de Astarsa, todos los familiares fueron a saludarte. Eso demuestra el cariño que tiene la gente por vos.

TITO: A mí la hija de mi compañero me dijo, vos me podés contar de mi papá.   Lo único que le puedo decir es que fue un gran hombre, un gran compañero, que sufrió por sus hijos.  Ella me dice que sus hijos le preguntan por el abuelo, que quieren saber.  Ella sabe que fuimos compañeros de toda nuestra actividad política.  No es que yo me quiera olvidar, si pudiera lo haría, no puedo hacerlo, pero almaceno tanta desconfianza.  Yo a Alfredo lo sondeé mucho para ver con quién se maneja con quién está trabajando, y por eso vengo, por una amistad, a conocerlos a Uds.  Por ahí toqué algunas cosas de manera superficial, a grandes rasgos, pero tengo una sensación de vacío.  Yo siempre soñé con la justicia social, la justicia para el pobre, este gobierno, no estoy totalmente de acuerdo, pero de alguna manera, en derechos humanos, con la juventud de La Cámpora, que me parece muy capaz, que tiene que salir a formar cuadros, a caminar los barrios.
Villa Garrote se empezó a formar muy cerca de Astarsa.  Yo le dije a mi compañero, José, por qué no utilizar la comida que queda en el comedor de la empresa, para darle a esta gente, con un poco de pan.  Y así empezó Villa Garrote, y ahora es peligrosísima.  Lo que falta es darles a esos chicos un sentido de vida, enseñarles que la política no es basura.  Hay que explicarles, que se formen, que sepan ejercer sus derechos. 
En el barrio fue muy duro, lo que primero decían “andá a saber en qué andaban”.  Lo que sí aprendí es que si hoy se crea un movimiento medianamente parecido en la acción o la opinión, que primero se concientice al pueblo, individualmente como agrupación sos muy vulnerable.
A mí me gustaría contar por qué fue la lucha, qué pensaban, eso me gustaría, aportar algunos puntos de vista.
Nosotros tuvimos una dirigencia, que dejó ver hasta determinadas cosas.  Yo me siento que fui un poco usado, y el resultado fue sálvese como se pueda.
Yo me exilié.  En San Isidro, mi suegro tenía un negocio de verdulería, y se fue extendiendo y llegó al colegio Marín.  Por intermedio de Casaretto, el que fue obispo de San Isidro, canaliza mi suegro el hábeas corpus para mí, y me permitieron salir del país.  Llegaron hasta Harguindeguy.  El dijo que no había excepción para nadie.  Le dijeron que yo era carpintero y preguntó si andaba con “herramientas”.  Ellos le contestaron que  sí, martillos, tenazas, las de un carpintero.  Le dijeron que me quería ir por cuestiones económicas.  Y no lo permitió.  Luego hicieron otro pedido a través del obispado de Quilmes o Morón, hubo un apoyo del otro lado y entre gallos y medianoche crucé a Uruguay, sin familia, solo, y de ahí seguí.  Hasta Venezuela.  Estuve casi dos años trabajando en el campo casi dos años, hasta el 77.  Fue muy duro eso.  Yo comprendo a los inmigrantes de los países limítrofes acá, yo lo padecí mucho eso.  El instinto político uno no lo pierde, uno siempre ve lo que se podría hacer políticamente para mejorar.  Nosotros le pedíamos al jefe, que nos permitiera comer a la sombra, debajo de un árbol.  Y no nos dejaban.  Tenías que pararte ahí donde estabas y comer bajo el sol.  Una cosa horrible, no había agua caliente para bañarte, había un arroyo y pusieron dos caños y de ahí salía el agua y con eso arregláte.  A los argentinos no nos quieren afuera, no sé si porque vendemos una mala imagen, no sé.

Yo me quedé siempre con una frase del Che, “la revolución en Latinoamérica pasa por la cultura de los pueblos”.   Eso es lo que tenemos que hacer, hay que instruirse, hay que aprender.  

Mirta, Rosa y Walter, de Frigor

Mirta y Rosa son amigas de toda la vida.  Se conocieron trabajando en Frigor, la fábrica de helados que está sobre Colectora, mano provincia, en Pacheco.  Por el tipo de producto, la empresa cuenta con un plantel permanente y toma por temporada bastante gente, que trabajan de junio a febrero.  En 1976 ellas dos, junto con quien hoy es el marido de Rosa, Walter, formaban parte del personal efectivo.  Mimi, que las conoció en la fábrica, trabajó allí varias temporadas.
Rosa, Mirta, Walter, Mimi y su nietito, en el reencuentro
Rosa nos cuenta que nunca tuvo interés en ser delegada, si bien se autodefine como “jetona”, en el sentido de haber ido siempre al frente con sus compañeros, para defender sus derechos.  Mirta, por el contrario dice que “el mío fue otro caso, porque yo sí había estado metida, ayudaba a un muchacho, Andrés Ruggero, que era telefónico, yo le preparaba los micros, íbamos a Plaza de Mayo, estaba afiliada al Partido Peronista, o sea que hacía actividad política.  Yo trabajaba pero también me ocupaba de eso.  Había una villa acá atrás; con otra compañera, Azucena Martín, que era peronista leal, (yo no he conocido otra persona más leal, la vida dejaba); con ella íbamos donde se necesitaba.  Ella te llenaba un micro en dos minutos.  O sea que yo sí había tenido participación, entonces estaba un poco más complicada”.
Poco antes de la dictadura ingresó una trabajadora temporaria, Carolina Líster, que detectó el perfil combativo de Rosa y Mirta y las alentó para que se postularan como delegadas.  Fue por su vinculación con Carolina, aparentemente, que ellas fueron secuestradas: durante los interrogatorios les preguntaban constantemente por ella, Rosa destaca que “cuando salimos los militares dijeron “Daríamos hasta lo que no tenemos por encontrarla; esas fueron las palabras textuales del mayor del ejército.  Nos dijo que la próxima vez miráramos mejor con quiénes nos juntábamos”.   Con Mirta sucedió algo parecido: “Los militares me dieron un número de teléfono el día que me soltaron.  Me dijeron que no podía hablar con nadie de lo que me había pasado, y que si veía a Carolina tenía que llamar, porque pobre de mí si la veía y no avisaba.”  A pesar de esto, no descartan la complicidad de la empresa, ya que a ellas, apenas aspirantes a delegadas, se las llevaron, mientras que al delegado, afín al sindicato, ni lo tocaron.
¿Cómo fue que las detuvieron?
Rosa: Fui detenida el 28 de marzo de 1976, durante  38 días, hasta que se ve que averiguaron antecedentes, al no encontrar nada, me liberaron.  Me fueron a buscar a mi casa, vivo en el barrio Baires de Don Torcuato, rodearon toda la manzana.  Primero estuve en la Regional de Tigre, de ahí nos trasladaron en un vehículo y a los dos o tres días me di cuenta de que estaba en la comisaría de Tigre. Luego de  un par de días empezaron a tomarme declaración.  Por suerte, por decirlo de algún modo, no fui torturada físicamente, pero sí psicológicamente, te decían que  eras culpable de tal cosa, que hiciste tal otra, y cuando lo negabas, decían que era mentira, y te lo repetían, una y otra vez, era agotador.  Y el encierro en sí.  En 38 días tuve tres declaraciones en las mismas condiciones, encapuchada, no supe quién me interrogó, eran militares, ellos me detuvieron. Estuve en una celda unos 15 días con una maestra, después con una señora que aparentemente era la suegra de Carolina Líster, que se ve que estaba metida a full, pero de eso una se da cuenta después, porque al principio las conversaciones no eran así.  Nos decía sos bárbara vos, para ser delegada, y así.  Bueno, esta señora era la suegra, pero como tenía problemas cardíacos, la hija logró sacarla.  Prácticamente estuve los 38 días sola en un calabozo, me encapuchaban para las declaraciones.  Yo tenía 23 años.  También se llevaron a quien hoy es mi marido, Walter, él estaba conmigo en casa porque íbamos a viajar a Uruguay a conocer a mis suegros.  Como es uruguayo, pensaron que estaba vinculado con Tupamaros.  A él lo tuvieron la misma cantidad de tiempo, y lo torturaron.  Lo de él fue fuerte.  Yo, por suerte, (siempre digo suerte no sé por qué, porque fue una porquería el hecho en sí, la situación), pero ante la tortura de los compañeros, la gente que desapareció, yo la pasé, dentro de todo, bien.  Lo que sí era angustiante era que a vos te llevaban a declarar, encapuchada, y no sabías qué te esperaba.
Mi familia tardó no sé cuánto en encontrarme, yo no tenía ninguna comunicación con ellos.  Habían ido a la fábrica a preguntar.  Cuando me encontraron nos llevaban comida y eso, a veces nos la daban y a veces no.  También  llamaron a mis suegros, allá en Uruguay, y todo ese rollo.  Bastante traumático todo. 
Mirta: Cuando se llevaron a Mirta me vinieron a buscar a mí, el 28 de marzo.  Tuve la suerte de que ese día no estaba. Vinieron a esta misma casa,  yo tenía apenas una prefabricadita en ese tiempo, me tiraron la puerta abajo, revolvieron todo, me afanaron lo poquito que tenía y se fueron.  Los vecinos se encargaron de ir a avisarme y me arreglaron la puerta.  Tuve tres allanamientos, gracias a Dios jamás me encontraron.  Después ya de última dejaban los soldados ahí parados.  Yo estaba en Virreyes, en la casa de mi ex suegra; su esposo había sido detenido en el ’55, tenía claro lo que estaba pasando, me quería mandar al Uruguay, me decía vos no tenés idea nena, lo que esto, no sabés.  Te van a matar.  Y yo insistía en que no me podían matar, porque yo no había hecho nada.  Hasta me dio una cachetada una vez, para que entienda, pero yo seguía en la misma.  Al final se cansaron, me dijeron jodéte, es tu vida, pero me cubrían todo el tiempo, no me dejaban viajar ni moverme sola, siempre en auto, para todos lados.  Había que esperar que terminara mis vacaciones.  Yo sabía que me iban a llevar, pero quería que me sacaran de la fábrica, porque era una manera de que yo pudiera salir después con vida.  Si me encontraban en la calle sabía que no.  Entonces ellos cuidaron de mí de esa forma.  Yo tenía a mi nena en ese momento.  Al final un día entraron en la casa de la vecina de enfrente, porque decían que ella me estaba ocultando ahí.  Esos 14 días de vacaciones fueron terribles.  Me buscaban por cielo y tierra.  El mismo día que me reintegro a la fábrica de vacaciones, trabajé hasta las 10 de la mañana, me llama el jefe de personal y me entregó.  Después creo que me favoreció un poco que mi ex suegra fue urgente a la fábrica y lo hizo responsable al jefe de personal, Villegas se llamaba, el nombre no me acuerdo.  Ella lo encara y le dice que él va a ser el único responsable.  Y usted no se olvide, le dice, que en algún momento se va a dar vuelta la tortilla y Ud. en carne propia va a sufrir, porque a ella de acá la sacaron viva, y tiene que aparecer viva.  Después me contaba el miedo que tuvo, pero que se hizo la corajuda porque no tenía otra forma, por la desesperación de querer salvar a alguien y no saber cómo hacerlo.  Y el tipo le dijo, bueno, acá la vienen a buscar, pero si ella no tiene nada que ver con nada la van a soltar, habrá que esperar.  Durante  la última declaración, que la hice en un sillón sentada, siempre encapuchada, creo que escuché un llamado y hablaban con un tal Villegas.  Y escuché que decían sí mi general, o algo por el estilo.  Y después como que decían ojo con estas, por Susana y por mí.  Y a los dos días, nos soltaron.  No sé si él sería militar o tenía algún pariente que lo era
Yo nunca supe dónde estuve. A mí me sacan de Frigor y me llevan  a un lugar cerquita, por el tiempo del viaje.   El día antes de que me den la libertad, (yo pienso, ojo), me dio la impresión de que me trajeron a Tigre, porque escuchaba mucho el tren.  Pero nunca supe.  Me trasladaron por tres lugares.  El último creo que era un lugar muy grande, como un galpón, mucha gente, había una chica que era maestra de Tigre.  No se podía hablar, porque cada vez que abríamos la boca, te golpeaban.  Apenas me sacaron de la fábrica en el auto me vendaron y yo no sabía dónde había llegado, ahí estuve casi un día, pero recuerdo que traen a un muchachito a los golpes, y no sé si él me había visto antes, como yo lloraba tanto, me acuerdo, me dijo, “No llores, flaquita, ¿de qué fábrica sos?  Si salís primero avisále por favor a mi familia, soy delegado de Wobron”.  Mucho no podías decir, porque cuando te escuchaban no sé con qué te golpeaban, como un látigo, palo, te dan uno de esos y ya no abrís más la boca.  Y te van separando, no querés hablar con nadie ahí adentro. Tenía los ojos vendados y arriba de la venda la capucha, todo el tiempo así.  Nunca nos dieron de comer, un par de pedazos de pan nomás, un mate cocido, una o dos veces.   Pero ahí no tenés hambre, no tenés nada; en general todos éramos como conscientes de que no salíamos más de ahí.  Yo creo que ya no queríamos ni que nos saquen, cada vez que te llevaban a algún lado era para la tortura, queríamos que nos maten.  A mí me decían que diga quién era el tupamaro, (por Walter, el novio de Rosa), yo jamás había escuchado que le dijeran así, no lo relacioné nunca.  Y bueno, de última les dije: yo no te puedo decir lo que no sé, pero vos querés que lo diga, yo lo digo, pero por favor o matáme de una vez o dejáme de joder.  Es terrible, solamente el que ha pasado por eso sabe lo que es.
¿Alguien las vio o ustedes vieron a alguien?
Rosa: Yo solo estuve con esa maestra y la señora que era la suegra de Carolina Líster.  Cuando nos soltaron, directamente salimos de la comisaría de Tigre.  Nos hacía mal el sol, después de 38 días a la sombra.  Salimos de ahí y dimos toda la vuelta, caminando, hasta la Regional, y ahí nos dieron el papel donde constaba que no teníamos ninguna participación subversiva, y luego nos dijo esas palabras este mayor, cuidado con quién nos juntábamos.  No recuerdo cómo se llama.
Mirta: Había una compañera, Susana Castañares, que ahora ya falleció, la conozco por la tos una noche, porque había mucha gente ahí.  Yo esa tos la conozco dije, hasta que me atreví a hablar, “¿Susana?”, llamé, y me dijo “Sí boluda, soy yo, pero por tu culpa estamos acá”.  Yo le dije, ya vamos a salir, y me contestó, no de acá no salimos más, olvidáte.  Y yo dije, si hay un Dios tenemos que salir, porque no hicimos nada malo, fue pelear por lo que creíamos que era justo y nada más.  Por ahí la involucré y yo me sentía culpable por eso, porque ellos (Rosa y Walter) también venían a mi casa, pero jamás me siguieron a un acto político, venían porque yo estaba separada  de mi esposo, tenía una nena,  no podía darme el lujo de irme a comer por ahí, a mí me gusta cocinar, nos reuníamos y hablábamos de todo, así pasábamos los sábados.  Rosa estaba de novio con Walter en ese momento, yo también pero al mío se lo habían llevado por la colimba al sur.  Así que estaba sola, en las reuniones ellos me acompañaban, yo hacía tortas fritas, comíamos, jugábamos a las cartas.
¿Y qué pasó con el barrio, con la familia, cuando las liberaron?
Rosa: Todo bien, jamás creyeron que yo fuera culpable de algo, yo era Rosita en el barrio.  Estaban un poco aterrados, porque rodearon la manzana cuando nos fueron a buscar.  Es más, había un vecino al lado, que después se mudó, que desde adentro sacó un montón de fotos, a los soldados.  No sé si las tendrá, no supe más de él.  Me acuerdo el nombre, Juan Platamone.  La vuelta a la fábrica, de la parte directiva, ningún problema.  Yo volví medio durita, no hablaba, por el miedo.  Pero lo demás, todo bien, de hecho, terminé siendo encargada. 
Walter: Nosotros con los vecinos no tuvimos problemas, creo que si las cosas no se dijeron antes fue por miedo antes que por otra cosa.  Yo nunca sentí vacío de los vecinos, más allá de que yo nunca tuve mucha relación con ellos.  Uno está todo el día laburando.  En el ambiente nuestro, más que nada familiar, eso se supo, obvio, y las veces que se pudo hablar se habló.  Lo que pasa que uno a veces tampoco lo habla porque es como andar revolviendo algo que tampoco gusta ¿no? Y en el primer momento, ya les digo, cuando nos largaron, nosotros salimos que veíamos un coche verde o un milico y estábamos rogándole a Dios que no vinieran a llevarnos de nuevo.  Lo primero que pensábamos era que nos venían a buscar, y ese miedo persistió durante mucho tiempo.  Después de a poco, van pasando las cosas, y te vas animando a contar lo que pasó.  A vos siempre te queda eso de que si abrís la boca, y decís algo, incluso en el mismo trabajo, no querés que se sepa mucho.

Mirta: De mi familia recibí todo el apoyo, todo bien.  Nunca se habló mucho de esto, porque yo no quería.  Abrazos, besos y ya está, tratemos de olvidar todo lo que pasó.  Yo recién empecé a hablar, como que fue una decisión mía callarme y nadie me preguntaba.  Ahora están contentos, me dicen que voy a estar menos loca porque me saqué una mochila de encima.  Pero me costó, todavía me cuesta, no puedo hablarlo sin llorar.
En cuanto a la fábrica, yo volví pero perseguida todo el tiempo por ese atorrante del jefe de personal.  Me ofrecía que me fuera con él, que renunciara, él me conseguía un trabajo mejor.  Además, de eso, yo sentía que me perseguían todo el tiempo, que alguien me seguía. También me amenazaban continuamente con la hija que tenía, que era hermosa, me decían, que me cuidara de hablar de lo que me habían hecho, por más años que pasaran, que pensara en mi familia.  ¡Qué iba a tener ganas de hablar yo!  Mirá si habrán generado miedo, digo yo, que con ella (Rosa) jamás lo charlamos.  Lo único que hicimos después que salimos las dos, nos abrazamos llorando, y nunca, nunca, nos preguntamos qué te hicieron a vos, o por lo que vos pasaste.  Recién lo pudimos hablar hace un par de meses, que nos pudimos sentar los tres, Rosa, Walter y yo, y decir qué mierda nos había pasado, lo que tuvimos que vivir. 
Yo después no milité nunca más.  Vengo de una familia muy pobre, muy humilde, vivíamos en Entre Ríos, y mi primer juguete fue regalado por Eva Perón.  Me criaron mis abuelos contándome eso, esto te manda Evita, mi primer guardapolvo, siempre Evita.  Así que para mí Eva Perón estaba allá arriba.  Yo tenía un cuadro de ella con Juan Perón, lo mirabas de un lado y tenía la cara de ella, y lo dabas vuelta un poco, y aparecía la cara de él, era hermoso.  Yo me sentía peronista de alma.  Cuando me pasó eso, no encontré más mis cosas de oro, nada, todo esto despatarrado, no tienen idea, una prefabricada era la casa, encima.  El cuadrito, no sé, creo que me lo quemaron (risas).  Pero bueno, mi corazón los va a seguir amando, son unos grandes, para mí, hasta que me muera.  Nosotros no teníamos ni guardapolvos, ni zapatillas para ir al colegio, cada vez que teníamos una zapatillita nueva, escuchábamos “¡Nos trajo Evita!”  ¿Cómo no ibas a querer a una persona así?  Es mi verdad.
¿Vos también sos de Entre Ríos, Rosa?
Rosa: Yo viví siempre por acá, Munro, Carapachay, y ahora en Baires.
Y vos también estuviste cerca, Mimi.
Mimi: Yo la verdad que siempre pienso que no nos pasó nada porque en la cuadra de mi casa vivía un suboficial inspector de la Regional de Tigre, que era como el vecino bueno del barrio, pero a la noche vos veías que llegaban los camiones de los milicos y bajaban pianos, pieles, muebles, montones de cosas.  Y en mi casa, como mi papá era telefónico, estaba el único teléfono que existía, aparte del  teléfono del Hindú Club estaba el de mi casa.  Entonces el tipo venía siempre a hablar a casa.  Mi papá siempre fue comunista, en casa habíamos hecho reuniones con Carolina… Pero a mí nunca me pasó nada.  Yo estaba con ellas en la misma época en la fábrica, pero yo era temporaria, las conocía, pero no había amistad.  Yo me enteré de lo que les había pasado pero no estaba en la fábrica porque ya se había terminado la temporada, ellas eran efectivas, trabajaban todo el año, yo lo hice hasta el ’81, pero entraba en junio y en febrero estaba afuera.  Yo había ido a la casa de Carolina, lo conocí al compañero de ella porque vivía en el mismo barrio que el papá de mi hijo mayor, en José León Suárez.  Así que yo estuve con ellos, anduve, pero jamás, jamás, más que por ahí en alguna razzia llevarte, pero nunca secuestrada ni nada de eso.  Obvio que en mi casa se quemaron muchas cosas, se enterraron libros, todo eso.  Mi viejo la tenía re-clara.  Él siempre pensó que zafamos por eso, porque el tipo no quería tener teléfono en la casa, usaba el nuestro.  Se llamaba Rubén Villamayor, de la regional de Tigre, que fue un CCD.  Terminó todo torcido porque le agarraron no sé cuántos ataques de presión.  La pagó, terminó hecho un vegetal.  Por mi casa se llevaron a mucha gente, a Poti, a la tía y al marido, que eran del PC.  Siguen desaparecidos.  Fueron unos de los primeros que se llevaron en el 76.  Yo la recuerdo a Carolina, sé que era socialista, el compañero estaba en Astarsa o en astilleros, no recuerdo bien, pero él era un cuadro.  Después no supe más de ellos.  A mí siempre me pareció que ella no se llamaba así, no sé por qué, quizá me equivoco.
Alfredo: Cuando vos mencionás que no querés revolver todo lo que pasó, yo entiendo eso, el terror que a uno le produce todo eso.  Pero creo que uno lo tiene que volcar para que eso no suceda más, que se sepa que a vos te llevaron por ser laburante, nada más.  Porque si no va a quedar en la historia que se llevaron solamente a gente que estuvo comprometida políticamente, y no a los trabajadores.  Esto es lo que nosotros queremos rescatar.  Todo se va dando, en esta etapa, en que uno tiene respaldo del estado, que te vamos a escuchar, cosa que antes no pasaba.  En el 83 nadie abría la boca, estaba muy próximo todo.  El terror que se infundió al pueblo, estuvo bien hecho, al principio nadie quería hablar, por miedo.
Rosa: Es como te decíamos, nosotros con Mirta nos dejamos de ver, pero me parece que para no involucrarnos mutuamente.
Walter: En un primero momento fue así, es lógico que te quede el miedo, después el tiempo hace que vayas elaborando las cosas y las veas de otra manera.  Al principio no es fácil.  A nosotros nos sucedió al principio de la represión.  Yo recuerdo que en la fábrica estaban los colimbas, adentro, custodiando todo, del lado de adentro, y yo tenía que laburar así.  Un día, no me voy a olvidar jamás, yo trabajaba en la parte de automotores, y yo estaba revisando uno, era invierno y los soldados estaban todos con el casco y esas capas verdes que usan.  Y viene un compañero y grita “¡Tupa!”. Ahh, no te imaginás, el susto que me pegué.  Resulta que era uno de los chicos que había estado conmigo, preso, en el mismo lugar, yo ya ni recuerdo el nombre, nunca más lo vi.  Pero incluso después de haber salido, tuve que estar con los milicos ahí dando vueltas, que estaban mirando todo lo que estaba haciendo yo, que en cualquier momento me levantaban y me llevaban de vuelta.  Y era mi trabajo, yo tenía que estar, tenía que ir.  A nosotros nos volvieron a tomar, no sé si lo tuvieron que hacer, no sé si por el papel que nos dieron, un pedazo de papel no sirve de nada en ese  momento.  Lo que comprobó fue que no nos habíamos presentado a trabajar por esa causa.  También mi madre, mi cuñada, dieron muchas vueltas en esa época, iban a la empresa, a preguntar.
Rosa: Los milicos fueron a la fábrica el mismo 24, adentro de fabricación, al lado de las máquinas.  Dos días más, y nosotros salimos de vacaciones, bah, nos fuimos de vacaciones 38 días.  Yo lo que no me acuerdo es cuándo nos encontró nuestra familia, calculo que una semana.
Ustedes comentaron que estuvieron sin verse, que se reencontraron recién hace un par de años…

Mirta: Tenés tanto miedo que no querés ver a nadie ni saber más nada de nadie.  Yo hasta hace poco tiempo veía un traje verde y… Nos reencontramos cuando mi ex suegra, que sigue viviendo muy cerca de mí, nos hinchaba para que habláramos, nos decía que nos merecíamos una compensación económica, porque el estado nos tiene que pagar.  Nosotras le decíamos que no va a haber plata en el mundo que pueda compensar todo lo que pasamos, todo el dolor.  Pero ella insistía, y hará poco tiempo que yo me enfermé muy mal, y me dijo viste, por qué pasás necesidades, si te lo merecés.  Y un día tomé coraje y la llamé a Rosa y nos encontramos, charlando de estas cosas, decidimos ir a La Plata. Un día Rosa  me dice dale, te invitamos a almorzar, vamos a festejar el reencuentro y nos vamos a La Plata a averiguar.  Yo fui por si ellos necesitaban algún testigo.  Cuando llegamos, ellos charlaban con una chica y yo quedé ahí, a un costadito.  La chica me pregunta ¿y Usted?  Y yo digo que nomás los acompañaba a ellos.  Pero Mirta les dice que yo tenía el mismo problema, pero ningún comprobante, ni testigos, porque me habían estado paseando todo el tiempo y no sé dónde estuve.  Entonces la chica me llama y me dice que fuera con ella, que le cuente la historia.  Yo me negué y ella insistió porque ella sabía de varios casos como el mío, me mandó a DDHH.  Y fuimos hasta allá, y de entrada me dijeron que no.  Yo la miré a Mirta y dije “Viste,¿ justicia para quién?” Y parece que le toqué el corazón a alguien, nos hicieron pasar y me abrieron la puerta.  Después nos trataron muy bien, lo charlé, me contactaron con una psicóloga y cada tanto voy a verla.  Por lo menos tengo una contención.  A mí no me importa si me pagan o no, pero por lo menos me llevo el consuelo de que alguien me haya dado un abrazo y me haya contenido en esta mierda que llevo por tantos años, y que nunca nadie me dio un abrazo por eso, nadie me consoló, y sabés cómo lo necesitaba, sólo Dios lo sabe.  Y quiero ponerme fuerte, pero no sé, o soy muy llorona, o no sé qué me pasa, pero es una angustia muy grande, yo delante de mi familia no lo quiero hablar porque no quiero que me vean así.  Cuando fui a La Plata por primera vez, volví, me tomé una pastilla y pensé que me iba a dormir.  Pero no.  Escuchaba los tacos de los milicos, todo.  Yo pensé que me había olvidado de todo, pero no, en sueños me encontré en medio de toda esa gente, me acordé de una escalera que subí cuando me llevaron para decirme que era un error, que se habían equivocado.

José González - Fernando Almirón

La dictadura militar que usurpó el gobierno en 1976 marcó a nuestro país en todos los ámbitos.  Luego de la apertura democrática, con el Juicio a las Juntas que develó sus crímenes a toda la sociedad, siguió la presión de los militares para que esos juicios no se extendieran más allá de quienes encabezaban el gobierno, desembocando en las leyes de obediencia debida y punto final.  El intento de mantener la impunidad tuvo su punto culminante con los indultos, una serie de decretos sancionados en octubre de 1989 y diciembre de 1990 por el entonces presidente Carlos Saúl Menem.  A partir de ese momento se inicia un período de negación de la memoria, en el marco del proceso neoliberal que asoló no solo a la Argentina sino a toda América Latina, con su secuela de desocupación, miseria y pérdida de los valores solidarios y de búsqueda de la equidad social que por décadas nos caracterizaron.
Todo eso comenzó a tener reparación a partir del 25 de mayo de 2003.  Néstor Kirchner, declarándose hijo de las Madres de Plaza de Mayo, descolgando los cuadros de los genocidas, cimentó el camino para que la justicia empiece a ocupar el espacio robado durante tantos años.  Lentamente, los lazos rotos comenzaron a recomponerse. 
La historia de quienes sufrieron en carne propia la desaparición forzada y de sus familias, es la historia del país.  El horror de la dictadura permaneció vivo en quienes sobrevivieron y en aquellos que perdieron padres, hijos, hermanos, amigos. Muchas familias quedaron divididas por separaciones obligadas, por silencios autoimpuestos, que comenzaron a romperse.
José fue uno de los compañeros de militancia más cercanos de Alfredo More.  Ellos estuvieron junto a Rubén Almirón, cuya historia fue la primera que se reprodujo en este sitio.  Rubén tuvo un hijo, Fernando, quien recién en 2006 supo que su padre estaba desaparecido.  Fernando declaró en el juicio por la ESMA a fines de abril de 2013.  Está recuperando su identidad perdida, reconstruyendo a través de los relatos de los compañeros, la memoria de su padre.  José es el padre de Marcela, la hija de Alicia More, hermana de Alfredo, que nos contó también su historia.  Piezas todos ellos de un intrincado rompecabezas que luego de 37 años empieza a armarse.
Se juntaron José, Fernando y Alfrero y surgió esta charla:
José: Yo he vivido en Don Torcuato, en el barrio Ricardo Gutiérrez.  Mi militancia empieza desde muy chico, vengo de una familia peronista.  En el año 55 mi padre era maquinista ferroviario y se tuvo que ir a Pacará, en Tucumán, a trabajar porque lo perseguían en ese tiempo por ser militante peronista.  Tuvo un tío que fue diputado provincial, un primo diez años preso por ser de la Resistencia Peronista; entonces, como quien diría, “mamo” esto desde muy chico, prácticamente desde las raíces, siempre recuerdo las huelgas ferroviarias, mi papá era delegado.  Recuerdo el paro del año 62, cuando se paralizó el troncal de todos los ramales, cuando Frondizi comenzó con el cierre de algunos ramales.  En ese entonces había un policía esperando que papá volviera a casa.  Nosotros teníamos que ir a verlo a otro lugar, porque él estaba escondido, si no, lo metían preso. 
Por toda esta historia, desde los 17 empiezo a militar en la JP.  La militancia, más que otra cosa, era pintar paredes y alguna pegatina del famoso “Perón vuelve”.  Luego de los fusilamientos de Trelew, en agosto de 1972, por iniciativa de varios compañeros entre los cuales me incluía, fundamos una Unidad Básica, donde era el mercado del barrio, en la esquina de Avda. Belgrano y Acassuso, en Torcuato.  La llamamos Unidad de Trabajo Mariano Pujadas.  Trabajábamos en algunos barrios, como el Estrada, 26, Baires, kilómetro 30.  De allí salíamos a las movilizaciones, con micros, íbamos a algunas villas, como El Sapito, donde concurríamos con un médico, una enfermera.  Había también un ingeniero, que enseñaba a los vecinos a hacer los bloques de cemento; en esa época muchas de las casillas de la villa tenían paredes de cartón, con las lluvias era un desastre.  La idea era levantar las paredes de ladrillos.  Los médicos revisaban a los chicos y las mujeres de la villa; las enfermeras capacitaban para poner inyecciones y detectar los síntomas de enfermedades.  Una enseñanza base como para solucionar los problemas porque era muy difícil que ellos pudieran salir e ir un hospital acá cerca, porque no existían en ese tiempo.
Ese fue el principio de la militancia.  En 1975 llego al barrio Almirante Brown, en ese tiempo como militante del Peronismo Auténtico, donde estaba Andrés Framini a la cabeza y la JP apoyando ese proceso de diferenciación de la derecha peronista.  En el barrio hacíamos el famoso trabajo de golpear puertas, casa por casa;  nos sentábamos con el vecino y le explicábamos de qué se trataba el proyecto de trabajo nuevo, en una Sociedad de Fomento donde la idea era agrupar la mayor cantidad de personas para llevar a cabo un proceso de cambio político que el país necesitaba.  Muchos compañeros del barrio se nos unieron.  De ellos hay muchos desaparecidos.  Fue todo bastante complicado, en mayo del año 76 nos tenemos que ir y empezaron a caer los compañeros.  Fueron al barrio Almirante Brown y cayó un montón de gente.  En mi casa lo levantaron a mi hermano, de 23 años, que continúa desaparecido.  Yo me pude salvar y traté de hacerlo con algunos más.  Y empezó un derrotero de situaciones complicadas, porque empieza la persecución; en esa situación se tienen muchas sensaciones raras.  No podés estar con tu familia, el miedo a que en cualquier momento te levantaran, era muy atroz la persecución.  Hemos vivido con Alfredo en varios lugares en Capital Federal, nos íbamos a acostar y no sabíamos si al otro día seguíamos vivos. 
Después de una serie de inconvenientes que tuve acá me fui al interior. Tenía una posta en Rosario, pero cuando llegué ya estaba el ejército.  Me tuve que volver a Buenos Aires y me fui a Cuyo, donde estuve años escondiéndome.  Pero parece que Dios no me quería, sigo vivo…En resumen, esa fue mi vida en esos años.  Cada vez que se paraba un auto pensaba que era la patota que venía por mí.  La mente estaba siempre atenta por cualquier ruido, cosa rara; cualquier persona que daba vueltas por ahí yo pensaba que era de los servicios.  Así pasé mucho tiempo.
Alfredo: Me gustaría que cuentes el período de militancia dentro del barrio, cómo eran las cosas, las relaciones entre los compañeros.
José: En la militancia no había apetencias personales.  Todos luchábamos por un proyecto de vida, éramos jóvenes que lo teníamos bien en claro.  Caso concreto, yo no viví de la política; al contrario, yo trabajaba y ponía plata de mi bolsillo para darle a los compañeros de la villa que no tenían ni para la leche.  Yo cambié mi horario de trabajo, que era de 9 a 17, por otro de 7 a 15, para poder ir a militar al barrio.  Pero yo nunca dejé de trabajar, la política nunca me dio plata.  Nadie me dio nada.  Esas son experiencias que uno las puede tener por estar consustanciado con un pensamiento, que era compartido por mucha gente.  Si los desaparecidos son 30.000 eso implica que había muchas más personas, que apoyaban también ese proyecto.
Alfredo: El 2 de mayo, cuando declaré en el juicio por la ESMA, por el caso de Rubén, el papá de Fernando, el fiscal me preguntó si quería agregar algo más sobre los compañeros; yo declaré que lo que más rescataba era la sensibilidad social de todos ellos.  Eso me quedó muy marcado a mí.  Gucho, por ejemplo, que se notaba que era de una familia bastante acomodada y laburaba de cocinero en el Sindicato de Publicidad.
José: Sí, era cocinero.  Y antes fue a una fábrica a trabajar, no sabiendo nada de eso, porque él estudiaba Derecho, nada que ver.  Pero se hizo obrero para entender por qué estaba luchando.  Porque los compañeros que venían de la facultad querían saber cuál era en esencia el problema del proletariado.  Esto demuestra que la gente trabajaba por un proyecto, para que todo el pueblo estuviera bien.
Alfredo: Claro, porque después de la dictadura y sobre todo en la década de los 90, quedó como que quien participa en política está en una actividad rentable.  Y yo lo que veo de aquellos años, sin ir más lejos: Rubén que trabajaba en el Sindicato de Publicidad, tu hermano, telefónico; vos ferroviario, todos laburantes.  Mingo Flores trabajaba y estudiaba.  Luis Pérez, terminando el secundario y trabajando en una empresa de Lácteos.  Toda esa gente con buena voluntad y bastante conciencia, sin buscar “salvarse” con la política.  Por eso estamos haciendo esto, tratar de armar todas esas historias para que se sepa qué clase de gente era.  Espero que nos dé el tiempo para poder armar todo.
José: Sin dudas se trata de un rompecabezas.  La dictadura logró su objetivo, sembrar el miedo.  Hemos tenido años muy fuertes y complicados y el miedo ganó a cada una de las personas.  Son cosas que quedan muy marcadas.  Te dijo más: yo, hoy en día, cuando voy a trabajar, no voy y vuelvo por el mismo camino.  Lo hago inconscientemente.  Todavía sigo perseguido.  Son hábitos que te quedan.  Fue muy fuerte.  Amén de haber tenido la suerte de hoy poder contarlo.  O no.  No sé si hubiera sido mejor lo otro, porque lo que uno pasa en todo este proceso es muy delicado, te hace mella.  Por qué yo no.  He visto compañeros muy cercanos a mí que hoy no están.  El caso de Mariano.  Con Alfredo estuvimos viviendo en su casa en una primera etapa.  Muy amigo mío, hoy no está.  Mi hermano, muchos compañeros más que los tengo siempre presentes, pero bueno…
Alfredo: Yo cuando hablo con vos me acuerdo de cuando íbamos a lugares que los padres de otros compañeros nos  ofrecían irnos del país, con los hijos.  Y nosotros no quisimos nunca.
José: Es cierto.  Nosotros hemos sacado gente, el caso de una chica que la sacamos por Uruguay.  Y nos ofrecían “¿Se quieren ir Uds. también?”.  Y nosotros dijimos que no, porque quedaban nuestros familiares.  En el caso mío, mi hermano ya no estaba, no sabía realmente si algún día podía volver, yo sentía que lo hubiera defraudado si me iba.  Porque para nosotros era muy fácil irnos y dejar todo, pero estaba la familia detrás.  Yo tenía a mis padres vivos, que por supuesto sufrieron todo este proceso y se murieron muy jóvenes los dos, porque no soportaron la pena: de mi hermano desaparecido y de mí no supieron nada durante mucho tiempo, porque por temas de seguridad yo no podía hacer contacto con ellos.  No sabían si yo estaba vivo no, eso los llevó jóvenes a los dos.
En una oportunidad en que me encontré con mi madre, me dijo “Fuimos al regimiento de Patricios y nos dijeron que si te entregás vos tu hermano aparece”.  Yo le contesté que no creyera nada de lo que los militares le dijeran, que mi hermano ya no estaba, no podía ser que estuviera ausente tanto tiempo.  Le insistí que no creyera.  Que si me entregaba yo me iban a matar y mi hermano no iba a aparecer.  E iba a tener dos hijos desaparecidos.  Y bueno, lloramos juntos, nos abrazamos y ella me dijo “Quizá tengas razón, hijo”.  Pero claro, a ella le dolía porque mi hermano tenía dos hijos chiquitos, una familia, entonces evidentemente era muy doloroso para ella.  Pero yo tuve que ser cruel y decirle la verdad, sacarle la ilusión que ella tenía.  Lamentablemente esa era la realidad.
Alfredo: Vos recién mencionaste a Mariano, la verdad que yo me había olvidado de él.  En su departamento fue la primera vez que leí la frase de San Martín “La bayetilla que la trabajen nuestras mujeres, y si no, iremos en pelota como nuestros hermanos los indios: seamos libres y lo demás no importa nada.”  Recuerdo que me sorprendió mucho, no sabía que San Martín había hablado de esa manera.  Bueno, volviendo a Mariano, él nos dejó en la casa y se fue.
José: Sí, así fue.  El murió luego en un enfrentamiento en Avellaneda.  Después de estar en lo de Mariano pudimos sobrevivir también por el gordo Paul (Pablo Rouger, actor desaparecido).  Fue un compañero que nos abrió las puertas de su casa y nos prestaba dinero para poder comer.  Era profesor de actores, una persona muy culta, sigue desaparecidos.  Nosotros vivimos en casas que él nos ofreció.  Para nosotros es una persona que llevamos prendida en nuestro corazón, porque nos apoyó de una, sin conocernos, nos brindó todo.  Y con ese espíritu y solidaridad, no solamente Paul nos ayudó, también mucha otra gente, en los momentos más complicados.  Un tío mío, junto con su hijo, nos llevaron una noche a su casa; pudimos bañarnos y yo pude ver a mis padres.  Al otro día, nos tuvimos que ir, corríamos de un lado para otro.  Nunca en el mismo lugar.  Cuando parábamos un tiempo en un departamento, salíamos a la mañana haciendo como que íbamos a trabajar, volviendo a la noche, para que los vecinos no sospecharan.  Yirábamos todo el día. 
Alfredo: Eso que mencionás es también una actitud que distinguía a los militantes en ese entonces, la forma en que nos ayudábamos sin conocernos siquiera; estábamos todos viviendo como al borde, con miedo a desaparecer.  En los primeros momentos se tenía miedo de caer detenido, con el transcurso del tiempo nos dimos cuenta de cómo venía la mano, de toda la crueldad de que fue capaz la última dictadura.
José: Sí, en un principio nosotros pensamos que todo iba a ser como había sido, que te metían preso, te daban una paliza y listo o quedabas adentro hasta que cambiara el gobierno militar.  Pero a medida que fue avanzando la cosa y vimos que la realidad era otra, que los compañeros desaparecían o los mataban, ibas tomando ciertas precauciones para moverte.  El miedo era a que te agarren, a la tortura; evidentemente ante una situación así una persona no sabe cómo va a reaccionar, no sabés cuáles son tus límites; vos tenías muy claro que no tenías que hablar en caso de caer, pero no sabías qué podía pasar.  Era todo tan cruel, sabíamos que nos iban a matar al final, entonces pensabas en tener una pastilla o hacerte matar en el momento en que no tuvieras escapatoria.
Alfredo: Además hay que pensar que éramos todos muy jóvenes, 17, 20 años.  Y era difícil para alguien tan chico soportar esa presión.  Por eso muchos preferían irse del país o esconderse en el interior con sus compañeras.  Yo recuerdo que lloré tanto en esos tiempos, como nunca después: vivíamos en una despedida constante, porque los compañeros caían o se iban.  Y cada uno de ellos era un pedazo tuyo, no parabas de llorar, nos íbamos caminando con él, los dos llorando.  Te ibas quedando solo.
José: Cuando te enterabas de que caía un compañero era brutal para uno.  Nos conocíamos mucho, los militantes de la zona sobre todo.
Alfredo: Cuando yo les contaba a mi familia, a mis hijas, todas las cosas que pasamos juntos con José, me quedaba pensando a veces si no pensarían que estaba fabulando: el único que podía certificar todo eso era él.  Cuando lo empecé a buscar, me preguntaba ¿y si este tipo no existe más? Hay que ver si me siguen creyendo.  Es bueno haberlo encontrado, para que también haya otra persona que recuerde a Gucho, a Rubén Almirón.
José: Yo soy el militante más viejo de la zona, empecé mucho antes, en todo Torcuato y Pacheco.  Al papá de Fernando (Rubén Almirón), lo conocí bastante, estuvo siempre al lado de nosotros.  Fue uno de esos militantes muy especiales, al que nunca le faltó el optimismo, pasara lo que pasara siempre tenía un chiste.  Por lo demás, era un militante neto, un tipo del pueblo, de un barrio humilde y que tenía bien claros los conceptos de la lucha.  Y bueno, se nos fue, como se nos fueron tantos; pero el recuerdo que yo tengo de él es el de un tipo optimista, que iba al frente, que laburaba como los mejores.  Tenía todos los atributos de una persona especial, que por eso quizá no esté, porque era tan especial que el plano quizá le quedaba chico.  Tengo muy buenos recuerdos de tu papá (le dice a Fernando).
Alfredo: También tenemos muy buenos recuerdos de tu tío, Andrés.  No era tan simpático como tu viejo pero era más bravo.  A lo mejor por su condición de asmático, era medio cascarrabias, seriote.  Era un tipo muy capaz, un guerrero, de los mejores que hubo en la zona. 
José: Sí, uno de los mejores.  Había una base de militancia muy fuerte en toda la zona.  Se daban muchos debates, en la base, donde se tienen que dar.  No sirve que te tiren de arriba una idea, porque a lo mejor esa idea no puede ser puesta en práctica en el lugar donde vos estás: cada zona es diferente.  Todo tiene que salir de abajo hacia arriba, no al revés.  La militancia siempre se manejó así: con debate en la base y tirar la pelota para arriba: “señores, esta es la realidad del barrio”.  De acuerdo a eso se planificaba cómo se entraba para poder lograr los objetivos.  No sirve que te digan qué hacer desde arriba, a lo mejor lo que te dicen sirve para Belgrano, pero no para Almirante Brown.  Si esto ocurre, es malo.  Son los cuadros de la base los que tienen que decir qué hay que hacer en cada lugar.  Si el de arriba opina lo contrario, lo que tiene que hacer es bajar a la base y verificar qué sucede.  Hay que tener cuidado con esto.
Alfredo: No sé si querés agregar algo más, en lo que se refiere a cómo se vivía en esa época, desde el 76 hasta mucho después del 83, donde no podías hablar de lo que habías pasado, porque los militantes estaban catalogados como medio locos.  Además habías tenido que ocultarte durante todo ese tiempo, en un exilio dentro del país, sin poder hablar con nadie, teniendo que cambiar tu nombre y tu historia.
José: Sí, tenías que irte, no podías trabajar en lo que estabas habituado.  Yo me fui al campo, a trabajar en cosas que jamás había hecho, yo trabajaba en una oficina, en contabilidad, en pleno centro.  Te imaginás que eso te costaba mucho, más sabiendo que en cualquier momento te levantaban.  No tenías garantía de nada.  Yo mucho tiempo trabajé por casa y comida, nada más, sin un sueldo, ni nada.  Fue muy difícil.  Perdí años preciosos de mi juventud, pero bueno, sirven de experiencia en una situación muy particular y que supongo fue compartida por muchos compañeros igual que yo.  No es un consuelo, sino que sé que pasó así.  Y bueno, seguimos pensando igual, y consideramos que en este momento es muy importante lo que se está haciendo sobre todo con la juventud: que aprendan las cosas que pasan en el país y que les permitan forjar su futuro, cosa que a nosotros no nos permitieron, nos eliminaron y mataron lo que fue una juventud pensante, que sabía por qué luchaba.  Nos devastaron.  Ojalá los pibes hoy puedan tener esa posibilidad de ver los frutos de su trabajo y compromiso de hoy.
Alfredo: Fernando ¿querés agregar algo?
Fernando: Que me da mucha alegría escucharlos hablar así de mi papá.  Es muy distinto de lo que me decían que había sido él.
José: Quedáte tranquilo, Fernando, que fue como te decimos.  Un personaje querido, por su forma de ser, un hombre de bien, trabajador y que sabía cuál era el norte que uno estaba buscando.  Tu papá fue una muy buena persona.
Alfredo: Y no te lo contamos para que te sientas triste, sino para que te enteres de cómo fue.  Yo los busqué a vos y a tu mamá porque siempre pienso que si me hubieran levantado a mí, Rubén hubiera hecho lo mismo: buscar a mi familia, rescatarme como persona aunque sea en el recuerdo.  Me parece que saber cómo fue es mejor que ignorarlo, que estar preguntándote siempre.  Igual pasó con el sobrino de José, que tampoco conocía la historia de su papá y a través de nuestro contacto pudo saber.  Cambió su vida, tiene más parientes.  A veces me llama y me dice que por culpa mía tiene parientes por todos lados.
Fernando: Me gustaría conocer más de mi viejo, de a poco pienso que voy a ir sabiendo.
José: Es difícil reconstruir una historia, sobre todo cuando tantos que la vivieron ya no están.  Pero vos tenés que seguir buscando, el hombre de por sí es buscador.  Conociendo tus raíces, y todo esto es parte de ellas, te vas a conocer vos.  Por eso pienso que es importante lo que podamos aportarte Alfredo y yo; seguramente si seguimos escarbando van a aparecer otros testimonios de los que lo conocieron, de compañeros que por diferentes razones no sabemos dónde están. 
Alfredo: Creo que además vos le vas a poder contar a tus hijos quién fue su abuelo.  Va a ser una identidad para ellos como nietos.  Y eso también es una reparación para él.  Que se puedan sentir orgullosos de él, un luchador popular.
            

En la redacción de Página: Alfredo More, Patricia Salvatierra, y su hija, tía y prima de Fernando Almirón y Alejandra Dandan