Entre el 24 y el 25 de marzo de 1976, sin pérdida de tiempo,
fueron secuestrados de Astilleros Mestrina, en Chubut y Río Luján, partido de
Tigre, seis trabajadores. El primer día
se llevaron a Hugo Omar Lascano, Antonio Pandolfino y Hugo Rezeck. El 25, a Carlos Boncio, Zoilo Ayala y Cecilio
Albornoz. Están implicados y juzgados
por esto Santiago Riveros y Fernando Verplaetsen.
Carlos Ignacio Boncio, 32 años, estaba casado con Blanca,
con quien tenían una hija, Mariana.
Conoció a su mujer en una fiesta de casamiento, en 1973, se casaron el
30 de agosto de 1974. Ella recuerda “Cuando nos casamos vivíamos en una casilla,
teníamos el juego de dormitorio, la cocina, después compró la heladera, y
comíamos sobre cajones de madera, porque no teníamos mesa. El agua nos daba mi vecina. De a poco, de a poco, empezó a comprar las
cosas para la casa. Estuvimos casados un
año y siete meses. Al año nació Mariana
y a los siete meses se lo llevan a él”.
Mariana tenía siete meses cuando Carlos fue secuestrado, sólo
conoce de su padre las historias que fue averiguando. En su casa tiene una foto de su documento,
ampliada, rodeada de flores. Conserva su
alianza y las fotos del casamiento que le entregó su madre. “A mí
me hubiese gustado tomar mate con mi papá, o que me rete, no sé, un consejo”.
Carlos era, sobre todo, una buena persona. Se levantaba temprano, iba a trabajar y
volvía a su casa. Siempre que podía,
escuchaba a José Larralde, tenía todos sus discos. Y era un fanático de “la pantera rosa”: como
no tenían televisor, iba a ver el programa a la casa de una vecina. “Quería
comprar una tele a color para ver el mundial 78. Pobre, nunca llegó a ver televisión a color”. Le gustaba bailar, leer. Adoraba a su hija. Era muy recto, con él y con los demás. “Las
cosas tenían que ser como tenían que
ser. Había que hacerle mucho para que se
enojara, pero cuando se enojaba con alguien, no perdonaba. Si alguno nos hacía
algo, a él o a mí, me decía, le pasé pintura negra, y no lo veía más”,
recuerda Blanca
Fue subdelegado en los astilleros. Para Carlos el delegado tenía que trabajar a
la par de cualquier obrero, defendiendo sus derechos, sin privilegios de
ninguna clase. Pero la estructura
gremial no le permitía ser consecuente con sus convicciones, por eso renunció
al cargo a los pocos meses. Según
Mariana pudo saber “había muchos
compañeros en los astilleros que por ahí no sabían ni leer ni escribir. Me contaron que, cuando cobraban, hacían fila para consultarlo
a mi papá, para que él les hiciera la cuenta a ver si les habían liquidado bien
el sueldo. Más de una vez mi papá hacía
las cuentas y los mandaba a reclamar, porque les faltaban horas, y eso”.
En febrero de 1976 fueron asesinados Mario Echeverría, Luis
“Huesito” Cabrera y Rosa Casariego. Blanca recuerda que Carlos y ella fueron al
velorio. Después de este hecho, las cosas empezaron a empeorar. Había un Falcon verde estacionado cerca de la
casa de ellos, en la calle Marcos Sastre de El Talar de Pacheco. Día y noche, cambiaban sus ocupantes, pero el
auto siempre estaba ahí. Adentro había
gente armada. Carlos llegó a pedirle a
una vecina que si a ellos les pasaba algo, se quedara con Marianita. Por las dudas se lo pido, le aclaró a
Blanca. Vivían con temor. Nunca se quedaban los fines de semana en la
casa, se iban a ver a amigos en Matheu o a la familia de Blanca en Tigre. Declarándose “ofendida”, entre risas, Mariana
cuenta que una vez, con el apuro de irse, la dejaron olvidada en su sillita
sobre la mesa.
Carlos trabajaba en Mestrina con Zoilo Ayala, primo de
Blanca. El 25 de marzo a las 10 de la
mañana, se presentaron en los astilleros fuerzas combinadas del ejército y la
policía, buscando específicamente a Carlos y Zoilo. Cecilio Albornoz, el delegado, preguntó por
qué se los llevaban. “Y vos quién sos”,
preguntaron. “El delegado”, contestó
Cecilio. “Vos te venís también”. Los sacaron encapuchados, recorrieron la
avenida Santa María, en Rincón, en un camión descubierto, del ejército.
Los llevaron a la Regional de Tigre. El papá de Blanca les dio unos pesos a los
policías, a cambio éstos permitían que les llevaran comida y abrigo. Y cuando recibía los platos vacíos, Blanca
encontraba notitas que Carlos escribía y los policías pasaban por alto. En todas ellas siempre decía “Cuidála a Marianita”.
A los diez días, un sábado, cuando Blanca y su prima fueron
a buscar los platos, se los devuelven intactos.
Inmediatamente supieron que algo había pasado. Los policías alegaban desconocer por qué no
había comido, la mandaron a preguntar al comisario mayor, González, recibiendo
la misma respuesta.
Lo buscó en Campo de Mayo, en comisarías y cárceles. Iba sola o con su prima, la hermana de
Zoilo. En los tribunales de San Isidro,
contactaron unos abogados para presentar hábeas corpus, que les cobraron, pero
nunca presentaron nada. Allí fue donde
escucharon que había gente que iba a averiguar en el Ministerio del Interior, a
cargo del general Albano Harguindeguy.
Allá fueron, pasando en ocasiones la noche allí, dado que daban sólo
quince o veinte números y cada vez era más gente la que iba buscando
información sobre sus desaparecidos.
Blanca relata acerca de la última vez que fueron “Señora, me dice y me muestra un papel de lejos. ¡Otra vez usted acá! Hasta que no sepa la verdad no voy a dejar de
venir, le dije yo. Sí, pero usted no
sabe con qué clase de gente se casó, me dijo. Perdón…yo sé con qué persona me
casé; y me contestó usted no sabe lo que son estos. Mire, ya tiene la libertad otorgada desde
hace un mes atrás. ¿Qué? le dije yo, déjeme verlo. No, no, no, de acá está
bien, (a un metro de distancia), acá está firmado, (lo puso sobre el escritorio),
ya salió en libertad. No, es mentira, le dije yo. Y me dice, señora, usted no sabe lo que son
estos, se fueron del país, lejos, están en otro país. Y yo le digo, mire, está bien, puede ser que
yo, tres años estuve casada con él, puede ser que no me quiera ver, pero tiene
una hija y tiene la madre. Él no se va a
ir a otro país sin ver a la hija, o dar señales de vida. Si me mandó notitas, donde lo que más decía
era cuidála a Mariana, cuidála a Mariana, que ya va a pasar, ya voy a salir. Él
tenía fe”.
Eso sucedió en agosto de 1976. El 21 de julio, uno de los hermanos de Blanca,
Andrés Ayala, también había sido secuestrado junto con su compañera. A ella la soltaron al día siguiente, él
continúa desaparecido.
Durante cinco meses Blanca no hizo más que cuidar de su hija
y buscar a Carlos. Pero llegó un momento
en que su padre le dijo que ya no podía mantenerla más, que buscara un
trabajo. La búsqueda la continuó la
madre de Carlos.
A mí no me gustan los
siluetazos, porque los desaparecidos no son siluetas. Cuando yo hice la silueta de mi papá, la hice
diferente, con flores y colores. Para mí
mi papá no es una silueta, es una persona.
Siempre ponen fotos de gente seria, y mi papá no era serio, era un tipo
con vida, se reía, cantaba, lloraba, como todo el mundo. Yo lo reflejé con mi cartel, que hice con mis
hijas. Mi papá no es una sombra en la
sociedad, no es un desaparecido sin rostro, una silueta.
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