Elegimos bien...

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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mirta, Rosa y Walter, de Frigor

Mirta y Rosa son amigas de toda la vida.  Se conocieron trabajando en Frigor, la fábrica de helados que está sobre Colectora, mano provincia, en Pacheco.  Por el tipo de producto, la empresa cuenta con un plantel permanente y toma por temporada bastante gente, que trabajan de junio a febrero.  En 1976 ellas dos, junto con quien hoy es el marido de Rosa, Walter, formaban parte del personal efectivo.  Mimi, que las conoció en la fábrica, trabajó allí varias temporadas.
Rosa, Mirta, Walter, Mimi y su nietito, en el reencuentro
Rosa nos cuenta que nunca tuvo interés en ser delegada, si bien se autodefine como “jetona”, en el sentido de haber ido siempre al frente con sus compañeros, para defender sus derechos.  Mirta, por el contrario dice que “el mío fue otro caso, porque yo sí había estado metida, ayudaba a un muchacho, Andrés Ruggero, que era telefónico, yo le preparaba los micros, íbamos a Plaza de Mayo, estaba afiliada al Partido Peronista, o sea que hacía actividad política.  Yo trabajaba pero también me ocupaba de eso.  Había una villa acá atrás; con otra compañera, Azucena Martín, que era peronista leal, (yo no he conocido otra persona más leal, la vida dejaba); con ella íbamos donde se necesitaba.  Ella te llenaba un micro en dos minutos.  O sea que yo sí había tenido participación, entonces estaba un poco más complicada”.
Poco antes de la dictadura ingresó una trabajadora temporaria, Carolina Líster, que detectó el perfil combativo de Rosa y Mirta y las alentó para que se postularan como delegadas.  Fue por su vinculación con Carolina, aparentemente, que ellas fueron secuestradas: durante los interrogatorios les preguntaban constantemente por ella, Rosa destaca que “cuando salimos los militares dijeron “Daríamos hasta lo que no tenemos por encontrarla; esas fueron las palabras textuales del mayor del ejército.  Nos dijo que la próxima vez miráramos mejor con quiénes nos juntábamos”.   Con Mirta sucedió algo parecido: “Los militares me dieron un número de teléfono el día que me soltaron.  Me dijeron que no podía hablar con nadie de lo que me había pasado, y que si veía a Carolina tenía que llamar, porque pobre de mí si la veía y no avisaba.”  A pesar de esto, no descartan la complicidad de la empresa, ya que a ellas, apenas aspirantes a delegadas, se las llevaron, mientras que al delegado, afín al sindicato, ni lo tocaron.
¿Cómo fue que las detuvieron?
Rosa: Fui detenida el 28 de marzo de 1976, durante  38 días, hasta que se ve que averiguaron antecedentes, al no encontrar nada, me liberaron.  Me fueron a buscar a mi casa, vivo en el barrio Baires de Don Torcuato, rodearon toda la manzana.  Primero estuve en la Regional de Tigre, de ahí nos trasladaron en un vehículo y a los dos o tres días me di cuenta de que estaba en la comisaría de Tigre. Luego de  un par de días empezaron a tomarme declaración.  Por suerte, por decirlo de algún modo, no fui torturada físicamente, pero sí psicológicamente, te decían que  eras culpable de tal cosa, que hiciste tal otra, y cuando lo negabas, decían que era mentira, y te lo repetían, una y otra vez, era agotador.  Y el encierro en sí.  En 38 días tuve tres declaraciones en las mismas condiciones, encapuchada, no supe quién me interrogó, eran militares, ellos me detuvieron. Estuve en una celda unos 15 días con una maestra, después con una señora que aparentemente era la suegra de Carolina Líster, que se ve que estaba metida a full, pero de eso una se da cuenta después, porque al principio las conversaciones no eran así.  Nos decía sos bárbara vos, para ser delegada, y así.  Bueno, esta señora era la suegra, pero como tenía problemas cardíacos, la hija logró sacarla.  Prácticamente estuve los 38 días sola en un calabozo, me encapuchaban para las declaraciones.  Yo tenía 23 años.  También se llevaron a quien hoy es mi marido, Walter, él estaba conmigo en casa porque íbamos a viajar a Uruguay a conocer a mis suegros.  Como es uruguayo, pensaron que estaba vinculado con Tupamaros.  A él lo tuvieron la misma cantidad de tiempo, y lo torturaron.  Lo de él fue fuerte.  Yo, por suerte, (siempre digo suerte no sé por qué, porque fue una porquería el hecho en sí, la situación), pero ante la tortura de los compañeros, la gente que desapareció, yo la pasé, dentro de todo, bien.  Lo que sí era angustiante era que a vos te llevaban a declarar, encapuchada, y no sabías qué te esperaba.
Mi familia tardó no sé cuánto en encontrarme, yo no tenía ninguna comunicación con ellos.  Habían ido a la fábrica a preguntar.  Cuando me encontraron nos llevaban comida y eso, a veces nos la daban y a veces no.  También  llamaron a mis suegros, allá en Uruguay, y todo ese rollo.  Bastante traumático todo. 
Mirta: Cuando se llevaron a Mirta me vinieron a buscar a mí, el 28 de marzo.  Tuve la suerte de que ese día no estaba. Vinieron a esta misma casa,  yo tenía apenas una prefabricadita en ese tiempo, me tiraron la puerta abajo, revolvieron todo, me afanaron lo poquito que tenía y se fueron.  Los vecinos se encargaron de ir a avisarme y me arreglaron la puerta.  Tuve tres allanamientos, gracias a Dios jamás me encontraron.  Después ya de última dejaban los soldados ahí parados.  Yo estaba en Virreyes, en la casa de mi ex suegra; su esposo había sido detenido en el ’55, tenía claro lo que estaba pasando, me quería mandar al Uruguay, me decía vos no tenés idea nena, lo que esto, no sabés.  Te van a matar.  Y yo insistía en que no me podían matar, porque yo no había hecho nada.  Hasta me dio una cachetada una vez, para que entienda, pero yo seguía en la misma.  Al final se cansaron, me dijeron jodéte, es tu vida, pero me cubrían todo el tiempo, no me dejaban viajar ni moverme sola, siempre en auto, para todos lados.  Había que esperar que terminara mis vacaciones.  Yo sabía que me iban a llevar, pero quería que me sacaran de la fábrica, porque era una manera de que yo pudiera salir después con vida.  Si me encontraban en la calle sabía que no.  Entonces ellos cuidaron de mí de esa forma.  Yo tenía a mi nena en ese momento.  Al final un día entraron en la casa de la vecina de enfrente, porque decían que ella me estaba ocultando ahí.  Esos 14 días de vacaciones fueron terribles.  Me buscaban por cielo y tierra.  El mismo día que me reintegro a la fábrica de vacaciones, trabajé hasta las 10 de la mañana, me llama el jefe de personal y me entregó.  Después creo que me favoreció un poco que mi ex suegra fue urgente a la fábrica y lo hizo responsable al jefe de personal, Villegas se llamaba, el nombre no me acuerdo.  Ella lo encara y le dice que él va a ser el único responsable.  Y usted no se olvide, le dice, que en algún momento se va a dar vuelta la tortilla y Ud. en carne propia va a sufrir, porque a ella de acá la sacaron viva, y tiene que aparecer viva.  Después me contaba el miedo que tuvo, pero que se hizo la corajuda porque no tenía otra forma, por la desesperación de querer salvar a alguien y no saber cómo hacerlo.  Y el tipo le dijo, bueno, acá la vienen a buscar, pero si ella no tiene nada que ver con nada la van a soltar, habrá que esperar.  Durante  la última declaración, que la hice en un sillón sentada, siempre encapuchada, creo que escuché un llamado y hablaban con un tal Villegas.  Y escuché que decían sí mi general, o algo por el estilo.  Y después como que decían ojo con estas, por Susana y por mí.  Y a los dos días, nos soltaron.  No sé si él sería militar o tenía algún pariente que lo era
Yo nunca supe dónde estuve. A mí me sacan de Frigor y me llevan  a un lugar cerquita, por el tiempo del viaje.   El día antes de que me den la libertad, (yo pienso, ojo), me dio la impresión de que me trajeron a Tigre, porque escuchaba mucho el tren.  Pero nunca supe.  Me trasladaron por tres lugares.  El último creo que era un lugar muy grande, como un galpón, mucha gente, había una chica que era maestra de Tigre.  No se podía hablar, porque cada vez que abríamos la boca, te golpeaban.  Apenas me sacaron de la fábrica en el auto me vendaron y yo no sabía dónde había llegado, ahí estuve casi un día, pero recuerdo que traen a un muchachito a los golpes, y no sé si él me había visto antes, como yo lloraba tanto, me acuerdo, me dijo, “No llores, flaquita, ¿de qué fábrica sos?  Si salís primero avisále por favor a mi familia, soy delegado de Wobron”.  Mucho no podías decir, porque cuando te escuchaban no sé con qué te golpeaban, como un látigo, palo, te dan uno de esos y ya no abrís más la boca.  Y te van separando, no querés hablar con nadie ahí adentro. Tenía los ojos vendados y arriba de la venda la capucha, todo el tiempo así.  Nunca nos dieron de comer, un par de pedazos de pan nomás, un mate cocido, una o dos veces.   Pero ahí no tenés hambre, no tenés nada; en general todos éramos como conscientes de que no salíamos más de ahí.  Yo creo que ya no queríamos ni que nos saquen, cada vez que te llevaban a algún lado era para la tortura, queríamos que nos maten.  A mí me decían que diga quién era el tupamaro, (por Walter, el novio de Rosa), yo jamás había escuchado que le dijeran así, no lo relacioné nunca.  Y bueno, de última les dije: yo no te puedo decir lo que no sé, pero vos querés que lo diga, yo lo digo, pero por favor o matáme de una vez o dejáme de joder.  Es terrible, solamente el que ha pasado por eso sabe lo que es.
¿Alguien las vio o ustedes vieron a alguien?
Rosa: Yo solo estuve con esa maestra y la señora que era la suegra de Carolina Líster.  Cuando nos soltaron, directamente salimos de la comisaría de Tigre.  Nos hacía mal el sol, después de 38 días a la sombra.  Salimos de ahí y dimos toda la vuelta, caminando, hasta la Regional, y ahí nos dieron el papel donde constaba que no teníamos ninguna participación subversiva, y luego nos dijo esas palabras este mayor, cuidado con quién nos juntábamos.  No recuerdo cómo se llama.
Mirta: Había una compañera, Susana Castañares, que ahora ya falleció, la conozco por la tos una noche, porque había mucha gente ahí.  Yo esa tos la conozco dije, hasta que me atreví a hablar, “¿Susana?”, llamé, y me dijo “Sí boluda, soy yo, pero por tu culpa estamos acá”.  Yo le dije, ya vamos a salir, y me contestó, no de acá no salimos más, olvidáte.  Y yo dije, si hay un Dios tenemos que salir, porque no hicimos nada malo, fue pelear por lo que creíamos que era justo y nada más.  Por ahí la involucré y yo me sentía culpable por eso, porque ellos (Rosa y Walter) también venían a mi casa, pero jamás me siguieron a un acto político, venían porque yo estaba separada  de mi esposo, tenía una nena,  no podía darme el lujo de irme a comer por ahí, a mí me gusta cocinar, nos reuníamos y hablábamos de todo, así pasábamos los sábados.  Rosa estaba de novio con Walter en ese momento, yo también pero al mío se lo habían llevado por la colimba al sur.  Así que estaba sola, en las reuniones ellos me acompañaban, yo hacía tortas fritas, comíamos, jugábamos a las cartas.
¿Y qué pasó con el barrio, con la familia, cuando las liberaron?
Rosa: Todo bien, jamás creyeron que yo fuera culpable de algo, yo era Rosita en el barrio.  Estaban un poco aterrados, porque rodearon la manzana cuando nos fueron a buscar.  Es más, había un vecino al lado, que después se mudó, que desde adentro sacó un montón de fotos, a los soldados.  No sé si las tendrá, no supe más de él.  Me acuerdo el nombre, Juan Platamone.  La vuelta a la fábrica, de la parte directiva, ningún problema.  Yo volví medio durita, no hablaba, por el miedo.  Pero lo demás, todo bien, de hecho, terminé siendo encargada. 
Walter: Nosotros con los vecinos no tuvimos problemas, creo que si las cosas no se dijeron antes fue por miedo antes que por otra cosa.  Yo nunca sentí vacío de los vecinos, más allá de que yo nunca tuve mucha relación con ellos.  Uno está todo el día laburando.  En el ambiente nuestro, más que nada familiar, eso se supo, obvio, y las veces que se pudo hablar se habló.  Lo que pasa que uno a veces tampoco lo habla porque es como andar revolviendo algo que tampoco gusta ¿no? Y en el primer momento, ya les digo, cuando nos largaron, nosotros salimos que veíamos un coche verde o un milico y estábamos rogándole a Dios que no vinieran a llevarnos de nuevo.  Lo primero que pensábamos era que nos venían a buscar, y ese miedo persistió durante mucho tiempo.  Después de a poco, van pasando las cosas, y te vas animando a contar lo que pasó.  A vos siempre te queda eso de que si abrís la boca, y decís algo, incluso en el mismo trabajo, no querés que se sepa mucho.

Mirta: De mi familia recibí todo el apoyo, todo bien.  Nunca se habló mucho de esto, porque yo no quería.  Abrazos, besos y ya está, tratemos de olvidar todo lo que pasó.  Yo recién empecé a hablar, como que fue una decisión mía callarme y nadie me preguntaba.  Ahora están contentos, me dicen que voy a estar menos loca porque me saqué una mochila de encima.  Pero me costó, todavía me cuesta, no puedo hablarlo sin llorar.
En cuanto a la fábrica, yo volví pero perseguida todo el tiempo por ese atorrante del jefe de personal.  Me ofrecía que me fuera con él, que renunciara, él me conseguía un trabajo mejor.  Además, de eso, yo sentía que me perseguían todo el tiempo, que alguien me seguía. También me amenazaban continuamente con la hija que tenía, que era hermosa, me decían, que me cuidara de hablar de lo que me habían hecho, por más años que pasaran, que pensara en mi familia.  ¡Qué iba a tener ganas de hablar yo!  Mirá si habrán generado miedo, digo yo, que con ella (Rosa) jamás lo charlamos.  Lo único que hicimos después que salimos las dos, nos abrazamos llorando, y nunca, nunca, nos preguntamos qué te hicieron a vos, o por lo que vos pasaste.  Recién lo pudimos hablar hace un par de meses, que nos pudimos sentar los tres, Rosa, Walter y yo, y decir qué mierda nos había pasado, lo que tuvimos que vivir. 
Yo después no milité nunca más.  Vengo de una familia muy pobre, muy humilde, vivíamos en Entre Ríos, y mi primer juguete fue regalado por Eva Perón.  Me criaron mis abuelos contándome eso, esto te manda Evita, mi primer guardapolvo, siempre Evita.  Así que para mí Eva Perón estaba allá arriba.  Yo tenía un cuadro de ella con Juan Perón, lo mirabas de un lado y tenía la cara de ella, y lo dabas vuelta un poco, y aparecía la cara de él, era hermoso.  Yo me sentía peronista de alma.  Cuando me pasó eso, no encontré más mis cosas de oro, nada, todo esto despatarrado, no tienen idea, una prefabricada era la casa, encima.  El cuadrito, no sé, creo que me lo quemaron (risas).  Pero bueno, mi corazón los va a seguir amando, son unos grandes, para mí, hasta que me muera.  Nosotros no teníamos ni guardapolvos, ni zapatillas para ir al colegio, cada vez que teníamos una zapatillita nueva, escuchábamos “¡Nos trajo Evita!”  ¿Cómo no ibas a querer a una persona así?  Es mi verdad.
¿Vos también sos de Entre Ríos, Rosa?
Rosa: Yo viví siempre por acá, Munro, Carapachay, y ahora en Baires.
Y vos también estuviste cerca, Mimi.
Mimi: Yo la verdad que siempre pienso que no nos pasó nada porque en la cuadra de mi casa vivía un suboficial inspector de la Regional de Tigre, que era como el vecino bueno del barrio, pero a la noche vos veías que llegaban los camiones de los milicos y bajaban pianos, pieles, muebles, montones de cosas.  Y en mi casa, como mi papá era telefónico, estaba el único teléfono que existía, aparte del  teléfono del Hindú Club estaba el de mi casa.  Entonces el tipo venía siempre a hablar a casa.  Mi papá siempre fue comunista, en casa habíamos hecho reuniones con Carolina… Pero a mí nunca me pasó nada.  Yo estaba con ellas en la misma época en la fábrica, pero yo era temporaria, las conocía, pero no había amistad.  Yo me enteré de lo que les había pasado pero no estaba en la fábrica porque ya se había terminado la temporada, ellas eran efectivas, trabajaban todo el año, yo lo hice hasta el ’81, pero entraba en junio y en febrero estaba afuera.  Yo había ido a la casa de Carolina, lo conocí al compañero de ella porque vivía en el mismo barrio que el papá de mi hijo mayor, en José León Suárez.  Así que yo estuve con ellos, anduve, pero jamás, jamás, más que por ahí en alguna razzia llevarte, pero nunca secuestrada ni nada de eso.  Obvio que en mi casa se quemaron muchas cosas, se enterraron libros, todo eso.  Mi viejo la tenía re-clara.  Él siempre pensó que zafamos por eso, porque el tipo no quería tener teléfono en la casa, usaba el nuestro.  Se llamaba Rubén Villamayor, de la regional de Tigre, que fue un CCD.  Terminó todo torcido porque le agarraron no sé cuántos ataques de presión.  La pagó, terminó hecho un vegetal.  Por mi casa se llevaron a mucha gente, a Poti, a la tía y al marido, que eran del PC.  Siguen desaparecidos.  Fueron unos de los primeros que se llevaron en el 76.  Yo la recuerdo a Carolina, sé que era socialista, el compañero estaba en Astarsa o en astilleros, no recuerdo bien, pero él era un cuadro.  Después no supe más de ellos.  A mí siempre me pareció que ella no se llamaba así, no sé por qué, quizá me equivoco.
Alfredo: Cuando vos mencionás que no querés revolver todo lo que pasó, yo entiendo eso, el terror que a uno le produce todo eso.  Pero creo que uno lo tiene que volcar para que eso no suceda más, que se sepa que a vos te llevaron por ser laburante, nada más.  Porque si no va a quedar en la historia que se llevaron solamente a gente que estuvo comprometida políticamente, y no a los trabajadores.  Esto es lo que nosotros queremos rescatar.  Todo se va dando, en esta etapa, en que uno tiene respaldo del estado, que te vamos a escuchar, cosa que antes no pasaba.  En el 83 nadie abría la boca, estaba muy próximo todo.  El terror que se infundió al pueblo, estuvo bien hecho, al principio nadie quería hablar, por miedo.
Rosa: Es como te decíamos, nosotros con Mirta nos dejamos de ver, pero me parece que para no involucrarnos mutuamente.
Walter: En un primero momento fue así, es lógico que te quede el miedo, después el tiempo hace que vayas elaborando las cosas y las veas de otra manera.  Al principio no es fácil.  A nosotros nos sucedió al principio de la represión.  Yo recuerdo que en la fábrica estaban los colimbas, adentro, custodiando todo, del lado de adentro, y yo tenía que laburar así.  Un día, no me voy a olvidar jamás, yo trabajaba en la parte de automotores, y yo estaba revisando uno, era invierno y los soldados estaban todos con el casco y esas capas verdes que usan.  Y viene un compañero y grita “¡Tupa!”. Ahh, no te imaginás, el susto que me pegué.  Resulta que era uno de los chicos que había estado conmigo, preso, en el mismo lugar, yo ya ni recuerdo el nombre, nunca más lo vi.  Pero incluso después de haber salido, tuve que estar con los milicos ahí dando vueltas, que estaban mirando todo lo que estaba haciendo yo, que en cualquier momento me levantaban y me llevaban de vuelta.  Y era mi trabajo, yo tenía que estar, tenía que ir.  A nosotros nos volvieron a tomar, no sé si lo tuvieron que hacer, no sé si por el papel que nos dieron, un pedazo de papel no sirve de nada en ese  momento.  Lo que comprobó fue que no nos habíamos presentado a trabajar por esa causa.  También mi madre, mi cuñada, dieron muchas vueltas en esa época, iban a la empresa, a preguntar.
Rosa: Los milicos fueron a la fábrica el mismo 24, adentro de fabricación, al lado de las máquinas.  Dos días más, y nosotros salimos de vacaciones, bah, nos fuimos de vacaciones 38 días.  Yo lo que no me acuerdo es cuándo nos encontró nuestra familia, calculo que una semana.
Ustedes comentaron que estuvieron sin verse, que se reencontraron recién hace un par de años…

Mirta: Tenés tanto miedo que no querés ver a nadie ni saber más nada de nadie.  Yo hasta hace poco tiempo veía un traje verde y… Nos reencontramos cuando mi ex suegra, que sigue viviendo muy cerca de mí, nos hinchaba para que habláramos, nos decía que nos merecíamos una compensación económica, porque el estado nos tiene que pagar.  Nosotras le decíamos que no va a haber plata en el mundo que pueda compensar todo lo que pasamos, todo el dolor.  Pero ella insistía, y hará poco tiempo que yo me enfermé muy mal, y me dijo viste, por qué pasás necesidades, si te lo merecés.  Y un día tomé coraje y la llamé a Rosa y nos encontramos, charlando de estas cosas, decidimos ir a La Plata. Un día Rosa  me dice dale, te invitamos a almorzar, vamos a festejar el reencuentro y nos vamos a La Plata a averiguar.  Yo fui por si ellos necesitaban algún testigo.  Cuando llegamos, ellos charlaban con una chica y yo quedé ahí, a un costadito.  La chica me pregunta ¿y Usted?  Y yo digo que nomás los acompañaba a ellos.  Pero Mirta les dice que yo tenía el mismo problema, pero ningún comprobante, ni testigos, porque me habían estado paseando todo el tiempo y no sé dónde estuve.  Entonces la chica me llama y me dice que fuera con ella, que le cuente la historia.  Yo me negué y ella insistió porque ella sabía de varios casos como el mío, me mandó a DDHH.  Y fuimos hasta allá, y de entrada me dijeron que no.  Yo la miré a Mirta y dije “Viste,¿ justicia para quién?” Y parece que le toqué el corazón a alguien, nos hicieron pasar y me abrieron la puerta.  Después nos trataron muy bien, lo charlé, me contactaron con una psicóloga y cada tanto voy a verla.  Por lo menos tengo una contención.  A mí no me importa si me pagan o no, pero por lo menos me llevo el consuelo de que alguien me haya dado un abrazo y me haya contenido en esta mierda que llevo por tantos años, y que nunca nadie me dio un abrazo por eso, nadie me consoló, y sabés cómo lo necesitaba, sólo Dios lo sabe.  Y quiero ponerme fuerte, pero no sé, o soy muy llorona, o no sé qué me pasa, pero es una angustia muy grande, yo delante de mi familia no lo quiero hablar porque no quiero que me vean así.  Cuando fui a La Plata por primera vez, volví, me tomé una pastilla y pensé que me iba a dormir.  Pero no.  Escuchaba los tacos de los milicos, todo.  Yo pensé que me había olvidado de todo, pero no, en sueños me encontré en medio de toda esa gente, me acordé de una escalera que subí cuando me llevaron para decirme que era un error, que se habían equivocado.

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