Tito Ramallo era carpintero naval, trabajó en Astarsa. Se animó a contar parte de lo que fue la
lucha en los años ’70. Reproducimos
parte de la conversación entre Tito y Alfredo More
TITO. A pesar de que pasó el tiempo uno los fantasmas los
sigue llevando, hay cosas que no se pueden olvidar.
Nosotros arrancamos con un sexto grado, pero se llevaba
adentro esa rebeldía. Uno se pregunta
por qué llegó a hacer su vida de este modo.
Éramos cinco hermanos, mi papá trabajaba y mi mamá estaba muy débil de
salud. Teníamos una casa muy humilde,
cenábamos temprano, nos quedábamos en la cocinita y a veces contaban historias de aparecidos, de la provincia. Mi papa es catamarqueño, mi madre
salteña. Y había días que contaban sus
vicisitudes, lo que les había hecho daño cuando eran chicos. Y nosotros también terminábamos
llorando. Mi abuelo materno arrendaba
campos de Patrón Costas. Yo con siete
años, escuchaba eso. El señor feudal
bajaba a la finca donde ellos estaban, y elegía lo mejor de la cosecha y de los
animales para él. Mi abuelo tenía por
costumbre regalarles a sus hijos los terneros, los cabritos, para que los
cuiden y los atiendan. Y como el patrón
lo pedía, los separaban a ellos de sus animalitos. Mi padre contaba que se tuvo que venir de polizón
en un tren a Buenos Aires. Cuando
trabajaban allá, les daban las herramientas.
Si quería comer, tenía que ir a la proveeduría de la empresa. A fin de mes, si le quedaba saldo a favor de
usted, seguro que se le perdía una pala, se la daban de nuevo, pero se la
descontaban. Y usted en el mejor de los
casos no cobraba nada, en el peor se quedaba con deuda. Ese sufrimiento de mis padres yo lo fui
capitalizando, primero fue un rencor y después, un desafío político.
Se hacían muchas guitarreadas en los ’60. De esas ruedas, de a poquito se fueron
metiendo los argumentos políticos. Yo
hablaba siempre de mi bronca. Así se fue
formando en esa adolescencia la intención de querer desarrollarse
políticamente. Pero habíamos muchos como
yo que teníamos nada más que sexto grado, había un abismo con los chicos que
estaban en la facultad. Pero no era algo
a nivel individual, era algo de querer sumar, de querer estar con alguien
luchando codo a codo. También era la
época de los Beatles, y así cada grupo de la juventud se fue separando, a
nosotros no nos gustaba esa movida, queríamos ser proletarios, no nos gustaban
los jeans, vestíamos con ropa de Grafa, de trabajo. Y así fuimos conociéndonos y ampliando, con
otros chicos de facultad que iban llegando. Pasando el tiempo, por el 65/66
mataron a Luther King y eso confirmó más la ideología. También se escuchaba que el Che iba a entrar
a Argentina por Bolivia, y nosotros decíamos que lo queríamos esperar,
luchando, entrando en acción, con guerrilla.
Yo no me caracterizaba mucho por las charlas, las reuniones. Yo corría cuando decíamos a ver cómo podíamos
armar las milicias.
En esa época circulaba una grabación de Perón donde hablaba de un ejército
revolucionario peronista para que no sucediera de nuevo lo del 55. Yo me sentía como pez en el agua, yo amaba la
acción. Y nosotros nos quedamos con
Montoneros, dentro del partido, como su brazo armado. La ultraderecha peronista era reconocida como
un enemigo de adentro, que eran los que había que vencer en una primera
etapa. Eso quedó bien claro con lo de
Ezeiza. Eso fue una emboscada. Se empiezan a armar los cuadros, a hacer
grupos más pequeños, para no quedar expuestos, porque la lucha se hacía cada
día más peligrosa.
ALFREDO. La lucha del
sindicato ahora es casi igual que la de esa época, a fines del 75 cuando ya se
hizo más fuerte la lucha entre los sindicatos y los militantes de base, la
derecha había ganado los puestos más importantes dentro del gremialismo. En el mes de febrero de 1976 desaparecieron
los dos compañeros, uno de ellos la maestra, Casariego.
TITO: Nosotros estuvimos cuatro días buscándolos. Fuimos a
los cementerios de San Martín, Boulogne, Olivos, donde nos decían que había
habido movimiento, que se habían enterrado gente. Ibamos a levantar las tumbas, algunos estaban
con cal, otros así nomás, sin cajón. Y
nosotros íbamos para un lado y otro. No
es fácil olvidarse de esas cosas. La
última vez, salimos dos autos y tres camionetas. Era en Estefani. Yendo a Lujan, mano izquierda. Cuando llegamos, vemos que los que entraban
al campo retroceden, rápido. Voy a ver
qué pasó, cruzo la ruta corriendo y cuando voy a cruzar el cerco, los que
venían me dicen que los cuerpos estaban conectados a una bomba, para
volarlos. Nos fuimos para allá, no teníamos
experiencia de cómo desactivar. Entonces
viene uno que tenía algún conocimiento.
Lo que se veía era monstruoso, no sé cómo se pueda tener tanta saña para
torturar así. Rosa Casariego tenía los
pechos todos cortados, los genitales, todos quemados por la picana. Ella era la hija de un doctor y se metió con
un chico de nuestro grupo, por eso teníamos tanta responsabilidad de
buscarlos. Por Huesito, así le decíamos porque era flaquito,
todo el día con un libro abajo del brazo.
Fuimos entonces, aparentemente no habían volado porque había fallado el
dispositivo. Bueno, este muchacho, sin
protección, sin nada, le sacó un cable y lo desactivó. Se pudo levantar los cuerpos, se velaron en
el sindicato. Y bueno, eso era con lo
que nos encontrábamos.
ALFRERO: A partir de este hecho la persecución fue muy
grande. El 13 de febrero asesinan al
padre Pancho, en la capilla donde él había hecho el responso de estos
compañeros, Nuestra Señora de Carupá.
TITO: La noche que levantaron a mi compañero, José Caamaño, jugaban Ríver y Boca, él era de Boca, yo de
River. Me acuerdo del gol de Suñe, con
el que ganaron el partido. Yo pensaba en
la cargada del día siguiente, pero no pudo ser. Sé que él se aguantó la
tortura, que no me delató, si no, yo no estaría acá. La hija de él, que ahora trabaja en la
Municipalidad de Tigre, era chiquita en esa época, un rubiecita hermosa. El sufría por eso, por los hijos, como todo
padre ¿no? Pero él tenía una pasión por sus hijos. Después que se lo llevaron al padre, por
intermedio de los delegados organicé una colecta en la sección carpintería,
para acercarle una ayuda a la señora, para los chicos. Nosotros ya estábamos en la
clandestinidad. Ya no teníamos el apoyo
de los grandes cuadros, quedamos mano a mano y sin ayuda de nadie, el que nos
ayudaba sabía que se jugaba la vida, no había garantía de nada. Nosotros éramos conscientes de eso, y no
queríamos que se llevaran a nadie por nosotros, si nos tenían que llevar que lo
hicieran, pero a nosotros solos.
Yo mantuve un silencio dentro de mi barrio, cuando lo
levantaron a Mingo, yo tuve que trabajar muy en silencio, anduvieron mucho tiempo atrás mío de
civil. Tenía un solo contacto en el
barrio que se encargaba de informarme, ahora ya falleció, se llamaba Emilia
Homero. La recuerdo siempre, una señora de 85/90 kg, saltando un cerco para salvar mi vida. Uno no se olvida de esas cosas. Ella tenía mucha llegada en el barrio y se
nutría. Cuando yo venía a visitar a
mi familia, estaba apenas unos minutos y
me iba a la canchita, escondido entre el montón de la gente, decían cómo le
gusta el fútbol a Tito. Hoy mi vida la
comparto con los fantasmas. Me quedo con
el recuerdo de mis compañeros.
ALFREDO: Me parece que esto es un aporte que nosotros tratamos de hacer al recordar, al
mantener viva la memoria. Podemos pensar
que la sociedad pueda llegar a entender que los que lucharon en los 70 no eran
delincuentes. En esos años fallamos en eso,
en acercarnos a los vecinos, a la gente que nos rodeaba, para que conocieran
por qué luchábamos. Me parece que a
pesar de toda tu tristeza, es hora de que vos valores todo lo que hiciste y para
que la gente lo sepa también. Además, hay
muchos jóvenes en el barrio, hijos de nuestros compañeros, que te tienen como
última posibilidad de saber algo de sus padres.
Cuando apareciste en la marcha de Astarsa, todos los familiares fueron a
saludarte. Eso demuestra el cariño que tiene la gente por vos.
TITO: A mí la hija de mi compañero me dijo, vos me podés
contar de mi papá. Lo único que le
puedo decir es que fue un gran hombre, un gran compañero, que sufrió por sus
hijos. Ella me dice que sus hijos le
preguntan por el abuelo, que quieren saber.
Ella sabe que fuimos compañeros de toda nuestra actividad política. No es que yo me quiera olvidar, si pudiera lo
haría, no puedo hacerlo, pero almaceno tanta desconfianza. Yo a Alfredo lo sondeé mucho para ver con
quién se maneja con quién está trabajando, y por eso vengo, por una amistad, a
conocerlos a Uds. Por ahí toqué algunas
cosas de manera superficial, a grandes rasgos, pero tengo una sensación de
vacío. Yo siempre soñé con la justicia
social, la justicia para el pobre, este gobierno, no estoy totalmente de
acuerdo, pero de alguna manera, en derechos humanos, con la juventud de La
Cámpora, que me parece muy capaz, que tiene que salir a formar cuadros, a
caminar los barrios.
Villa Garrote se empezó a formar muy cerca de Astarsa. Yo le dije a mi compañero, José, por qué no
utilizar la comida que queda en el comedor de la empresa, para darle a esta
gente, con un poco de pan. Y así empezó
Villa Garrote, y ahora es peligrosísima.
Lo que falta es darles a esos chicos un sentido de vida, enseñarles que
la política no es basura. Hay que
explicarles, que se formen, que sepan ejercer sus derechos.
En el barrio fue muy duro, lo que primero decían “andá a
saber en qué andaban”. Lo que sí aprendí
es que si hoy se crea un movimiento medianamente parecido en la acción o la
opinión, que primero se concientice al pueblo, individualmente como agrupación
sos muy vulnerable.
A mí me gustaría contar por qué fue la lucha, qué pensaban,
eso me gustaría, aportar algunos puntos de vista.
Nosotros tuvimos una dirigencia, que dejó ver hasta
determinadas cosas. Yo me siento que fui
un poco usado, y el resultado fue sálvese como se pueda.
Yo me exilié. En San
Isidro, mi suegro tenía un negocio de verdulería, y se fue extendiendo y llegó
al colegio Marín. Por intermedio de Casaretto,
el que fue obispo de San Isidro, canaliza mi suegro el hábeas corpus para mí, y
me permitieron salir del país. Llegaron
hasta Harguindeguy. El dijo que no había
excepción para nadie. Le dijeron que yo
era carpintero y preguntó si andaba con “herramientas”. Ellos le contestaron que sí, martillos, tenazas, las de un
carpintero. Le dijeron que me quería ir
por cuestiones económicas. Y no lo
permitió. Luego hicieron otro pedido a
través del obispado de Quilmes o Morón, hubo un apoyo del otro lado y entre
gallos y medianoche crucé a Uruguay, sin familia, solo, y de ahí seguí. Hasta Venezuela. Estuve casi dos años trabajando en el campo
casi dos años, hasta el 77. Fue muy duro
eso. Yo comprendo a los inmigrantes de
los países limítrofes acá, yo lo padecí mucho eso. El instinto político uno no lo pierde, uno
siempre ve lo que se podría hacer políticamente para mejorar. Nosotros le pedíamos al jefe, que nos
permitiera comer a la sombra, debajo de un árbol. Y no nos dejaban. Tenías que pararte ahí donde estabas y comer
bajo el sol. Una cosa horrible, no había
agua caliente para bañarte, había un arroyo y pusieron dos caños y de ahí salía
el agua y con eso arregláte. A los
argentinos no nos quieren afuera, no sé si porque vendemos una mala imagen, no
sé.
Yo me quedé siempre con una frase del Che, “la revolución en
Latinoamérica pasa por la cultura de los pueblos”. Eso es lo que tenemos que hacer, hay que
instruirse, hay que aprender.
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