La dictadura militar que usurpó
el gobierno en 1976 marcó a nuestro país en todos los ámbitos. Luego de la apertura democrática, con el
Juicio a las Juntas que develó sus crímenes a toda la sociedad, siguió la presión
de los militares para que esos juicios no se extendieran más allá de quienes
encabezaban el gobierno, desembocando en las leyes de obediencia debida y punto
final. El intento de mantener la
impunidad tuvo su punto culminante con los indultos, una serie de decretos
sancionados en octubre de 1989 y diciembre de 1990 por el entonces presidente
Carlos Saúl Menem. A partir de ese
momento se inicia un período de negación de la memoria, en el marco del proceso
neoliberal que asoló no solo a la Argentina sino a toda América Latina, con su
secuela de desocupación, miseria y pérdida de los valores solidarios y de
búsqueda de la equidad social que por décadas nos caracterizaron.
Todo eso comenzó a tener
reparación a partir del 25 de mayo de 2003.
Néstor Kirchner, declarándose hijo de las Madres de Plaza de Mayo,
descolgando los cuadros de los genocidas, cimentó el camino para que la
justicia empiece a ocupar el espacio robado durante tantos años. Lentamente, los lazos rotos comenzaron a
recomponerse.
La historia de quienes
sufrieron en carne propia la desaparición forzada y de sus familias, es la
historia del país. El horror de la
dictadura permaneció vivo en quienes sobrevivieron y en aquellos que perdieron
padres, hijos, hermanos, amigos. Muchas familias quedaron divididas por
separaciones obligadas, por silencios autoimpuestos, que comenzaron a romperse.
José fue uno de los compañeros
de militancia más cercanos de Alfredo More.
Ellos estuvieron junto a Rubén Almirón, cuya historia fue la primera que
se reprodujo en este sitio. Rubén tuvo
un hijo, Fernando, quien recién en 2006 supo que su padre estaba
desaparecido. Fernando declaró en el
juicio por la ESMA a fines de abril de 2013.
Está recuperando su identidad perdida, reconstruyendo a través de los
relatos de los compañeros, la memoria de su padre. José es el padre de Marcela, la hija de
Alicia More, hermana de Alfredo, que nos contó también su historia. Piezas todos ellos de un intrincado
rompecabezas que luego de 37 años empieza a armarse.
Se juntaron José, Fernando y
Alfrero y surgió esta charla:
José: Yo he vivido en Don Torcuato, en el barrio Ricardo
Gutiérrez. Mi militancia empieza desde
muy chico, vengo de una familia peronista.
En el año 55 mi padre era maquinista ferroviario y se tuvo que ir a
Pacará, en Tucumán, a trabajar porque lo perseguían en ese tiempo por ser
militante peronista. Tuvo un tío que fue
diputado provincial, un primo diez años preso por ser de la Resistencia
Peronista; entonces, como quien diría, “mamo” esto desde muy chico,
prácticamente desde las raíces, siempre recuerdo las huelgas ferroviarias, mi
papá era delegado. Recuerdo el paro del
año 62, cuando se paralizó el troncal de todos los ramales, cuando Frondizi
comenzó con el cierre de algunos ramales.
En ese entonces había un policía esperando que papá volviera a
casa. Nosotros teníamos que ir a verlo a
otro lugar, porque él estaba escondido, si no, lo metían preso.
Por toda esta historia, desde
los 17 empiezo a militar en la JP. La
militancia, más que otra cosa, era pintar paredes y alguna pegatina del famoso
“Perón vuelve”. Luego de los
fusilamientos de Trelew, en agosto de 1972, por iniciativa de varios compañeros
entre los cuales me incluía, fundamos una Unidad Básica, donde era el mercado
del barrio, en la esquina de Avda. Belgrano y Acassuso, en Torcuato. La llamamos Unidad de Trabajo Mariano
Pujadas. Trabajábamos en algunos
barrios, como el Estrada, 26, Baires, kilómetro 30. De allí salíamos a las movilizaciones, con
micros, íbamos a algunas villas, como El Sapito, donde concurríamos con un médico,
una enfermera. Había también un
ingeniero, que enseñaba a los vecinos a hacer los bloques de cemento; en esa
época muchas de las casillas de la villa tenían paredes de cartón, con las
lluvias era un desastre. La idea era
levantar las paredes de ladrillos. Los
médicos revisaban a los chicos y las mujeres de la villa; las enfermeras
capacitaban para poner inyecciones y detectar los síntomas de
enfermedades. Una enseñanza base como
para solucionar los problemas porque era muy difícil que ellos pudieran salir e
ir un hospital acá cerca, porque no existían en ese tiempo.
Ese fue el principio de la
militancia. En 1975 llego al barrio
Almirante Brown, en ese tiempo como militante del Peronismo Auténtico, donde
estaba Andrés Framini a la cabeza y la JP apoyando ese proceso de
diferenciación de la derecha peronista. En
el barrio hacíamos el famoso trabajo de golpear puertas, casa por casa; nos sentábamos con el vecino y le
explicábamos de qué se trataba el proyecto de trabajo nuevo, en una Sociedad de
Fomento donde la idea era agrupar la mayor cantidad de personas para llevar a
cabo un proceso de cambio político que el país necesitaba. Muchos compañeros del barrio se nos unieron. De ellos hay muchos desaparecidos. Fue todo bastante complicado, en mayo del año
76 nos tenemos que ir y empezaron a caer los compañeros. Fueron al barrio Almirante Brown y cayó un
montón de gente. En mi casa lo
levantaron a mi hermano, de 23 años, que continúa desaparecido. Yo me pude salvar y traté de hacerlo con
algunos más. Y empezó un derrotero de
situaciones complicadas, porque empieza la persecución; en esa situación se
tienen muchas sensaciones raras. No
podés estar con tu familia, el miedo a que en cualquier momento te levantaran,
era muy atroz la persecución. Hemos vivido
con Alfredo en varios lugares en Capital Federal, nos íbamos a acostar y no
sabíamos si al otro día seguíamos vivos.
Después de una serie de
inconvenientes que tuve acá me fui al interior. Tenía una posta en Rosario,
pero cuando llegué ya estaba el ejército.
Me tuve que volver a Buenos Aires y me fui a Cuyo, donde estuve años
escondiéndome. Pero parece que Dios no
me quería, sigo vivo…En resumen, esa fue mi vida en esos años. Cada vez que se paraba un auto pensaba que
era la patota que venía por mí. La mente
estaba siempre atenta por cualquier ruido, cosa rara; cualquier persona que
daba vueltas por ahí yo pensaba que era de los servicios. Así pasé mucho tiempo.
Alfredo: Me gustaría que cuentes el período de militancia dentro
del barrio, cómo eran las cosas, las relaciones entre los compañeros.
José: En la militancia no había apetencias personales. Todos luchábamos por un proyecto de vida,
éramos jóvenes que lo teníamos bien en claro.
Caso concreto, yo no viví de la política; al contrario, yo trabajaba y
ponía plata de mi bolsillo para darle a los compañeros de la villa que no
tenían ni para la leche. Yo cambié mi
horario de trabajo, que era de 9 a 17, por otro de 7 a 15, para poder ir a
militar al barrio. Pero yo nunca dejé de
trabajar, la política nunca me dio plata.
Nadie me dio nada. Esas son
experiencias que uno las puede tener por estar consustanciado con un
pensamiento, que era compartido por mucha gente. Si los desaparecidos son 30.000 eso implica
que había muchas más personas, que apoyaban también ese proyecto.
Alfredo: El 2 de mayo, cuando declaré en el juicio por la ESMA, por
el caso de Rubén, el papá de Fernando, el fiscal me preguntó si quería agregar
algo más sobre los compañeros; yo declaré que lo que más rescataba era la sensibilidad
social de todos ellos. Eso me quedó muy
marcado a mí. Gucho, por ejemplo, que se
notaba que era de una familia bastante acomodada y laburaba de cocinero en el
Sindicato de Publicidad.
José: Sí, era cocinero. Y
antes fue a una fábrica a trabajar, no sabiendo nada de eso, porque él
estudiaba Derecho, nada que ver. Pero se
hizo obrero para entender por qué estaba luchando. Porque los compañeros que venían de la
facultad querían saber cuál era en esencia el problema del proletariado. Esto demuestra que la gente trabajaba por un
proyecto, para que todo el pueblo estuviera bien.
Alfredo: Claro, porque después de la dictadura y sobre todo en la
década de los 90, quedó como que quien participa en política está en una
actividad rentable. Y yo lo que veo de
aquellos años, sin ir más lejos: Rubén que trabajaba en el Sindicato de
Publicidad, tu hermano, telefónico; vos ferroviario, todos laburantes. Mingo Flores trabajaba y estudiaba. Luis Pérez, terminando el secundario y
trabajando en una empresa de Lácteos.
Toda esa gente con buena voluntad y bastante conciencia, sin buscar
“salvarse” con la política. Por eso
estamos haciendo esto, tratar de armar todas esas historias para que se sepa
qué clase de gente era. Espero que nos
dé el tiempo para poder armar todo.
José: Sin dudas se trata de un rompecabezas. La dictadura logró su objetivo, sembrar el
miedo. Hemos tenido años muy fuertes y
complicados y el miedo ganó a cada una de las personas. Son cosas que quedan muy marcadas. Te dijo más: yo, hoy en día, cuando voy a
trabajar, no voy y vuelvo por el mismo camino.
Lo hago inconscientemente.
Todavía sigo perseguido. Son
hábitos que te quedan. Fue muy
fuerte. Amén de haber tenido la suerte
de hoy poder contarlo. O no. No sé si hubiera sido mejor lo otro, porque
lo que uno pasa en todo este proceso es muy delicado, te hace mella. Por qué yo no. He visto compañeros muy cercanos a mí que hoy
no están. El caso de Mariano. Con Alfredo estuvimos viviendo en su casa en
una primera etapa. Muy amigo mío, hoy no
está. Mi hermano, muchos compañeros más
que los tengo siempre presentes, pero bueno…
Alfredo: Yo cuando hablo con vos me acuerdo de cuando íbamos a
lugares que los padres de otros compañeros nos
ofrecían irnos del país, con los hijos.
Y nosotros no quisimos nunca.
José: Es cierto. Nosotros
hemos sacado gente, el caso de una chica que la sacamos por Uruguay. Y nos ofrecían “¿Se quieren ir Uds.
también?”. Y nosotros dijimos que no,
porque quedaban nuestros familiares. En
el caso mío, mi hermano ya no estaba, no sabía realmente si algún día podía
volver, yo sentía que lo hubiera defraudado si me iba. Porque para nosotros era muy fácil irnos y
dejar todo, pero estaba la familia detrás.
Yo tenía a mis padres vivos, que por supuesto sufrieron todo este
proceso y se murieron muy jóvenes los dos, porque no soportaron la pena: de mi
hermano desaparecido y de mí no supieron nada durante mucho tiempo, porque por
temas de seguridad yo no podía hacer contacto con ellos. No sabían si yo estaba vivo no, eso los llevó
jóvenes a los dos.
En una oportunidad en que me
encontré con mi madre, me dijo “Fuimos al regimiento de Patricios y nos dijeron
que si te entregás vos tu hermano aparece”.
Yo le contesté que no creyera nada de lo que los militares le dijeran,
que mi hermano ya no estaba, no podía ser que estuviera ausente tanto
tiempo. Le insistí que no creyera. Que si me entregaba yo me iban a matar y mi
hermano no iba a aparecer. E iba a tener
dos hijos desaparecidos. Y bueno,
lloramos juntos, nos abrazamos y ella me dijo “Quizá tengas razón, hijo”. Pero claro, a ella le dolía porque mi hermano
tenía dos hijos chiquitos, una familia, entonces evidentemente era muy doloroso
para ella. Pero yo tuve que ser cruel y
decirle la verdad, sacarle la ilusión que ella tenía. Lamentablemente esa era la realidad.
Alfredo: Vos recién mencionaste a Mariano, la verdad que yo me
había olvidado de él. En su departamento
fue la primera vez que leí la frase de San Martín “La bayetilla que la trabajen
nuestras mujeres, y si no, iremos en pelota como nuestros hermanos los indios:
seamos libres y lo demás no importa nada.”
Recuerdo que me sorprendió mucho, no sabía que San Martín había hablado
de esa manera. Bueno, volviendo a
Mariano, él nos dejó en la casa y se fue.
José: Sí, así fue. El murió
luego en un enfrentamiento en Avellaneda.
Después de estar en lo de Mariano pudimos sobrevivir también por el
gordo Paul (Pablo Rouger, actor desaparecido).
Fue un compañero que nos abrió las puertas de su casa y nos prestaba dinero
para poder comer. Era profesor de
actores, una persona muy culta, sigue desaparecidos. Nosotros vivimos en casas que él nos
ofreció. Para nosotros es una persona
que llevamos prendida en nuestro corazón, porque nos apoyó de una, sin
conocernos, nos brindó todo. Y con ese
espíritu y solidaridad, no solamente Paul nos ayudó, también mucha otra gente,
en los momentos más complicados. Un tío
mío, junto con su hijo, nos llevaron una noche a su casa; pudimos bañarnos y yo
pude ver a mis padres. Al otro día, nos
tuvimos que ir, corríamos de un lado para otro.
Nunca en el mismo lugar. Cuando
parábamos un tiempo en un departamento, salíamos a la mañana haciendo como que
íbamos a trabajar, volviendo a la noche, para que los vecinos no sospecharan. Yirábamos todo el día.
Alfredo: Eso que mencionás es también una actitud que distinguía a
los militantes en ese entonces, la forma en que nos ayudábamos sin conocernos
siquiera; estábamos todos viviendo como al borde, con miedo a desaparecer. En los primeros momentos se tenía miedo de
caer detenido, con el transcurso del tiempo nos dimos cuenta de cómo venía la
mano, de toda la crueldad de que fue capaz la última dictadura.
José: Sí, en un principio nosotros pensamos que todo iba a ser como
había sido, que te metían preso, te daban una paliza y listo o quedabas adentro
hasta que cambiara el gobierno militar.
Pero a medida que fue avanzando la cosa y vimos que la realidad era
otra, que los compañeros desaparecían o los mataban, ibas tomando ciertas
precauciones para moverte. El miedo era
a que te agarren, a la tortura; evidentemente ante una situación así una
persona no sabe cómo va a reaccionar, no sabés cuáles son tus límites; vos
tenías muy claro que no tenías que hablar en caso de caer, pero no sabías qué
podía pasar. Era todo tan cruel,
sabíamos que nos iban a matar al final, entonces pensabas en tener una pastilla
o hacerte matar en el momento en que no tuvieras escapatoria.
Alfredo: Además hay que pensar que éramos todos muy jóvenes, 17, 20
años. Y era difícil para alguien tan
chico soportar esa presión. Por eso
muchos preferían irse del país o esconderse en el interior con sus
compañeras. Yo recuerdo que lloré tanto
en esos tiempos, como nunca después: vivíamos en una despedida constante,
porque los compañeros caían o se iban. Y
cada uno de ellos era un pedazo tuyo, no parabas de llorar, nos íbamos
caminando con él, los dos llorando. Te
ibas quedando solo.
José: Cuando te enterabas de que caía un compañero era brutal para
uno. Nos conocíamos mucho, los
militantes de la zona sobre todo.
Alfredo: Cuando yo les contaba a mi familia, a mis hijas, todas las
cosas que pasamos juntos con José, me quedaba pensando a veces si no pensarían
que estaba fabulando: el único que podía certificar todo eso era él. Cuando lo empecé a buscar, me preguntaba ¿y si este tipo no existe más? Hay que
ver si me siguen creyendo. Es bueno
haberlo encontrado, para que también haya otra persona que recuerde a Gucho, a
Rubén Almirón.
José: Yo soy el militante más viejo de la zona, empecé mucho antes,
en todo Torcuato y Pacheco. Al papá de
Fernando (Rubén Almirón), lo conocí bastante, estuvo siempre al lado de
nosotros. Fue uno de esos militantes muy
especiales, al que nunca le faltó el optimismo, pasara lo que pasara siempre tenía
un chiste. Por lo demás, era un
militante neto, un tipo del pueblo, de un barrio humilde y que tenía bien
claros los conceptos de la lucha. Y
bueno, se nos fue, como se nos fueron tantos; pero el recuerdo que yo tengo de
él es el de un tipo optimista, que iba al frente, que laburaba como los
mejores. Tenía todos los atributos de
una persona especial, que por eso quizá no esté, porque era tan especial que el
plano quizá le quedaba chico. Tengo muy
buenos recuerdos de tu papá (le dice a
Fernando).
Alfredo: También tenemos muy buenos recuerdos de tu tío,
Andrés. No era tan simpático como tu
viejo pero era más bravo. A lo mejor por
su condición de asmático, era medio cascarrabias, seriote. Era un tipo muy capaz, un guerrero, de los
mejores que hubo en la zona.
José: Sí, uno de los mejores.
Había una base de militancia muy fuerte en toda la zona. Se daban muchos debates, en la base, donde se
tienen que dar. No sirve que te tiren de
arriba una idea, porque a lo mejor esa idea no puede ser puesta en práctica en
el lugar donde vos estás: cada zona es diferente. Todo tiene que salir de abajo hacia arriba,
no al revés. La militancia siempre se
manejó así: con debate en la base y tirar la pelota para arriba: “señores, esta es la realidad del barrio”. De acuerdo a eso se planificaba cómo se
entraba para poder lograr los objetivos.
No sirve que te digan qué hacer desde arriba, a lo mejor lo que te dicen
sirve para Belgrano, pero no para Almirante Brown. Si esto ocurre, es malo. Son los cuadros de la base los que tienen que
decir qué hay que hacer en cada lugar.
Si el de arriba opina lo contrario, lo que tiene que hacer es bajar a la
base y verificar qué sucede. Hay que
tener cuidado con esto.
Alfredo: No sé si querés agregar algo más, en lo que se refiere a
cómo se vivía en esa época, desde el 76 hasta mucho después del 83, donde no
podías hablar de lo que habías pasado, porque los militantes estaban
catalogados como medio locos. Además
habías tenido que ocultarte durante todo ese tiempo, en un exilio dentro del
país, sin poder hablar con nadie, teniendo que cambiar tu nombre y tu historia.
José: Sí, tenías que irte, no podías trabajar en lo que estabas
habituado. Yo me fui al campo, a
trabajar en cosas que jamás había hecho, yo trabajaba en una oficina, en
contabilidad, en pleno centro. Te
imaginás que eso te costaba mucho, más sabiendo que en cualquier momento te
levantaban. No tenías garantía de
nada. Yo mucho tiempo trabajé por casa y
comida, nada más, sin un sueldo, ni nada.
Fue muy difícil. Perdí años
preciosos de mi juventud, pero bueno, sirven de experiencia en una situación
muy particular y que supongo fue compartida por muchos compañeros igual que
yo. No es un consuelo, sino que sé que
pasó así. Y bueno, seguimos pensando
igual, y consideramos que en este momento es muy importante lo que se está
haciendo sobre todo con la juventud: que aprendan las cosas que pasan en el
país y que les permitan forjar su futuro, cosa que a nosotros no nos
permitieron, nos eliminaron y mataron lo que fue una juventud pensante, que
sabía por qué luchaba. Nos
devastaron. Ojalá los pibes hoy puedan
tener esa posibilidad de ver los frutos de su trabajo y compromiso de hoy.
Alfredo: Fernando ¿querés agregar algo?
Fernando: Que me da mucha alegría escucharlos hablar así de mi
papá. Es muy distinto de lo que me
decían que había sido él.
José: Quedáte tranquilo, Fernando, que fue como te decimos. Un personaje querido, por su forma de ser, un
hombre de bien, trabajador y que sabía cuál era el norte que uno estaba
buscando. Tu papá fue una muy buena
persona.
Alfredo: Y no te lo contamos para que te sientas triste, sino para
que te enteres de cómo fue. Yo los
busqué a vos y a tu mamá porque siempre pienso que si me hubieran levantado a
mí, Rubén hubiera hecho lo mismo: buscar a mi familia, rescatarme como persona
aunque sea en el recuerdo. Me parece que
saber cómo fue es mejor que ignorarlo, que estar preguntándote siempre. Igual pasó con el sobrino de José, que
tampoco conocía la historia de su papá y a través de nuestro contacto pudo
saber. Cambió su vida, tiene más
parientes. A veces me llama y me dice
que por culpa mía tiene parientes por todos lados.
Fernando: Me gustaría conocer más de mi viejo, de a poco pienso que
voy a ir sabiendo.
José: Es difícil reconstruir una historia, sobre todo cuando tantos
que la vivieron ya no están. Pero vos
tenés que seguir buscando, el hombre de por sí es buscador. Conociendo tus raíces, y todo esto es parte
de ellas, te vas a conocer vos. Por eso
pienso que es importante lo que podamos aportarte Alfredo y yo; seguramente si
seguimos escarbando van a aparecer otros testimonios de los que lo conocieron,
de compañeros que por diferentes razones no sabemos dónde están.
Alfredo: Creo que además vos le vas a poder contar a tus hijos
quién fue su abuelo. Va a ser una
identidad para ellos como nietos. Y eso
también es una reparación para él. Que
se puedan sentir orgullosos de él, un luchador popular.
En la redacción de Página: Alfredo More, Patricia Salvatierra, y su hija, tía y prima de Fernando Almirón y Alejandra Dandan |
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