Mirta y Rosa son amigas de toda la vida. Se conocieron trabajando en Frigor, la
fábrica de helados que está sobre Colectora, mano provincia, en Pacheco. Por el tipo de producto, la empresa cuenta
con un plantel permanente y toma por temporada bastante gente, que trabajan de
junio a febrero. En 1976 ellas dos,
junto con quien hoy es el marido de Rosa, Walter, formaban parte del personal
efectivo. Mimi, que las conoció en la
fábrica, trabajó allí varias temporadas.
Rosa, Mirta, Walter, Mimi y su nietito, en el reencuentro |
Rosa nos cuenta que nunca tuvo interés en ser delegada, si
bien se autodefine como “jetona”, en el sentido de haber ido siempre al frente
con sus compañeros, para defender sus derechos.
Mirta, por el contrario dice que “el
mío fue otro caso, porque yo sí había estado metida, ayudaba a un muchacho,
Andrés Ruggero, que era telefónico, yo le preparaba los micros, íbamos a Plaza
de Mayo, estaba afiliada al Partido Peronista, o sea que hacía actividad
política. Yo trabajaba pero también me
ocupaba de eso. Había una villa acá
atrás; con otra compañera, Azucena Martín, que era peronista leal, (yo no he
conocido otra persona más leal, la vida dejaba); con ella íbamos donde se
necesitaba. Ella te llenaba un micro en
dos minutos. O sea que yo sí había
tenido participación, entonces estaba un poco más complicada”.
Poco antes de la dictadura ingresó una trabajadora
temporaria, Carolina Líster, que detectó el perfil combativo de Rosa y Mirta y
las alentó para que se postularan como delegadas. Fue por su vinculación con Carolina,
aparentemente, que ellas fueron secuestradas: durante los interrogatorios les
preguntaban constantemente por ella, Rosa destaca que “cuando salimos los militares dijeron “Daríamos hasta lo que no tenemos
por encontrarla; esas fueron las palabras textuales del mayor del
ejército. Nos dijo que la próxima vez
miráramos mejor con quiénes nos juntábamos”. Con Mirta sucedió algo parecido: “Los militares me dieron un número de
teléfono el día que me soltaron. Me
dijeron que no podía hablar con nadie de lo que me había pasado, y que si veía
a Carolina tenía que llamar, porque pobre de mí si la veía y no avisaba.” A pesar de esto, no descartan la complicidad
de la empresa, ya que a ellas, apenas aspirantes a delegadas, se las llevaron,
mientras que al delegado, afín al sindicato, ni lo tocaron.
¿Cómo fue que las
detuvieron?
Rosa: Fui
detenida el 28 de marzo de 1976, durante
38 días, hasta que se ve que averiguaron antecedentes, al no encontrar
nada, me liberaron. Me fueron a buscar a
mi casa, vivo en el barrio Baires de Don Torcuato, rodearon toda la
manzana. Primero estuve en la Regional
de Tigre, de ahí nos trasladaron en un vehículo y a los dos o tres días me di
cuenta de que estaba en la comisaría de Tigre. Luego de un par de días empezaron a tomarme
declaración. Por suerte, por decirlo de
algún modo, no fui torturada físicamente, pero sí psicológicamente, te decían
que eras culpable de tal cosa, que
hiciste tal otra, y cuando lo negabas, decían que era mentira, y te lo
repetían, una y otra vez, era agotador.
Y el encierro en sí. En 38 días
tuve tres declaraciones en las mismas condiciones, encapuchada, no supe quién
me interrogó, eran militares, ellos me detuvieron. Estuve en una celda unos 15
días con una maestra, después con una señora que aparentemente era la suegra de
Carolina Líster, que se ve que estaba metida a full, pero de eso una se da
cuenta después, porque al principio las conversaciones no eran así. Nos decía sos bárbara vos, para ser delegada,
y así. Bueno, esta señora era la suegra,
pero como tenía problemas cardíacos, la hija logró sacarla. Prácticamente estuve los 38 días sola en un calabozo,
me encapuchaban para las declaraciones.
Yo tenía 23 años. También se
llevaron a quien hoy es mi marido, Walter, él estaba conmigo en casa porque
íbamos a viajar a Uruguay a conocer a mis suegros. Como es uruguayo, pensaron que estaba
vinculado con Tupamaros. A él lo
tuvieron la misma cantidad de tiempo, y lo torturaron. Lo de él fue fuerte. Yo, por suerte, (siempre digo suerte no sé
por qué, porque fue una porquería el hecho en sí, la situación), pero ante la
tortura de los compañeros, la gente que desapareció, yo la pasé, dentro de
todo, bien. Lo que sí era angustiante
era que a vos te llevaban a declarar, encapuchada, y no sabías qué te esperaba.
Mi familia tardó no sé cuánto en encontrarme, yo no tenía
ninguna comunicación con ellos. Habían
ido a la fábrica a preguntar. Cuando me
encontraron nos llevaban comida y eso, a veces nos la daban y a veces no. También
llamaron a mis suegros, allá en Uruguay, y todo ese rollo. Bastante traumático todo.
Mirta: Cuando se
llevaron a Mirta me vinieron a buscar a mí, el 28 de marzo. Tuve la suerte de que ese día no estaba.
Vinieron a esta misma casa, yo tenía
apenas una prefabricadita en ese tiempo, me tiraron la puerta abajo,
revolvieron todo, me afanaron lo poquito que tenía y se fueron. Los vecinos se encargaron de ir a avisarme y
me arreglaron la puerta. Tuve tres
allanamientos, gracias a Dios jamás me encontraron. Después ya de última dejaban los soldados ahí
parados. Yo estaba en Virreyes, en la
casa de mi ex suegra; su esposo había sido detenido en el ’55, tenía claro lo
que estaba pasando, me quería mandar al Uruguay, me decía vos no tenés idea
nena, lo que esto, no sabés. Te van a
matar. Y yo insistía en que no me podían
matar, porque yo no había hecho nada.
Hasta me dio una cachetada una vez, para que entienda, pero yo seguía en
la misma. Al final se cansaron, me
dijeron jodéte, es tu vida, pero me cubrían todo el tiempo, no me dejaban
viajar ni moverme sola, siempre en auto, para todos lados. Había que esperar que terminara mis vacaciones. Yo sabía que me iban a llevar, pero quería
que me sacaran de la fábrica, porque era una manera de que yo pudiera salir
después con vida. Si me encontraban en
la calle sabía que no. Entonces ellos
cuidaron de mí de esa forma. Yo tenía a
mi nena en ese momento. Al final un día
entraron en la casa de la vecina de enfrente, porque decían que ella me estaba
ocultando ahí. Esos 14 días de
vacaciones fueron terribles. Me buscaban
por cielo y tierra. El mismo día que me
reintegro a la fábrica de vacaciones, trabajé hasta las 10 de la mañana, me
llama el jefe de personal y me entregó.
Después creo que me favoreció un poco que mi ex suegra fue urgente a la
fábrica y lo hizo responsable al jefe de personal, Villegas se llamaba, el
nombre no me acuerdo. Ella lo encara y
le dice que él va a ser el único responsable.
Y usted no se olvide, le dice, que en algún momento se va a dar vuelta
la tortilla y Ud. en carne propia va a sufrir, porque a ella de acá la sacaron
viva, y tiene que aparecer viva. Después
me contaba el miedo que tuvo, pero que se hizo la corajuda porque no tenía otra
forma, por la desesperación de querer salvar a alguien y no saber cómo
hacerlo. Y el tipo le dijo, bueno, acá
la vienen a buscar, pero si ella no tiene nada que ver con nada la van a
soltar, habrá que esperar. Durante la última declaración, que la hice en un
sillón sentada, siempre encapuchada, creo que escuché un llamado y hablaban con
un tal Villegas. Y escuché que decían sí
mi general, o algo por el estilo. Y
después como que decían ojo con estas, por Susana y por mí. Y a los dos días, nos soltaron. No sé si él sería militar o tenía algún
pariente que lo era
Yo nunca supe dónde estuve. A mí me sacan de Frigor y me
llevan a un lugar cerquita, por el
tiempo del viaje. El día antes de que
me den la libertad, (yo pienso, ojo), me dio la impresión de que me trajeron a
Tigre, porque escuchaba mucho el tren.
Pero nunca supe. Me trasladaron
por tres lugares. El último creo que era
un lugar muy grande, como un galpón, mucha gente, había una chica que era
maestra de Tigre. No se podía hablar,
porque cada vez que abríamos la boca, te golpeaban. Apenas me sacaron de la fábrica en el auto me
vendaron y yo no sabía dónde había llegado, ahí estuve casi un día, pero
recuerdo que traen a un muchachito a los golpes, y no sé si él me había visto
antes, como yo lloraba tanto, me acuerdo, me dijo, “No llores, flaquita, ¿de
qué fábrica sos? Si salís primero
avisále por favor a mi familia, soy delegado de Wobron”. Mucho no podías decir, porque cuando te
escuchaban no sé con qué te golpeaban, como un látigo, palo, te dan uno de esos
y ya no abrís más la boca. Y te van
separando, no querés hablar con nadie ahí adentro. Tenía los ojos vendados y
arriba de la venda la capucha, todo el tiempo así. Nunca nos dieron de comer, un par de pedazos
de pan nomás, un mate cocido, una o dos veces.
Pero ahí no tenés hambre, no tenés nada; en general todos éramos como conscientes
de que no salíamos más de ahí. Yo creo
que ya no queríamos ni que nos saquen, cada vez que te llevaban a algún lado
era para la tortura, queríamos que nos maten.
A mí me decían que diga quién era el tupamaro, (por Walter, el novio de
Rosa), yo jamás había escuchado que le dijeran así, no lo relacioné nunca. Y bueno, de última les dije: yo no te puedo
decir lo que no sé, pero vos querés que lo diga, yo lo digo, pero por favor o
matáme de una vez o dejáme de joder. Es
terrible, solamente el que ha pasado por eso sabe lo que es.
¿Alguien las vio o
ustedes vieron a alguien?
Rosa: Yo solo
estuve con esa maestra y la señora que era la suegra de Carolina Líster. Cuando nos soltaron, directamente salimos de
la comisaría de Tigre. Nos hacía mal el
sol, después de 38 días a la sombra.
Salimos de ahí y dimos toda la vuelta, caminando, hasta la Regional, y
ahí nos dieron el papel donde constaba que no teníamos ninguna participación
subversiva, y luego nos dijo esas palabras este mayor, cuidado con quién nos
juntábamos. No recuerdo cómo se llama.
Mirta: Había una
compañera, Susana Castañares, que ahora ya falleció, la conozco por la tos una
noche, porque había mucha gente ahí. Yo
esa tos la conozco dije, hasta que me atreví a hablar, “¿Susana?”, llamé, y me
dijo “Sí boluda, soy yo, pero por tu culpa estamos acá”. Yo le dije, ya vamos a salir, y me contestó,
no de acá no salimos más, olvidáte. Y yo
dije, si hay un Dios tenemos que salir, porque no hicimos nada malo, fue pelear
por lo que creíamos que era justo y nada más.
Por ahí la involucré y yo me sentía culpable por eso, porque ellos (Rosa
y Walter) también venían a mi casa, pero jamás me siguieron a un acto político,
venían porque yo estaba separada de mi
esposo, tenía una nena, no podía darme el
lujo de irme a comer por ahí, a mí me gusta cocinar, nos reuníamos y hablábamos
de todo, así pasábamos los sábados. Rosa
estaba de novio con Walter en ese momento, yo también pero al mío se lo habían
llevado por la colimba al sur. Así que
estaba sola, en las reuniones ellos me acompañaban, yo hacía tortas fritas,
comíamos, jugábamos a las cartas.
¿Y qué pasó con el
barrio, con la familia, cuando las liberaron?
Rosa: Todo bien,
jamás creyeron que yo fuera culpable de algo, yo era Rosita en el barrio. Estaban un poco aterrados, porque rodearon la
manzana cuando nos fueron a buscar. Es
más, había un vecino al lado, que después se mudó, que desde adentro sacó un
montón de fotos, a los soldados. No sé
si las tendrá, no supe más de él. Me
acuerdo el nombre, Juan Platamone. La
vuelta a la fábrica, de la parte directiva, ningún problema. Yo volví medio durita, no hablaba, por el
miedo. Pero lo demás, todo bien, de
hecho, terminé siendo encargada.
Walter: Nosotros
con los vecinos no tuvimos problemas, creo que si las cosas no se dijeron antes
fue por miedo antes que por otra cosa.
Yo nunca sentí vacío de los vecinos, más allá de que yo nunca tuve mucha
relación con ellos. Uno está todo el día
laburando. En el ambiente nuestro, más
que nada familiar, eso se supo, obvio, y las veces que se pudo hablar se
habló. Lo que pasa que uno a veces
tampoco lo habla porque es como andar revolviendo algo que tampoco gusta ¿no? Y
en el primer momento, ya les digo, cuando nos largaron, nosotros salimos que
veíamos un coche verde o un milico y estábamos rogándole a Dios que no vinieran
a llevarnos de nuevo. Lo primero que
pensábamos era que nos venían a buscar, y ese miedo persistió durante mucho
tiempo. Después de a poco, van pasando
las cosas, y te vas animando a contar lo que pasó. A vos siempre te queda eso de que si abrís la
boca, y decís algo, incluso en el mismo trabajo, no querés que se sepa mucho.
Mirta: De mi
familia recibí todo el apoyo, todo bien.
Nunca se habló mucho de esto, porque yo no quería. Abrazos, besos y ya está, tratemos de olvidar
todo lo que pasó. Yo recién empecé a
hablar, como que fue una decisión mía callarme y nadie me preguntaba. Ahora están contentos, me dicen que voy a
estar menos loca porque me saqué una mochila de encima. Pero me costó, todavía me cuesta, no puedo
hablarlo sin llorar.
En cuanto a la fábrica, yo volví pero perseguida todo el
tiempo por ese atorrante del jefe de personal.
Me ofrecía que me fuera con él, que renunciara, él me conseguía un
trabajo mejor. Además, de eso, yo sentía
que me perseguían todo el tiempo, que alguien me seguía. También me amenazaban
continuamente con la hija que tenía, que era hermosa, me decían, que me cuidara
de hablar de lo que me habían hecho, por más años que pasaran, que pensara en
mi familia. ¡Qué iba a tener ganas de
hablar yo! Mirá si habrán generado
miedo, digo yo, que con ella (Rosa) jamás lo charlamos. Lo único que hicimos después que salimos las
dos, nos abrazamos llorando, y nunca, nunca, nos preguntamos qué te hicieron a
vos, o por lo que vos pasaste. Recién lo
pudimos hablar hace un par de meses, que nos pudimos sentar los tres, Rosa,
Walter y yo, y decir qué mierda nos había pasado, lo que tuvimos que
vivir.
Yo después no milité nunca más. Vengo de una familia muy pobre, muy humilde,
vivíamos en Entre Ríos, y mi primer juguete fue regalado por Eva Perón. Me criaron mis abuelos contándome eso, esto
te manda Evita, mi primer guardapolvo, siempre Evita. Así que para mí Eva Perón estaba allá
arriba. Yo tenía un cuadro de ella con
Juan Perón, lo mirabas de un lado y tenía la cara de ella, y lo dabas vuelta un
poco, y aparecía la cara de él, era hermoso.
Yo me sentía peronista de alma.
Cuando me pasó eso, no encontré más mis cosas de oro, nada, todo esto
despatarrado, no tienen idea, una prefabricada era la casa, encima. El cuadrito, no sé, creo que me lo quemaron
(risas). Pero bueno, mi corazón los va a
seguir amando, son unos grandes, para mí, hasta que me muera. Nosotros no teníamos ni guardapolvos, ni
zapatillas para ir al colegio, cada vez que teníamos una zapatillita nueva,
escuchábamos “¡Nos trajo Evita!” ¿Cómo
no ibas a querer a una persona así? Es
mi verdad.
¿Vos también sos de
Entre Ríos, Rosa?
Rosa: Yo viví
siempre por acá, Munro, Carapachay, y ahora en Baires.
Y vos también
estuviste cerca, Mimi.
Mimi: Yo la
verdad que siempre pienso que no nos pasó nada porque en la cuadra de mi casa
vivía un suboficial inspector de la Regional de Tigre, que era como el vecino
bueno del barrio, pero a la noche vos veías que llegaban los camiones de los
milicos y bajaban pianos, pieles, muebles, montones de cosas. Y en mi casa, como mi papá era telefónico,
estaba el único teléfono que existía, aparte del teléfono del Hindú Club estaba el de mi
casa. Entonces el tipo venía siempre a
hablar a casa. Mi papá siempre fue
comunista, en casa habíamos hecho reuniones con Carolina… Pero a mí nunca me
pasó nada. Yo estaba con ellas en la
misma época en la fábrica, pero yo era temporaria, las conocía, pero no había
amistad. Yo me enteré de lo que les
había pasado pero no estaba en la fábrica porque ya se había terminado la
temporada, ellas eran efectivas, trabajaban todo el año, yo lo hice hasta el ’81,
pero entraba en junio y en febrero estaba afuera. Yo había ido a la casa de Carolina, lo conocí
al compañero de ella porque vivía en el mismo barrio que el papá de mi hijo
mayor, en José León Suárez. Así que yo
estuve con ellos, anduve, pero jamás, jamás, más que por ahí en alguna razzia
llevarte, pero nunca secuestrada ni nada de eso. Obvio que en mi casa se quemaron muchas
cosas, se enterraron libros, todo eso.
Mi viejo la tenía re-clara. Él
siempre pensó que zafamos por eso, porque el tipo no quería tener teléfono en
la casa, usaba el nuestro. Se llamaba
Rubén Villamayor, de la regional de Tigre, que fue un CCD. Terminó todo torcido porque le agarraron no
sé cuántos ataques de presión. La pagó,
terminó hecho un vegetal. Por mi casa se
llevaron a mucha gente, a Poti, a la tía y al marido, que eran del PC. Siguen desaparecidos. Fueron unos de los primeros que se llevaron
en el 76. Yo la recuerdo a Carolina, sé
que era socialista, el compañero estaba en Astarsa o en astilleros, no recuerdo
bien, pero él era un cuadro. Después no
supe más de ellos. A mí siempre me
pareció que ella no se llamaba así, no sé por qué, quizá me equivoco.
Alfredo: Cuando
vos mencionás que no querés revolver todo lo que pasó, yo entiendo eso, el
terror que a uno le produce todo eso.
Pero creo que uno lo tiene que volcar para que eso no suceda más, que se
sepa que a vos te llevaron por ser laburante, nada más. Porque si no va a quedar en la historia que
se llevaron solamente a gente que estuvo comprometida políticamente, y no a los
trabajadores. Esto es lo que nosotros
queremos rescatar. Todo se va dando, en
esta etapa, en que uno tiene respaldo del estado, que te vamos a escuchar, cosa
que antes no pasaba. En el 83 nadie
abría la boca, estaba muy próximo todo.
El terror que se infundió al pueblo, estuvo bien hecho, al principio
nadie quería hablar, por miedo.
Rosa: Es como te
decíamos, nosotros con Mirta nos dejamos de ver, pero me parece que para no
involucrarnos mutuamente.
Walter: En un
primero momento fue así, es lógico que te quede el miedo, después el tiempo
hace que vayas elaborando las cosas y las veas de otra manera. Al principio no es fácil. A nosotros nos sucedió al principio de la
represión. Yo recuerdo que en la fábrica
estaban los colimbas, adentro, custodiando todo, del lado de adentro, y yo
tenía que laburar así. Un día, no me voy
a olvidar jamás, yo trabajaba en la parte de automotores, y yo estaba revisando
uno, era invierno y los soldados estaban todos con el casco y esas capas verdes
que usan. Y viene un compañero y grita
“¡Tupa!”. Ahh, no te imaginás, el susto que me pegué. Resulta que era uno de los chicos que había
estado conmigo, preso, en el mismo lugar, yo ya ni recuerdo el nombre, nunca
más lo vi. Pero incluso después de haber
salido, tuve que estar con los milicos ahí dando vueltas, que estaban mirando
todo lo que estaba haciendo yo, que en cualquier momento me levantaban y me
llevaban de vuelta. Y era mi trabajo, yo
tenía que estar, tenía que ir. A
nosotros nos volvieron a tomar, no sé si lo tuvieron que hacer, no sé si por el
papel que nos dieron, un pedazo de papel no sirve de nada en ese momento.
Lo que comprobó fue que no nos habíamos presentado a trabajar por esa
causa. También mi madre, mi cuñada,
dieron muchas vueltas en esa época, iban a la empresa, a preguntar.
Rosa: Los milicos
fueron a la fábrica el mismo 24, adentro de fabricación, al lado de las
máquinas. Dos días más, y nosotros
salimos de vacaciones, bah, nos fuimos de vacaciones 38 días. Yo lo que no me acuerdo es cuándo nos
encontró nuestra familia, calculo que una semana.
Ustedes comentaron
que estuvieron sin verse, que se reencontraron recién hace un par de años…
Mirta: Tenés
tanto miedo que no querés ver a nadie ni saber más nada de nadie. Yo hasta hace poco tiempo veía un traje verde
y… Nos reencontramos cuando mi ex suegra, que sigue viviendo muy cerca de mí,
nos hinchaba para que habláramos, nos decía que nos merecíamos una compensación
económica, porque el estado nos tiene que pagar. Nosotras le decíamos que no va a haber plata
en el mundo que pueda compensar todo lo que pasamos, todo el dolor. Pero ella insistía, y hará poco tiempo que yo
me enfermé muy mal, y me dijo viste, por qué pasás necesidades, si te lo
merecés. Y un día tomé coraje y la llamé
a Rosa y nos encontramos, charlando de estas cosas, decidimos ir a La Plata. Un
día Rosa me dice dale, te invitamos a
almorzar, vamos a festejar el reencuentro y nos vamos a La Plata a averiguar. Yo fui por si ellos necesitaban algún
testigo. Cuando llegamos, ellos
charlaban con una chica y yo quedé ahí, a un costadito. La chica me pregunta ¿y Usted? Y yo digo que nomás los acompañaba a
ellos. Pero Mirta les dice que yo tenía
el mismo problema, pero ningún comprobante, ni testigos, porque me habían
estado paseando todo el tiempo y no sé dónde estuve. Entonces la chica me llama y me dice que
fuera con ella, que le cuente la historia.
Yo me negué y ella insistió porque ella sabía de varios casos como el
mío, me mandó a DDHH. Y fuimos hasta
allá, y de entrada me dijeron que no. Yo
la miré a Mirta y dije “Viste,¿ justicia
para quién?” Y parece que le toqué el corazón a alguien, nos hicieron pasar
y me abrieron la puerta. Después nos
trataron muy bien, lo charlé, me contactaron con una psicóloga y cada tanto voy
a verla. Por lo menos tengo una
contención. A mí no me importa si me
pagan o no, pero por lo menos me llevo el consuelo de que alguien me haya dado
un abrazo y me haya contenido en esta mierda que llevo por tantos años, y que
nunca nadie me dio un abrazo por eso, nadie me consoló, y sabés cómo lo
necesitaba, sólo Dios lo sabe. Y quiero
ponerme fuerte, pero no sé, o soy muy llorona, o no sé qué me pasa, pero es una
angustia muy grande, yo delante de mi familia no lo quiero hablar porque no
quiero que me vean así. Cuando fui a La
Plata por primera vez, volví, me tomé una pastilla y pensé que me iba a
dormir. Pero no. Escuchaba los tacos de los milicos,
todo. Yo pensé que me había olvidado de
todo, pero no, en sueños me encontré en medio de toda esa gente, me acordé de
una escalera que subí cuando me llevaron para decirme que era un error, que se
habían equivocado.
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