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lunes, 2 de diciembre de 2013

José "Mingo" Flores

El barrio Almirante Brown queda en General Pacheco, provincia de Buenos Aires.  Es un barrio humilde, de trabajadores, tiene una Sociedad de Fomento, un Polideportivo, casitas bajas con jardín, muchos chicos, muchos perros rondando por ahí.
En las pocas manzanas de este barrio, contamos nueve desaparecidos: Iris Beatriz Pereyra, Rosa Juana Salvatierra, Julio Jorge González, Carlos Boncio, Ramón Lorenzo Valdéz, José Domingo Flores, Severiano Márquez, Benicio Martín Santillán y Enrique Pastor Montarcé.  El 17 de marzo de 2012 se colocó una placa en su memoria, y en la de los sobrevivientes Alicia y Oscar More.
Mingo
 Ahora vamos a recordar a José “Mingo” Flores, desaparecido el 13 de mayo del ’76, a los 19 años.   Sus hermanos Olga y Omar repasaron su forma de ser, su lucha y su desaparición.   Cómo lo buscaron y cómo reivindican su memoria, su historia, la de un pibe de 19 años que estaba lleno de ideales, de solidaridad, y de futuro. 
La familia de Mingo es una familia numerosa: siete hermanos.  Él era el mayor de los varones.  Trabajaba en una textil de Villa Martelli y estudiaba la secundaria, de noche, en la escuela número 37 del Barrio Gutiérrez, en Don Torcuato.  Sus hermanos resaltan su solidaridad, él quería ser dedicarse a la política.  Pero no para llenarse de guita, sino   para ayudar, para construir un país mejor.  Militaba en el Partido Auténtico, peronista, como su viejo.  Y su militancia era tratar de comunicar a los vecinos, de juntarlos: a los pibes, con campeonatos de fútbol, a los más grandecitos, con bailes en la sociedad de fomento.  Interesándose por todos.  Por las noches, hacían pegatinas, laburo partidario, esas cosas.                                                
El 13 de mayo de 1976, a eso de las cuatro de la mañana, nos cuentan Olga y Omar que entraron a su casa seis o siete tipos, armados, grandotes.  Encerraron a toda la familia en el comedor, empujaron a su madre que quería defender al hermano más chico, de 14 años, y se llevaron a Mingo.  Olga salió a buscarlo, inconsciente de lo que pasaba, creyendo que se encontraba en un país normal, se preguntaba quién mejor que un juez, o un policía, podía darle noticias sobre un ciudadano argentino.  Poco a poco, con las amansadoras en los despachos, donde la trataban como a una delincuente y a través de las decenas de cadáveres que fue a ver, para encontrar aunque sea su cuerpo,  se fue dando cuenta de qué pasaba.   “La peor masacre que vi”, resume.  Marcharon con las madres.  Relata con horror y asco que habló con “Gustavo Niño” en las rondas de los jueves.  Se quiebra cuando recuerda el golpe de saber con quién había hablado,  a quién le había confiado su búsqueda y su desesperación.
Omar, su hermano, dos años menor que Mingo, evoca a Luis, un sobreviviente, que le dio la única noticia que pudieron obtener.  Una noche, le contó Luis que después de la tortura, los pusieron a él y Mingo frente a frente y les sacaron las capuchas, para que se vieran.  Le preguntaron a Mingo si lo conocía, si Luis militaba con él.  Mingo dijo que no.  “Él me salvó”, fueron las palabras de Luis.
De esa época, Olga y Omar recuerdan el silencio del barrio, la discriminación, “para ellos, éramos los guerrilleros del barrio”.  “Si se metió en eso, en la política, que se joda”.  Olga intenta comprenderlos, eran gente grande, criados en el campo, ignorantes de lo que pasaba, su única política era trabajar, trabajar y trabajar.  Omar es más duro: En esa época vos escondías lo que te pasaba, porque te sentías discriminado, incluso por la familia.  Si ibas a pedir ayuda, les decías estoy buscando a mi hermano, te dabas cuenta de que se hacían los boludos, no te querían ayudar… Nadie te decía, vamos, te acompaño”.

Terminamos con las palabras de Olga: “Yo estoy muy conforme con hacer esto, que se sepa la verdad, que todos aquellos que nos señalaban sepan que nosotros no fuimos lo que se pensó. Que lo que pasó fue muy sucio y muy feo.  Esto es lo que les enseñamos a nuestros hijos.”

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