Elegimos bien...

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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Tito Ramallo

Tito Ramallo era carpintero naval, trabajó en Astarsa.  Se animó a contar parte de lo que fue la lucha en los años ’70.  Reproducimos parte de la conversación entre Tito y Alfredo More
TITO. A pesar de que pasó el tiempo uno los fantasmas los sigue llevando, hay cosas que no se pueden olvidar.
Nosotros arrancamos con un sexto grado, pero se llevaba adentro esa rebeldía.  Uno se pregunta por qué llegó a hacer su vida de este modo.  Éramos cinco hermanos, mi papá trabajaba y mi mamá estaba muy débil de salud.  Teníamos una casa muy humilde, cenábamos temprano, nos quedábamos en la cocinita y a veces contaban  historias de aparecidos, de la provincia.  Mi papa es catamarqueño, mi madre salteña.  Y había días que contaban sus vicisitudes, lo que les había hecho daño cuando eran chicos.  Y nosotros también terminábamos llorando.  Mi abuelo materno arrendaba campos de Patrón Costas.  Yo con siete años, escuchaba eso.  El señor feudal bajaba a la finca donde ellos estaban, y elegía lo mejor de la cosecha y de los animales para él.  Mi abuelo tenía por costumbre regalarles a sus hijos los terneros, los cabritos, para que los cuiden y los atiendan.  Y como el patrón lo pedía, los separaban a ellos de sus animalitos.  Mi padre contaba que se tuvo que venir de polizón en un tren a Buenos Aires.  Cuando trabajaban allá, les daban las herramientas.  Si quería comer, tenía que ir a la proveeduría de la empresa.  A fin de mes, si le quedaba saldo a favor de usted, seguro que se le perdía una pala, se la daban de nuevo, pero se la descontaban.  Y usted en el mejor de los casos no cobraba nada, en el peor se quedaba con deuda.  Ese sufrimiento de mis padres yo lo fui capitalizando, primero fue un rencor y después, un desafío político.
Se hacían muchas guitarreadas en los ’60.  De esas ruedas, de a poquito se fueron metiendo los argumentos políticos.  Yo hablaba siempre de mi bronca.  Así se fue formando en esa adolescencia la intención de querer desarrollarse políticamente.  Pero habíamos muchos como yo que teníamos nada más que sexto grado, había un abismo con los chicos que estaban en la facultad.  Pero no era algo a nivel individual, era algo de querer sumar, de querer estar con alguien luchando codo a codo.  También era la época de los Beatles, y así cada grupo de la juventud se fue separando, a nosotros no nos gustaba esa movida, queríamos ser proletarios, no nos gustaban los jeans, vestíamos con ropa de Grafa, de trabajo.  Y así fuimos conociéndonos y ampliando, con otros chicos de facultad que iban llegando. Pasando el tiempo, por el 65/66 mataron a Luther King y eso confirmó más la ideología.  También se escuchaba que el Che iba a entrar a Argentina por Bolivia, y nosotros decíamos que lo queríamos esperar, luchando, entrando en acción, con guerrilla.  Yo no me caracterizaba mucho por las charlas, las reuniones.  Yo corría cuando decíamos a ver cómo podíamos armar las milicias. 
En esa época circulaba una grabación de  Perón donde hablaba de un ejército revolucionario peronista para que no sucediera de nuevo lo del 55.  Yo me sentía como pez en el agua, yo amaba la acción.  Y nosotros nos quedamos con Montoneros, dentro del partido, como su brazo armado.  La ultraderecha peronista era reconocida como un enemigo de adentro, que eran los que había que vencer en una primera etapa.  Eso quedó bien claro con lo de Ezeiza.  Eso fue una emboscada.  Se empiezan a armar los cuadros, a hacer grupos más pequeños, para no quedar expuestos, porque la lucha se hacía cada día más peligrosa.
ALFREDO.  La lucha del sindicato ahora es casi igual que la de esa época, a fines del 75 cuando ya se hizo más fuerte la lucha entre los sindicatos y los militantes de base, la derecha había ganado los puestos más importantes dentro del gremialismo.  En el mes de febrero de 1976 desaparecieron los dos compañeros, uno de ellos la maestra, Casariego.
TITO: Nosotros estuvimos cuatro días buscándolos. Fuimos a los cementerios de San Martín, Boulogne, Olivos, donde nos decían que había habido movimiento, que se habían enterrado gente.  Ibamos a levantar las tumbas, algunos estaban con cal, otros así nomás, sin cajón.  Y nosotros íbamos para un lado y otro.  No es fácil olvidarse de esas cosas.  La última vez, salimos dos autos y tres camionetas.  Era en Estefani.  Yendo a Lujan, mano izquierda.  Cuando llegamos, vemos que los que entraban al campo retroceden, rápido.  Voy a ver qué pasó, cruzo la ruta corriendo y cuando voy a cruzar el cerco, los que venían me dicen que los cuerpos estaban conectados a una bomba, para volarlos.  Nos fuimos para allá, no teníamos experiencia de cómo desactivar.  Entonces viene uno que tenía algún conocimiento.  Lo que se veía era monstruoso, no sé cómo se pueda tener tanta saña para torturar así.  Rosa Casariego tenía los pechos todos cortados, los genitales, todos quemados por la picana.  Ella era la hija de un doctor y se metió con un chico de nuestro grupo, por eso teníamos tanta responsabilidad de buscarlos.  Por  Huesito, así le decíamos porque era flaquito, todo el día con un libro abajo del brazo.  Fuimos entonces, aparentemente no habían volado porque había fallado el dispositivo.  Bueno, este muchacho, sin protección, sin nada, le sacó un cable y lo desactivó.  Se pudo levantar los cuerpos, se velaron en el sindicato.  Y bueno, eso era con lo que nos encontrábamos.
ALFRERO: A partir de este hecho la persecución fue muy grande.  El 13 de febrero asesinan al padre Pancho, en la capilla donde él había hecho el responso de estos compañeros, Nuestra Señora de Carupá.
TITO: La noche que levantaron a mi compañero, José Caamaño,  jugaban Ríver y Boca, él era de Boca, yo de River.  Me acuerdo del gol de Suñe, con el que ganaron el partido.  Yo pensaba en la cargada del día siguiente, pero no pudo ser. Sé que él se aguantó la tortura, que no me delató, si no, yo no estaría acá.  La hija de él, que ahora trabaja en la Municipalidad de Tigre, era chiquita en esa época, un rubiecita hermosa.  El sufría por eso, por los hijos, como todo padre ¿no? Pero él tenía una pasión por sus hijos.  Después que se lo llevaron al padre, por intermedio de los delegados organicé una colecta en la sección carpintería, para acercarle una ayuda a la señora, para los chicos.  Nosotros ya estábamos en la clandestinidad.  Ya no teníamos el apoyo de los grandes cuadros, quedamos mano a mano y sin ayuda de nadie, el que nos ayudaba sabía que se jugaba la vida, no había garantía de nada.  Nosotros éramos conscientes de eso, y no queríamos que se llevaran a nadie por nosotros, si nos tenían que llevar que lo hicieran, pero a nosotros solos.
Yo mantuve un silencio dentro de mi barrio, cuando lo levantaron a Mingo, yo tuve que trabajar muy en silencio,  anduvieron mucho tiempo atrás mío de civil.  Tenía un solo contacto en el barrio que se encargaba de informarme, ahora ya falleció, se llamaba Emilia Homero.  La recuerdo siempre,  una señora de 85/90 kg,  saltando un cerco para salvar mi vida.  Uno no se olvida de esas cosas.  Ella tenía mucha llegada en el barrio y se nutría.  Cuando yo venía a visitar a mi  familia, estaba apenas unos minutos y me iba a la canchita, escondido entre el montón de la gente, decían cómo le gusta el fútbol a Tito.  Hoy mi vida la comparto con los fantasmas.  Me quedo con el recuerdo de mis compañeros.
ALFREDO: Me parece que esto es un aporte  que nosotros tratamos de hacer al recordar, al mantener viva la memoria.  Podemos pensar que la sociedad pueda llegar a entender que los que lucharon en los 70 no eran delincuentes.  En esos años fallamos en eso, en acercarnos a los vecinos, a la gente que nos rodeaba, para que conocieran por qué luchábamos.  Me parece que a pesar de toda tu tristeza, es hora de que vos valores todo lo que hiciste y para que la gente lo sepa también.  Además, hay muchos jóvenes en el barrio, hijos de nuestros compañeros, que te tienen como última posibilidad de saber algo de sus padres.  Cuando apareciste en la marcha de Astarsa, todos los familiares fueron a saludarte. Eso demuestra el cariño que tiene la gente por vos.

TITO: A mí la hija de mi compañero me dijo, vos me podés contar de mi papá.   Lo único que le puedo decir es que fue un gran hombre, un gran compañero, que sufrió por sus hijos.  Ella me dice que sus hijos le preguntan por el abuelo, que quieren saber.  Ella sabe que fuimos compañeros de toda nuestra actividad política.  No es que yo me quiera olvidar, si pudiera lo haría, no puedo hacerlo, pero almaceno tanta desconfianza.  Yo a Alfredo lo sondeé mucho para ver con quién se maneja con quién está trabajando, y por eso vengo, por una amistad, a conocerlos a Uds.  Por ahí toqué algunas cosas de manera superficial, a grandes rasgos, pero tengo una sensación de vacío.  Yo siempre soñé con la justicia social, la justicia para el pobre, este gobierno, no estoy totalmente de acuerdo, pero de alguna manera, en derechos humanos, con la juventud de La Cámpora, que me parece muy capaz, que tiene que salir a formar cuadros, a caminar los barrios.
Villa Garrote se empezó a formar muy cerca de Astarsa.  Yo le dije a mi compañero, José, por qué no utilizar la comida que queda en el comedor de la empresa, para darle a esta gente, con un poco de pan.  Y así empezó Villa Garrote, y ahora es peligrosísima.  Lo que falta es darles a esos chicos un sentido de vida, enseñarles que la política no es basura.  Hay que explicarles, que se formen, que sepan ejercer sus derechos. 
En el barrio fue muy duro, lo que primero decían “andá a saber en qué andaban”.  Lo que sí aprendí es que si hoy se crea un movimiento medianamente parecido en la acción o la opinión, que primero se concientice al pueblo, individualmente como agrupación sos muy vulnerable.
A mí me gustaría contar por qué fue la lucha, qué pensaban, eso me gustaría, aportar algunos puntos de vista.
Nosotros tuvimos una dirigencia, que dejó ver hasta determinadas cosas.  Yo me siento que fui un poco usado, y el resultado fue sálvese como se pueda.
Yo me exilié.  En San Isidro, mi suegro tenía un negocio de verdulería, y se fue extendiendo y llegó al colegio Marín.  Por intermedio de Casaretto, el que fue obispo de San Isidro, canaliza mi suegro el hábeas corpus para mí, y me permitieron salir del país.  Llegaron hasta Harguindeguy.  El dijo que no había excepción para nadie.  Le dijeron que yo era carpintero y preguntó si andaba con “herramientas”.  Ellos le contestaron que  sí, martillos, tenazas, las de un carpintero.  Le dijeron que me quería ir por cuestiones económicas.  Y no lo permitió.  Luego hicieron otro pedido a través del obispado de Quilmes o Morón, hubo un apoyo del otro lado y entre gallos y medianoche crucé a Uruguay, sin familia, solo, y de ahí seguí.  Hasta Venezuela.  Estuve casi dos años trabajando en el campo casi dos años, hasta el 77.  Fue muy duro eso.  Yo comprendo a los inmigrantes de los países limítrofes acá, yo lo padecí mucho eso.  El instinto político uno no lo pierde, uno siempre ve lo que se podría hacer políticamente para mejorar.  Nosotros le pedíamos al jefe, que nos permitiera comer a la sombra, debajo de un árbol.  Y no nos dejaban.  Tenías que pararte ahí donde estabas y comer bajo el sol.  Una cosa horrible, no había agua caliente para bañarte, había un arroyo y pusieron dos caños y de ahí salía el agua y con eso arregláte.  A los argentinos no nos quieren afuera, no sé si porque vendemos una mala imagen, no sé.

Yo me quedé siempre con una frase del Che, “la revolución en Latinoamérica pasa por la cultura de los pueblos”.   Eso es lo que tenemos que hacer, hay que instruirse, hay que aprender.  

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