Elegimos bien...

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miércoles, 4 de diciembre de 2013

José González - Fernando Almirón

La dictadura militar que usurpó el gobierno en 1976 marcó a nuestro país en todos los ámbitos.  Luego de la apertura democrática, con el Juicio a las Juntas que develó sus crímenes a toda la sociedad, siguió la presión de los militares para que esos juicios no se extendieran más allá de quienes encabezaban el gobierno, desembocando en las leyes de obediencia debida y punto final.  El intento de mantener la impunidad tuvo su punto culminante con los indultos, una serie de decretos sancionados en octubre de 1989 y diciembre de 1990 por el entonces presidente Carlos Saúl Menem.  A partir de ese momento se inicia un período de negación de la memoria, en el marco del proceso neoliberal que asoló no solo a la Argentina sino a toda América Latina, con su secuela de desocupación, miseria y pérdida de los valores solidarios y de búsqueda de la equidad social que por décadas nos caracterizaron.
Todo eso comenzó a tener reparación a partir del 25 de mayo de 2003.  Néstor Kirchner, declarándose hijo de las Madres de Plaza de Mayo, descolgando los cuadros de los genocidas, cimentó el camino para que la justicia empiece a ocupar el espacio robado durante tantos años.  Lentamente, los lazos rotos comenzaron a recomponerse. 
La historia de quienes sufrieron en carne propia la desaparición forzada y de sus familias, es la historia del país.  El horror de la dictadura permaneció vivo en quienes sobrevivieron y en aquellos que perdieron padres, hijos, hermanos, amigos. Muchas familias quedaron divididas por separaciones obligadas, por silencios autoimpuestos, que comenzaron a romperse.
José fue uno de los compañeros de militancia más cercanos de Alfredo More.  Ellos estuvieron junto a Rubén Almirón, cuya historia fue la primera que se reprodujo en este sitio.  Rubén tuvo un hijo, Fernando, quien recién en 2006 supo que su padre estaba desaparecido.  Fernando declaró en el juicio por la ESMA a fines de abril de 2013.  Está recuperando su identidad perdida, reconstruyendo a través de los relatos de los compañeros, la memoria de su padre.  José es el padre de Marcela, la hija de Alicia More, hermana de Alfredo, que nos contó también su historia.  Piezas todos ellos de un intrincado rompecabezas que luego de 37 años empieza a armarse.
Se juntaron José, Fernando y Alfrero y surgió esta charla:
José: Yo he vivido en Don Torcuato, en el barrio Ricardo Gutiérrez.  Mi militancia empieza desde muy chico, vengo de una familia peronista.  En el año 55 mi padre era maquinista ferroviario y se tuvo que ir a Pacará, en Tucumán, a trabajar porque lo perseguían en ese tiempo por ser militante peronista.  Tuvo un tío que fue diputado provincial, un primo diez años preso por ser de la Resistencia Peronista; entonces, como quien diría, “mamo” esto desde muy chico, prácticamente desde las raíces, siempre recuerdo las huelgas ferroviarias, mi papá era delegado.  Recuerdo el paro del año 62, cuando se paralizó el troncal de todos los ramales, cuando Frondizi comenzó con el cierre de algunos ramales.  En ese entonces había un policía esperando que papá volviera a casa.  Nosotros teníamos que ir a verlo a otro lugar, porque él estaba escondido, si no, lo metían preso. 
Por toda esta historia, desde los 17 empiezo a militar en la JP.  La militancia, más que otra cosa, era pintar paredes y alguna pegatina del famoso “Perón vuelve”.  Luego de los fusilamientos de Trelew, en agosto de 1972, por iniciativa de varios compañeros entre los cuales me incluía, fundamos una Unidad Básica, donde era el mercado del barrio, en la esquina de Avda. Belgrano y Acassuso, en Torcuato.  La llamamos Unidad de Trabajo Mariano Pujadas.  Trabajábamos en algunos barrios, como el Estrada, 26, Baires, kilómetro 30.  De allí salíamos a las movilizaciones, con micros, íbamos a algunas villas, como El Sapito, donde concurríamos con un médico, una enfermera.  Había también un ingeniero, que enseñaba a los vecinos a hacer los bloques de cemento; en esa época muchas de las casillas de la villa tenían paredes de cartón, con las lluvias era un desastre.  La idea era levantar las paredes de ladrillos.  Los médicos revisaban a los chicos y las mujeres de la villa; las enfermeras capacitaban para poner inyecciones y detectar los síntomas de enfermedades.  Una enseñanza base como para solucionar los problemas porque era muy difícil que ellos pudieran salir e ir un hospital acá cerca, porque no existían en ese tiempo.
Ese fue el principio de la militancia.  En 1975 llego al barrio Almirante Brown, en ese tiempo como militante del Peronismo Auténtico, donde estaba Andrés Framini a la cabeza y la JP apoyando ese proceso de diferenciación de la derecha peronista.  En el barrio hacíamos el famoso trabajo de golpear puertas, casa por casa;  nos sentábamos con el vecino y le explicábamos de qué se trataba el proyecto de trabajo nuevo, en una Sociedad de Fomento donde la idea era agrupar la mayor cantidad de personas para llevar a cabo un proceso de cambio político que el país necesitaba.  Muchos compañeros del barrio se nos unieron.  De ellos hay muchos desaparecidos.  Fue todo bastante complicado, en mayo del año 76 nos tenemos que ir y empezaron a caer los compañeros.  Fueron al barrio Almirante Brown y cayó un montón de gente.  En mi casa lo levantaron a mi hermano, de 23 años, que continúa desaparecido.  Yo me pude salvar y traté de hacerlo con algunos más.  Y empezó un derrotero de situaciones complicadas, porque empieza la persecución; en esa situación se tienen muchas sensaciones raras.  No podés estar con tu familia, el miedo a que en cualquier momento te levantaran, era muy atroz la persecución.  Hemos vivido con Alfredo en varios lugares en Capital Federal, nos íbamos a acostar y no sabíamos si al otro día seguíamos vivos. 
Después de una serie de inconvenientes que tuve acá me fui al interior. Tenía una posta en Rosario, pero cuando llegué ya estaba el ejército.  Me tuve que volver a Buenos Aires y me fui a Cuyo, donde estuve años escondiéndome.  Pero parece que Dios no me quería, sigo vivo…En resumen, esa fue mi vida en esos años.  Cada vez que se paraba un auto pensaba que era la patota que venía por mí.  La mente estaba siempre atenta por cualquier ruido, cosa rara; cualquier persona que daba vueltas por ahí yo pensaba que era de los servicios.  Así pasé mucho tiempo.
Alfredo: Me gustaría que cuentes el período de militancia dentro del barrio, cómo eran las cosas, las relaciones entre los compañeros.
José: En la militancia no había apetencias personales.  Todos luchábamos por un proyecto de vida, éramos jóvenes que lo teníamos bien en claro.  Caso concreto, yo no viví de la política; al contrario, yo trabajaba y ponía plata de mi bolsillo para darle a los compañeros de la villa que no tenían ni para la leche.  Yo cambié mi horario de trabajo, que era de 9 a 17, por otro de 7 a 15, para poder ir a militar al barrio.  Pero yo nunca dejé de trabajar, la política nunca me dio plata.  Nadie me dio nada.  Esas son experiencias que uno las puede tener por estar consustanciado con un pensamiento, que era compartido por mucha gente.  Si los desaparecidos son 30.000 eso implica que había muchas más personas, que apoyaban también ese proyecto.
Alfredo: El 2 de mayo, cuando declaré en el juicio por la ESMA, por el caso de Rubén, el papá de Fernando, el fiscal me preguntó si quería agregar algo más sobre los compañeros; yo declaré que lo que más rescataba era la sensibilidad social de todos ellos.  Eso me quedó muy marcado a mí.  Gucho, por ejemplo, que se notaba que era de una familia bastante acomodada y laburaba de cocinero en el Sindicato de Publicidad.
José: Sí, era cocinero.  Y antes fue a una fábrica a trabajar, no sabiendo nada de eso, porque él estudiaba Derecho, nada que ver.  Pero se hizo obrero para entender por qué estaba luchando.  Porque los compañeros que venían de la facultad querían saber cuál era en esencia el problema del proletariado.  Esto demuestra que la gente trabajaba por un proyecto, para que todo el pueblo estuviera bien.
Alfredo: Claro, porque después de la dictadura y sobre todo en la década de los 90, quedó como que quien participa en política está en una actividad rentable.  Y yo lo que veo de aquellos años, sin ir más lejos: Rubén que trabajaba en el Sindicato de Publicidad, tu hermano, telefónico; vos ferroviario, todos laburantes.  Mingo Flores trabajaba y estudiaba.  Luis Pérez, terminando el secundario y trabajando en una empresa de Lácteos.  Toda esa gente con buena voluntad y bastante conciencia, sin buscar “salvarse” con la política.  Por eso estamos haciendo esto, tratar de armar todas esas historias para que se sepa qué clase de gente era.  Espero que nos dé el tiempo para poder armar todo.
José: Sin dudas se trata de un rompecabezas.  La dictadura logró su objetivo, sembrar el miedo.  Hemos tenido años muy fuertes y complicados y el miedo ganó a cada una de las personas.  Son cosas que quedan muy marcadas.  Te dijo más: yo, hoy en día, cuando voy a trabajar, no voy y vuelvo por el mismo camino.  Lo hago inconscientemente.  Todavía sigo perseguido.  Son hábitos que te quedan.  Fue muy fuerte.  Amén de haber tenido la suerte de hoy poder contarlo.  O no.  No sé si hubiera sido mejor lo otro, porque lo que uno pasa en todo este proceso es muy delicado, te hace mella.  Por qué yo no.  He visto compañeros muy cercanos a mí que hoy no están.  El caso de Mariano.  Con Alfredo estuvimos viviendo en su casa en una primera etapa.  Muy amigo mío, hoy no está.  Mi hermano, muchos compañeros más que los tengo siempre presentes, pero bueno…
Alfredo: Yo cuando hablo con vos me acuerdo de cuando íbamos a lugares que los padres de otros compañeros nos  ofrecían irnos del país, con los hijos.  Y nosotros no quisimos nunca.
José: Es cierto.  Nosotros hemos sacado gente, el caso de una chica que la sacamos por Uruguay.  Y nos ofrecían “¿Se quieren ir Uds. también?”.  Y nosotros dijimos que no, porque quedaban nuestros familiares.  En el caso mío, mi hermano ya no estaba, no sabía realmente si algún día podía volver, yo sentía que lo hubiera defraudado si me iba.  Porque para nosotros era muy fácil irnos y dejar todo, pero estaba la familia detrás.  Yo tenía a mis padres vivos, que por supuesto sufrieron todo este proceso y se murieron muy jóvenes los dos, porque no soportaron la pena: de mi hermano desaparecido y de mí no supieron nada durante mucho tiempo, porque por temas de seguridad yo no podía hacer contacto con ellos.  No sabían si yo estaba vivo no, eso los llevó jóvenes a los dos.
En una oportunidad en que me encontré con mi madre, me dijo “Fuimos al regimiento de Patricios y nos dijeron que si te entregás vos tu hermano aparece”.  Yo le contesté que no creyera nada de lo que los militares le dijeran, que mi hermano ya no estaba, no podía ser que estuviera ausente tanto tiempo.  Le insistí que no creyera.  Que si me entregaba yo me iban a matar y mi hermano no iba a aparecer.  E iba a tener dos hijos desaparecidos.  Y bueno, lloramos juntos, nos abrazamos y ella me dijo “Quizá tengas razón, hijo”.  Pero claro, a ella le dolía porque mi hermano tenía dos hijos chiquitos, una familia, entonces evidentemente era muy doloroso para ella.  Pero yo tuve que ser cruel y decirle la verdad, sacarle la ilusión que ella tenía.  Lamentablemente esa era la realidad.
Alfredo: Vos recién mencionaste a Mariano, la verdad que yo me había olvidado de él.  En su departamento fue la primera vez que leí la frase de San Martín “La bayetilla que la trabajen nuestras mujeres, y si no, iremos en pelota como nuestros hermanos los indios: seamos libres y lo demás no importa nada.”  Recuerdo que me sorprendió mucho, no sabía que San Martín había hablado de esa manera.  Bueno, volviendo a Mariano, él nos dejó en la casa y se fue.
José: Sí, así fue.  El murió luego en un enfrentamiento en Avellaneda.  Después de estar en lo de Mariano pudimos sobrevivir también por el gordo Paul (Pablo Rouger, actor desaparecido).  Fue un compañero que nos abrió las puertas de su casa y nos prestaba dinero para poder comer.  Era profesor de actores, una persona muy culta, sigue desaparecidos.  Nosotros vivimos en casas que él nos ofreció.  Para nosotros es una persona que llevamos prendida en nuestro corazón, porque nos apoyó de una, sin conocernos, nos brindó todo.  Y con ese espíritu y solidaridad, no solamente Paul nos ayudó, también mucha otra gente, en los momentos más complicados.  Un tío mío, junto con su hijo, nos llevaron una noche a su casa; pudimos bañarnos y yo pude ver a mis padres.  Al otro día, nos tuvimos que ir, corríamos de un lado para otro.  Nunca en el mismo lugar.  Cuando parábamos un tiempo en un departamento, salíamos a la mañana haciendo como que íbamos a trabajar, volviendo a la noche, para que los vecinos no sospecharan.  Yirábamos todo el día. 
Alfredo: Eso que mencionás es también una actitud que distinguía a los militantes en ese entonces, la forma en que nos ayudábamos sin conocernos siquiera; estábamos todos viviendo como al borde, con miedo a desaparecer.  En los primeros momentos se tenía miedo de caer detenido, con el transcurso del tiempo nos dimos cuenta de cómo venía la mano, de toda la crueldad de que fue capaz la última dictadura.
José: Sí, en un principio nosotros pensamos que todo iba a ser como había sido, que te metían preso, te daban una paliza y listo o quedabas adentro hasta que cambiara el gobierno militar.  Pero a medida que fue avanzando la cosa y vimos que la realidad era otra, que los compañeros desaparecían o los mataban, ibas tomando ciertas precauciones para moverte.  El miedo era a que te agarren, a la tortura; evidentemente ante una situación así una persona no sabe cómo va a reaccionar, no sabés cuáles son tus límites; vos tenías muy claro que no tenías que hablar en caso de caer, pero no sabías qué podía pasar.  Era todo tan cruel, sabíamos que nos iban a matar al final, entonces pensabas en tener una pastilla o hacerte matar en el momento en que no tuvieras escapatoria.
Alfredo: Además hay que pensar que éramos todos muy jóvenes, 17, 20 años.  Y era difícil para alguien tan chico soportar esa presión.  Por eso muchos preferían irse del país o esconderse en el interior con sus compañeras.  Yo recuerdo que lloré tanto en esos tiempos, como nunca después: vivíamos en una despedida constante, porque los compañeros caían o se iban.  Y cada uno de ellos era un pedazo tuyo, no parabas de llorar, nos íbamos caminando con él, los dos llorando.  Te ibas quedando solo.
José: Cuando te enterabas de que caía un compañero era brutal para uno.  Nos conocíamos mucho, los militantes de la zona sobre todo.
Alfredo: Cuando yo les contaba a mi familia, a mis hijas, todas las cosas que pasamos juntos con José, me quedaba pensando a veces si no pensarían que estaba fabulando: el único que podía certificar todo eso era él.  Cuando lo empecé a buscar, me preguntaba ¿y si este tipo no existe más? Hay que ver si me siguen creyendo.  Es bueno haberlo encontrado, para que también haya otra persona que recuerde a Gucho, a Rubén Almirón.
José: Yo soy el militante más viejo de la zona, empecé mucho antes, en todo Torcuato y Pacheco.  Al papá de Fernando (Rubén Almirón), lo conocí bastante, estuvo siempre al lado de nosotros.  Fue uno de esos militantes muy especiales, al que nunca le faltó el optimismo, pasara lo que pasara siempre tenía un chiste.  Por lo demás, era un militante neto, un tipo del pueblo, de un barrio humilde y que tenía bien claros los conceptos de la lucha.  Y bueno, se nos fue, como se nos fueron tantos; pero el recuerdo que yo tengo de él es el de un tipo optimista, que iba al frente, que laburaba como los mejores.  Tenía todos los atributos de una persona especial, que por eso quizá no esté, porque era tan especial que el plano quizá le quedaba chico.  Tengo muy buenos recuerdos de tu papá (le dice a Fernando).
Alfredo: También tenemos muy buenos recuerdos de tu tío, Andrés.  No era tan simpático como tu viejo pero era más bravo.  A lo mejor por su condición de asmático, era medio cascarrabias, seriote.  Era un tipo muy capaz, un guerrero, de los mejores que hubo en la zona. 
José: Sí, uno de los mejores.  Había una base de militancia muy fuerte en toda la zona.  Se daban muchos debates, en la base, donde se tienen que dar.  No sirve que te tiren de arriba una idea, porque a lo mejor esa idea no puede ser puesta en práctica en el lugar donde vos estás: cada zona es diferente.  Todo tiene que salir de abajo hacia arriba, no al revés.  La militancia siempre se manejó así: con debate en la base y tirar la pelota para arriba: “señores, esta es la realidad del barrio”.  De acuerdo a eso se planificaba cómo se entraba para poder lograr los objetivos.  No sirve que te digan qué hacer desde arriba, a lo mejor lo que te dicen sirve para Belgrano, pero no para Almirante Brown.  Si esto ocurre, es malo.  Son los cuadros de la base los que tienen que decir qué hay que hacer en cada lugar.  Si el de arriba opina lo contrario, lo que tiene que hacer es bajar a la base y verificar qué sucede.  Hay que tener cuidado con esto.
Alfredo: No sé si querés agregar algo más, en lo que se refiere a cómo se vivía en esa época, desde el 76 hasta mucho después del 83, donde no podías hablar de lo que habías pasado, porque los militantes estaban catalogados como medio locos.  Además habías tenido que ocultarte durante todo ese tiempo, en un exilio dentro del país, sin poder hablar con nadie, teniendo que cambiar tu nombre y tu historia.
José: Sí, tenías que irte, no podías trabajar en lo que estabas habituado.  Yo me fui al campo, a trabajar en cosas que jamás había hecho, yo trabajaba en una oficina, en contabilidad, en pleno centro.  Te imaginás que eso te costaba mucho, más sabiendo que en cualquier momento te levantaban.  No tenías garantía de nada.  Yo mucho tiempo trabajé por casa y comida, nada más, sin un sueldo, ni nada.  Fue muy difícil.  Perdí años preciosos de mi juventud, pero bueno, sirven de experiencia en una situación muy particular y que supongo fue compartida por muchos compañeros igual que yo.  No es un consuelo, sino que sé que pasó así.  Y bueno, seguimos pensando igual, y consideramos que en este momento es muy importante lo que se está haciendo sobre todo con la juventud: que aprendan las cosas que pasan en el país y que les permitan forjar su futuro, cosa que a nosotros no nos permitieron, nos eliminaron y mataron lo que fue una juventud pensante, que sabía por qué luchaba.  Nos devastaron.  Ojalá los pibes hoy puedan tener esa posibilidad de ver los frutos de su trabajo y compromiso de hoy.
Alfredo: Fernando ¿querés agregar algo?
Fernando: Que me da mucha alegría escucharlos hablar así de mi papá.  Es muy distinto de lo que me decían que había sido él.
José: Quedáte tranquilo, Fernando, que fue como te decimos.  Un personaje querido, por su forma de ser, un hombre de bien, trabajador y que sabía cuál era el norte que uno estaba buscando.  Tu papá fue una muy buena persona.
Alfredo: Y no te lo contamos para que te sientas triste, sino para que te enteres de cómo fue.  Yo los busqué a vos y a tu mamá porque siempre pienso que si me hubieran levantado a mí, Rubén hubiera hecho lo mismo: buscar a mi familia, rescatarme como persona aunque sea en el recuerdo.  Me parece que saber cómo fue es mejor que ignorarlo, que estar preguntándote siempre.  Igual pasó con el sobrino de José, que tampoco conocía la historia de su papá y a través de nuestro contacto pudo saber.  Cambió su vida, tiene más parientes.  A veces me llama y me dice que por culpa mía tiene parientes por todos lados.
Fernando: Me gustaría conocer más de mi viejo, de a poco pienso que voy a ir sabiendo.
José: Es difícil reconstruir una historia, sobre todo cuando tantos que la vivieron ya no están.  Pero vos tenés que seguir buscando, el hombre de por sí es buscador.  Conociendo tus raíces, y todo esto es parte de ellas, te vas a conocer vos.  Por eso pienso que es importante lo que podamos aportarte Alfredo y yo; seguramente si seguimos escarbando van a aparecer otros testimonios de los que lo conocieron, de compañeros que por diferentes razones no sabemos dónde están. 
Alfredo: Creo que además vos le vas a poder contar a tus hijos quién fue su abuelo.  Va a ser una identidad para ellos como nietos.  Y eso también es una reparación para él.  Que se puedan sentir orgullosos de él, un luchador popular.
            

En la redacción de Página: Alfredo More, Patricia Salvatierra, y su hija, tía y prima de Fernando Almirón y Alejandra Dandan

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