Alicia tenía 17 años en mayo del ’76. Era la novia de José, de 22. Estaba embarazada de Marcela, que hoy tiene
unos treinta años y sigue viviendo en el barrio Almirante Brown de Pacheco.
José militaba en el Partido Auténtico, vivía en el barrio Gutiérrez,
en Don Torcuato. Trabajaba en la Mutual
de Ferrocarriles Argentinos.
A Alfredo también lo fueron a buscar. Como no lo encontraron, se llevaron a dos de
sus hermanos, Alicia y Carlos. Ellos
estuvieron desaparecidos más o menos treinta días, se cree que en la ESMA. Alicia volvió, tuvo a su hija, formó otra
pareja, tuvo cinco hijos más. Jamás le
dijo a Marcela quién era su padre, no le contó de su detención. Todos en la familia e incluso en el barrio,
sabían. Pero la decisión de Alicia fue
respetada, nadie abrió la boca, el secreto fue guardado por más de veinte
años. Marcela fue protegida por toda su
familia y los amigos de su madre.
“Marcelita” fue siempre para ellos. Ya tenía a su propio hijo y era “Marcelita”,
recuerda. Durante mucho tiempo sufrió
ataques de pánico, que describe como “unos
cinco minutos donde sentís que te vas a morir, desesperantes”. No dormía, tomaba calmantes y
antidepresivos. Ahora piensa que quizá
por eso su madre no le contó nada, creería que se pondría peor. En 2001 los ataques eran más espaciados,
estaba mejorando. Pero en ese momento
Alicia muere. Y empezó el bajón, de
nuevo.
Su tío Alfredo pensó que saber de su padre biológico la
haría sentir más acompañada, le contó la verdad. A pesar de la oposición de la familia, le
dijo a Marcela que su mamá había estado desaparecida, que su papá era un
militante de los ’70, que hacía mucho que no sabía nada de él, pero que podría
ayudarla a buscarlo, si ella quería.
Entre el asombro y la bronca, la curiosidad y la esperanza, Marcela dijo
que sí.
Pasaron cinco años, durante los cuales Alfredo se desalentó
varias veces: “Después de un tiempo yo
estuve a punto de abandonar, porque había algunas informaciones que no me lo
pintaban con el perfil que yo conocía de esta persona. Le dije un día a Marcela, mirá que nos
podemos dar la cabeza contra la pared… Ella
me dijo que quería seguir igual. Y
seguimos. Por suerte.”
A fines de agosto de 2008..mi
tío me dio tres números de teléfono, en
alguno de esos tres tenía que contestar mi papá. El me preguntó si yo quería que hablara él,
pero le dije que no, quería hablar yo.
Elijo un número, de la provincia de San Juan. Tenía miedo de que me
contestase la otra persona, porque no me conocía, explicarme, ¿no?, todo eso. Y entonces escucho una voz de hombre en el
teléfono y lo que yo atino a decir, cuando me atiende y me dice hola sí, quién
sos, yo respondo Marcela Natalia More, ¿conocés ese nombre? Y él me dijo sí,
sos mi hija. Y bueno, mis hermanos de
allá, que sabían de mi existencia,
estaban recontentos, porque yo había llamado.
Se ve que le preguntaron quién hablaba, y él les dijo “Es Marcela, mi
hija”, se escuchaban gritos, ¡llamó mi hermana, llamó Marcela! Una alegría…Después,
un 7 de septiembre él viene a conocerme.
José había compartido toda su historia anterior con su
familia. Alfredo no podía creer que a
los dos días de haber hablado con Marcela, José lo llamara y le dijera que en
dos semanas estaba en Buenos Aires. Así
no era el José que él había conocido.
Marcela recuerda el reencuentro, el “abrazo de padre” que recibió. Ella no sentía nada. Fue a través de las conversaciones, de
conocer a sus hermanos, de asombrarse por los parecidos físicos, que fue
descubriendo a su “otra familia”. Y no
sólo Marcela sintió que las cosas ocupaban un lugar que deberían haber tenido
siempre, y que ella de alguna manera presentía.
También Alfredo, su tío y compañero de José en días y días de “yirar”
por Buenos Aires tratando de ocultarse de los grupos de tareas, descubrió que
podía recordar esos tiempos sin pensar que quien lo escuchaba creería que
estaba contando una película… Y los sobrinos de José conocieron finalmente a su
tío. Se volvió a armar algo que nunca
debió haber sido roto.
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