Elegimos bien...

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lunes, 2 de diciembre de 2013

Rubén Almirón, Mónica y Patricia

Yo no recuerdo mucho qué pasó ahí adentro.  Sólo sé que estaba encapuchada, que escuché una cadena que caía y el auto pasándole por encima. Después me bajaron, caminé un rato y bajé unos escalone
Rubén y Patricia, cuando se casaron
s, no muchos, y me golpeé la cabeza contra un techo.  Me sentaron, desnuda, con una cadena en los pies y apoyada en una columna, era redondeada la columna.  En la otra punta de la cadena había una bola como de hierro.  No sentí la presencia de nadie junto a mí, para mí que estaba sola.  También recuerdo una especie de camilla, donde me acostaron, como de metal, hacía ruido como de metal.  Y un doctor o alguien con un guardapolvo blanco.  En algún momento me dieron café.  El que me lo trajo me dijo ¿en qué estás metida, cuántos años tenés?  Quince, le dije.  Yo tengo diecisiete, me contestó.   No sé cuándo me llevaron a bañarme.  Caminé por un pasillo que me parecía estrecho, yo iba encapuchada y alguien  atrás me iba diciendo, por acá, por allá.  En el baño me saqué la capucha.  Era chiquito, con el inodoro, una piletita y la ducha.  Cuando me largaron, era por Panamericana, cerca de Melo, me parece ahora.  Me acerqué a un policía.  Le conté lo que me había pasado.  Me dijo “circule señora, que la situación es caótica”.  Llegué a la casa de mi hermana, en Fuerte Apache, no sé cómo.  Mi bebé estaba ahí. Cuando me fui era bebé, cuando volví también lo era.  No había pasado mucho tiempo.  No sé cuanto, una semana, diez días…

Yo sí me acuerdo de todo.  Tenía trece años en el ’76.  Primero vinieron a mi casa, yo vivía con mi mamá, buscando a Mónica y a Rubén.  Nosotras estábamos en el velorio de un vecino, entraron al velorio los milicos.  Mi mamá estaba embarazada de mi hermanito, de ocho meses.  Pero eso no les importó, nos pegaron a las dos, para que dijéramos dónde estaban ellos.  A mí me subieron a un auto y me llevaron a la casa de mi otra hermana, en Fuerte Apache, donde estaban Mónica y Rubén.  Cuando llegamos, me dijeron que llamara a la puerta y que dijera que venía a buscarla porque habían internado a mi mamá.  Vino Víctor mi cuñado a abrir la puerta.  Lo empujaron y entraron.  Empezaron a los golpes.  A Víctor y a mí nos subieron al mismo coche.  No sabíamos dónde nos llevaban, adonde llegamos era al mismo lugar que dice Mónica, escuchamos lo mismo.  Creemos que era la ESMA porque no pasó mucho tiempo de viaje.  Yo sabía que mi cuñado estaba cerca de mí.  Yo recuerdo la picana, la tortura, los golpes.  Me preguntaban por gente que yo no conocía.  Tampoco yo sé cuánto estuvimos.  Un día nos hicieron bañar, nos dieron algo de plata y nos largaron a Víctor y a mí cerca de Panamericana y Melo. 

Así es el relato de Mónica y Patricia, dos hermanas de Don Torcuato, que estuvieron desaparecidas en mayo del ´76, cuando tenían quince y trece años, respectivamente.
Mónica era la pareja de Rubén Almirón, un militante de esos años del Partido Auténtico en el Barrio Almirante Brown, que trabajaba en el Sindicato Único de Publicidad. Rubén continúa desaparecido.  Siguiendo una práctica habitual de las Fuerzas Armadas, éstos iban en busca de los militantes de base, más desprotegidos, con actividades más visibles, para tratar de conseguir de ellos, bajo tortura, los nombres y paraderos de la dirigencia.
No fue fácil el regreso.  Sintieron el rechazo de los vecinos, el reproche de sus familias.  El comentario “algo habrán hecho ustedes, para que se las llevaran”.
Patricia tiene un temperamento más abierto, pudo hablar, seguir con su vida, tratando de olvidar por lo que había pasado.  Mónica pasó años de encierro y temor, hasta hace unos meses, cuando Alfredo, compañero de militancia de Rubén, se acercó para saber de ellas.  Todavía le cuesta hablar, salir, siente que carga una mochila que la supera con su peso, que le impide sentirse integrada, con ganas de seguir.  Pero está trabajando fuerte para tratar de superar su dolor, poder seguir con su vida. 

Por esto es importante la memoria, la verdad y la justicia.  Reivindicar las historias de los compañeros detenidos desaparecidos nos permite brindar todo nuestro apoyo a los sobrevivientes, a la vez que crecer como sociedad, rescatando, entre todo el dolor, la solidaridad, la alegría y el compromiso con que ellos supieron enfrentar su lucha, para seguir adelante.

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