Elegimos bien...

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domingo, 1 de diciembre de 2013

Carlos Ignacio Boncio

Entre el 24 y el 25 de marzo de 1976, sin pérdida de tiempo, fueron secuestrados de Astilleros Mestrina, en Chubut y Río Luján, partido de Tigre, seis trabajadores.  El primer día se llevaron a Hugo Omar Lascano, Antonio Pandolfino y Hugo Rezeck.  El 25, a Carlos Boncio, Zoilo Ayala y Cecilio Albornoz.  Están implicados y juzgados por esto Santiago Riveros y Fernando Verplaetsen.
Carlos Ignacio Boncio, 32 años, estaba casado con Blanca, con quien tenían una hija, Mariana.  Conoció a su mujer en una fiesta de casamiento, en 1973, se casaron el 30 de agosto de 1974.  Ella recuerda “Cuando nos casamos vivíamos en una casilla, teníamos el juego de dormitorio, la cocina, después compró la heladera, y comíamos sobre cajones de madera, porque no teníamos mesa.  El agua nos daba mi vecina.  De a poco, de a poco, empezó a comprar las cosas para la casa.  Estuvimos casados un año y siete meses.  Al año nació Mariana y a los siete meses se lo llevan a él”.
Mariana tenía siete meses cuando Carlos fue secuestrado, sólo conoce de su padre las historias que fue averiguando.  En su casa tiene una foto de su documento, ampliada, rodeada de flores.  Conserva su alianza y las fotos del casamiento que le entregó su madre.  “A mí me hubiese gustado tomar mate con mi papá, o que me rete, no sé, un consejo”.
Carlos era, sobre todo, una buena persona.  Se levantaba temprano, iba a trabajar y volvía a su casa.  Siempre que podía, escuchaba a José Larralde, tenía todos sus discos.  Y era un fanático de “la pantera rosa”: como no tenían televisor, iba a ver el programa a la casa de una vecina.  “Quería comprar una tele a color para ver el mundial 78.  Pobre, nunca llegó a ver televisión a color”.  Le gustaba bailar, leer.  Adoraba a su hija.  Era muy recto, con él y con los demás.  “Las cosas tenían que ser como tenían que ser.  Había que hacerle mucho para que se enojara, pero cuando se enojaba con alguien, no perdonaba. Si alguno nos hacía algo, a él o a mí, me decía, le pasé pintura negra, y no lo veía más”, recuerda Blanca
Fue subdelegado en los astilleros.  Para Carlos el delegado tenía que trabajar a la par de cualquier obrero, defendiendo sus derechos, sin privilegios de ninguna clase.  Pero la estructura gremial no le permitía ser consecuente con sus convicciones, por eso renunció al cargo a los pocos meses.  Según Mariana pudo saber “había muchos compañeros en los astilleros que por ahí no sabían ni leer ni escribir.  Me contaron que,  cuando cobraban, hacían fila para consultarlo a mi papá, para que él les hiciera la cuenta a ver si les habían liquidado bien el sueldo.  Más de una vez mi papá hacía las cuentas y los mandaba a reclamar, porque les faltaban horas, y eso”
En febrero de 1976 fueron asesinados Mario Echeverría, Luis “Huesito” Cabrera y Rosa Casariego. Blanca recuerda que Carlos y ella fueron al velorio. Después de este hecho, las cosas empezaron a empeorar.  Había un Falcon verde estacionado cerca de la casa de ellos, en la calle Marcos Sastre de El Talar de Pacheco.  Día y noche, cambiaban sus ocupantes, pero el auto siempre estaba ahí.  Adentro había gente armada.  Carlos llegó a pedirle a una vecina que si a ellos les pasaba algo, se quedara con Marianita.  Por las dudas se lo pido, le aclaró a Blanca.  Vivían con temor.  Nunca se quedaban los fines de semana en la casa, se iban a ver a amigos en Matheu o a la familia de Blanca en Tigre.  Declarándose “ofendida”, entre risas, Mariana cuenta que una vez, con el apuro de irse, la dejaron olvidada en su sillita sobre la mesa.   
Carlos trabajaba en Mestrina con Zoilo Ayala, primo de Blanca.  El 25 de marzo a las 10 de la mañana, se presentaron en los astilleros fuerzas combinadas del ejército y la policía, buscando específicamente a Carlos y Zoilo.  Cecilio Albornoz, el delegado, preguntó por qué se los llevaban.  “Y vos quién sos”, preguntaron.  “El delegado”, contestó Cecilio.  “Vos te venís también”.  Los sacaron encapuchados, recorrieron la avenida Santa María, en Rincón, en un camión descubierto, del ejército.
Los llevaron a la Regional de Tigre.  El papá de Blanca les dio unos pesos a los policías, a cambio éstos permitían que les llevaran comida y abrigo.  Y cuando recibía los platos vacíos, Blanca encontraba notitas que Carlos escribía y los policías pasaban por alto.  En todas ellas siempre decía “Cuidála a Marianita”.
A los diez días, un sábado, cuando Blanca y su prima fueron a buscar los platos, se los devuelven intactos.  Inmediatamente supieron que algo había pasado.  Los policías alegaban desconocer por qué no había comido, la mandaron a preguntar al comisario mayor, González, recibiendo la misma respuesta.
Lo buscó en Campo de Mayo, en comisarías y cárceles.  Iba sola o con su prima, la hermana de Zoilo.  En los tribunales de San Isidro, contactaron unos abogados para presentar hábeas corpus, que les cobraron, pero nunca presentaron nada.  Allí fue donde escucharon que había gente que iba a averiguar en el Ministerio del Interior, a cargo del general Albano Harguindeguy.  Allá fueron, pasando en ocasiones la noche allí, dado que daban sólo quince o veinte números y cada vez era más gente la que iba buscando información sobre sus desaparecidos.  Blanca relata acerca de la última vez que fueron “Señora, me dice y me muestra un papel de lejos.  ¡Otra vez usted acá!  Hasta que no sepa la verdad no voy a dejar de venir, le dije yo.  Sí, pero usted no sabe con qué clase de gente se casó, me dijo. Perdón…yo sé con qué persona me casé; y me contestó usted no sabe lo que son estos.  Mire, ya tiene la libertad otorgada desde hace un mes atrás. ¿Qué? le dije yo, déjeme verlo. No, no, no, de acá está bien, (a un metro de distancia), acá está firmado, (lo puso sobre el escritorio), ya salió en libertad. No, es mentira, le dije yo.  Y me dice, señora, usted no sabe lo que son estos, se fueron del país, lejos, están en otro país.  Y yo le digo, mire, está bien, puede ser que yo, tres años estuve casada con él, puede ser que no me quiera ver, pero tiene una hija y tiene la madre.  Él no se va a ir a otro país sin ver a la hija, o dar señales de vida.  Si me mandó notitas, donde lo que más decía era cuidála a Mariana, cuidála a Mariana, que ya va a pasar, ya voy a salir. Él tenía fe”.
Eso sucedió en agosto de 1976.  El 21 de julio, uno de los hermanos de Blanca, Andrés Ayala, también había sido secuestrado junto con su compañera.  A ella la soltaron al día siguiente, él continúa desaparecido. 
Durante cinco meses Blanca no hizo más que cuidar de su hija y buscar a Carlos.  Pero llegó un momento en que su padre le dijo que ya no podía mantenerla más, que buscara un trabajo.  La búsqueda la continuó la madre de Carlos.
A mí no me gustan los siluetazos, porque los desaparecidos no son siluetas.  Cuando yo hice la silueta de mi papá, la hice diferente, con flores y colores.  Para mí mi papá no es una silueta, es una persona.  Siempre ponen fotos de gente seria, y mi papá no era serio, era un tipo con vida, se reía, cantaba, lloraba, como todo el mundo.  Yo lo reflejé con mi cartel, que hice con mis hijas.  Mi papá no es una sombra en la sociedad, no es un desaparecido sin rostro, una silueta.  

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